Platón el filósofo de la antigua Grecia definía “lo bello” desde lo que se podía percibir por el sentido de la vida y del oído y excluía la posibilidad de que algo percibido por el sentido del gusto podría ser hermoso. Santo Tomás de Aquino, en la Edad Media propuso que las comidas y las bebidas podrían ser bellas pero luego en el siglo XIX Hegel, insistió en que solo que un objeto que tenía cualidades espirituales que podían verse o escucharse podrían ser considerados desde la estética, pero que cualidades como, olor, sabor y textura, estaban en el nivel bajo de las cualidades materiales y debía ser excluidas de tener alguna cualidad estética. Pensadores como Kant contrastaron el sentido del gusto como una experiencia simple sensorial muy lejana a la actividad contemplativa e imaginativa que nos permite captar la belleza, dado que según su punto de vista las experiencias sensoriales son subjetivas y reflejan preferencias personales. Son muchos los otros pensadores que han tratado sobre el tema y no es mi objetivo en este artículo recopilar la historia de pensamiento humano al respecto del mismo.
Solo se me ocurrió esta mañana la reflexión a la belleza en torno a una sopa, pues estaba hojeando una revista-libro de cocina que decía “más de 400 nuevas recetas” y empecé a contar y solo había 12 recetas de sopas.
Y allí comencé a preguntarme ¿por qué tan poca importancia a las sopas en esa revista? ¿Son preferencias estéticas, pues en teoría es más bello presentar un postre que una sopa? o ¿son tendencias en la gastronomía y ya se comen menos sopitas ?¿ o es que para la redacción de esa revista el sabor y el olor de una sopa no son llamativos?
A lo largo de la historia de la gastronomía el concepto de estética si ha evolucionado. Pongo el ejemplo de Jean-Anthelme Brillant Savarín cuyo libro “La fisiología del gusto o Meditaciones sobre gastronomía trascendental” es de lectura obligada para cualquier cocinero o gastrónomo. Para este pensador las experiencias gustativa y olfativa, nos pueden llevar a una reflexión filosófica y por lo tanto entrarnos en el campo de la estética. Prácticamente todos los cocineros actuales de gozan de prestigio internacional y que han aportado aspectos sumamente novedosos a la gastronomía por sus conceptos revolucionarios en la cocina han apostado a la experiencia culinaria donde intervengan todos los sentidos, tienen claro que la vivencia estética pasa por la vista, el oído, el olfato el gusto y el tacto.
Retomando el tema de la sopa. ¿Puede una simple sopa de caraotas negra ser bella? Desde mi punto de vista sí. Si te despierta algún recuerdo, si el olor te gusta, si te hace reflexionar en torno al color negro o a la existencia de los agujeros negros en el universo, o si simplemente te hace feliz comerla, obviamente que es bella. No hace falta que esté decorada con finos hilos de gelatina de ají dulce o espumas de cilantro, para que sea bella. Por supuesto si a la sopa de caraotas o a la crema de espinacas les pones un puntito de otro color o unos crujientes de algún otro vegetal o un aceite pintado, la experiencia de la belleza gustativa y olfativa se amplía y también la del tacto, si adicionalmente la preparas en distintas texturas o contraste de temperaturas o le incluyes por fuera algo que debas agarrar con las manos para introducirlo en el caldo.
Entonces una sopa es algo que puede ser estético y bello desde muchos referenciales, no es algo a lo que uno simplemente responde de manera inmediata al comerla, también te puede llevar a reflexiones posteriores y a decir cosas como: que rica sopa, me recordó a la que hacía mi abuela, o que sopa tan maravillosa , me recordó una noche oscura sin estrellas.
Habrá que preguntarle a Mafalda por qué no le gustan o invitarla a escribir un artículo sobre “la no estética “de una sopa.
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