El Gourmet Urbano: Anabella Barrios (@psicocina): ¡Portobello!

lunes, 11 de abril de 2011

Anabella Barrios (@psicocina): ¡Portobello!

Anabella Barrios¡Mis queridos amigos!  ¿Cómo están?

Puerto bello al que arribamos cuando a alguien, con un buen bocado agasajamos.  Cocinar para el otro inevitablemente nos pone a pensar en él, en qué le gusta, qué le hará falta.  Aún cuando muchas veces nos quedamos atrapados en el corre-corre de la cotidianidad, el cocinar, el preparar, ir al supermercado, sacar de la nevera los ingredientes, pedirle a alguien que los prepare, supone una entrega, la entrega de una encomienda de amor. De alguna forma le deja saber que pensamos en él.

Pero a veces, aún cuando los pensamos, nos equivocamos y ¡qué platanazo nos llevamos! Hoy compartiré un secreto con ustedes, el haber pensado en mis alumnos y el haberme equivocado, y de cómo, increíblemente, al final quedaron encantados.

Preparo los menús de las clases con esmero y anticipación, les pregunto que desean aprender a preparar, escucho las sugerencias de los padres. Las recetas, más allá de un sabor, de un valor nutricional, más allá de pretender enseñarles a preparar un desayuno, almuerzo, cena o merienda, tienen un sentido, una razón de ser.  Escogí una pasta deliciosa: Tetrazzini: espagueti de pollo y Champiñones, receta del chef Jamie Oliver.  La escogí por deliciosa y porque admiro y comulgo con el trabajo que Jamie está haciendo para combatir la obesidad infantil a nivel mundial, lo hace enseñándole a los niños y a sus familias a cocinar (por ello se ganó un premio de 100.000 dólares). Es un joven cocinero, emprendedor y un buen ejemplo para los muchachos.

 

Resultó que para esta pasta, necesitábamos champiñones y no mucho más. Entonces, con ilusión, encontré un paquete de Portobellos, esos hongos inmensos que ven en la foto;  después, totalmente fuera de presupuesto, tuve la suerte de encontrar unos hongos deshidratados.  Total que llego a la clase, los chamos ven los champiñones y al unísono gritan que a ninguno le gustan los champiñones.  ¡Caramba! Es verdad, lo había olvidado, había olvidado que cuando era niña a mí tampoco me gustaban los champiñones y ¡compré tres tipos!
Les muestro los Portobellos y los ven tan grandes que una niña me dice que le daban miedo, luego los tocan y les parecían horrible. ¿Qué podía yo hacer? Les presté atención, les dije que tenían razón, que era verdad que a los niños no les gustaban, que cuando era como ellos me pasaba igual y lo había olvidado . Pero eso era lo que había, confiaba en la receta y mi ánimo no era que comieran sino que conocieran, el ánimo que enviste nuestras clases es la de exploradores y cocineros, no necesariamente comensales.

Disuadí su atención de los “monstruosos” Portobellos al mostrarles que teníamos tres tipos de hongos.  La verdad sentía fascinación por haberlos encontrado y poder mostrárselos. Al darlos a conocer -creo que les contagié mi ánimo-, comenzamos hidratando los deshidratados, limpiando los pequeños y aplicándolos, y así llegamos a los Portobello.  Ya cuando íbamos por ahí, una alumna me dice, “bueno, a mí no me gustan los champiñones, pero tampoco me gustaba el huevo, y cuando lo preparamos aquí, lo probé y me gustó, así que capaz y me pasa igual con los champiñones”.

Después de picar y picar, pasaron a disfrutar su propia masa de pasta.  Los más grandes llevaban los grupos de los más pequeños y yo los dirigía a lo lejos, los dejaba a ellos. Poco a poco, aquello que una vez fue mi idea, mi ilusión, comenzaba a tornarse en algo personal para ellos, eran los protagonistas de su creación.  Retornamos a la salsa, salpimentaron y doraron su pollo, saltearon los hongos grandes y pequeños, se distribuyeron sartenes, quienes no quisieran acercarse y tomar la sartén por el mango, no lo hicieron, y quienes sí, sí lo hicieron. 

¡Señores!, por primera vez los niños, al final de la clase, dejaron a sus padres esperando porque se estaban comiendo su pasta con champiñones, y portobellos, ¡Lo disfrutaron!.  Uno, el más pequeño (4 años) no podía creer que lo que estaba comiendo era lo que durante dos horas y media había estado preparado, le parecía un acto de magia.

Un sabor nada infantil el de los champiñones, pero se los comieron, los disfrutaron y los compartieron.  El secreto: implicarlos, implicarlos en el proceso de cocción.  Como adultos, con la comida o con las tareas, el orden en el cuarto, o cualquier actividad, con frecuencia estamos tan encima, y tan deseosos de que lo hagan, de que les guste, que no les damos espacio a que se despierten sus ganas de hacerlo, de probarlo y nos damos platanazos. 

Implicarlos, primero disfrutando nosotros del comer, del cocinar, del orden, no como una obligación sino como un cuido. Un descubrir de una forma de vivir en el tiempo les transmite a ellos un mensaje que despierta su deseo, sus ganas por hacer las cosas.

El secreto: mantener siempre un niño curioso e ilusionado dentro de nosotros, transmitirle al otro transmitirles la maravilla de la vida, dándoles chance de experimentar, de tocar, oler, de ver cómo unos se hidratan y como los otros, al llegar al fuego se deshidratan.  Confieso que no soy amiga del muslo de pollo, pero en ese momento, en esa pasta lo amé y lo reconocí como un “saborizante” especial.

11-04-11 anabella barrios

¡Cariños y hasta la próxima!


Anabella Barrios Matthies
Psicóloga de profesión – pastelera de corazón
 

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