Cuando la comida no se mira por su valor alimenticio, ni por su sabor, ¿pierde su sentido? No. Se convierte en estos retos
Con sus Crónicas carnívoras, un insensato llamado Adam Richman ha logrado que el gran reto del siglo XXI ya no sea ganarse el pan, sino metérselo entre pecho y espalda a cantidades industriales: desde bocadillos con panceta picante tamaño Estatua de la Libertad a hamburguesas titánicas o helados igual de abisales que el Everest. Gracias a él sabemos que nos gusta ver a otros comer muchísimo y hemos abrazado los desafíos de la comida XXL y los atracones como el nuevo deporte de moda.
Un hombre suda mientras compite por comer más albóndigas que nadie en un concurso de Vancouver (Canadá) / CORDON PRESS
Richman fue apartado el pasado julio del programa tras unos comentarios desafortunados en su cuenta de Instagram cuando se enzarzó con un seguidor que le acusó de fomentar los desórdenes alimentarios al etiquetar con el pérfido hashtag #thinspiration (que mezcla de las palabras delgadez e inspiración y es empleado por enemigos públicos de la caloría y gurús de la tontería) una foto en la que exhibía un espectacular pérdida de peso. Pese a este traspiés, su legado es más grande de lo que podemos tragarnos. Esto se puede comprobar en la siguiente lista de concursos de comida, que repartidos por todo el globo, nos recuerdan que comer también puede ser un deporte de riesgo.
Sushi picante para todos: En Yagumo, un pequeño establecimiento de comida japonesa de Los Ángeles, te regalan una camiseta si eres capaz de comerte dos rollitos de atún en menos de media. ¿Parece poco? ¿Parece fácil? Imagina un tsunami del tamaño de un bíceps ciclado. Pues ese es el tamaño de las lágrimas que le salen al más hombretón del lugar por culpa de su temida salsa picante. La camiseta le puede parecer a uno más o menos bonita pero no siempre compensa el meterse fuego en el cuerpo (y sacarlo luego).
Muerte por rollito de langosta: 700 dólares, un trofeo y una probable indigestión para quien consiga meterse más rollitos de langosta en la localidad de Bangor, Maine. Quizá un poco demasiado selecto para este tipo de concursos, en los que la comida acostumbra a ser hipercalórica, barata y cuyo ingrediente secreto siempre es la grasa, pero no tenemos claro hasta qué punto son sanos estos rollitos…
El ataque de la tarta de calabaza de 50 metros: En Clarence, Nueva York, les gusta competir por ser el que más tarta de calabaza consigue comer... sin manos. Tal cual, del plato a la boca a mandíbula batiente. El torneo se celebra en un lugar cuyo nombre lo dice todo: La gran granja de calabazas.
Ese empacho sabrosón: En Connecticut celebran un concurso consistente en comer comida caribeña. El ganador se embolsa 400 euros, que es lo que cuestan unas 200 raciones de ropa vieja en Cuba.
Bichos por todas partes: En el canadiense Screan Fest, un festival que pretende dar más miedito que un maratón de la saga de Alien de la forma que sea, preparan un concurso de comer… insectos. En su web no especifican nada salvo un escueto y escalofriante Coming soon... Quizá no queramos saber más.
Curry parece, LSD es: El Kismot Killer es el gran reto del restaurante Kismot en Edimburgo, que desafía a los comensales a paladear, si son capaces, los cinco curries más incendiarios del mundo. Se ha hospitalizado a varios clientes y solo uno ha conseguido salir triunfante y vivo del envite. “Tardó una hora en acabarlo, y en ese tiempo salió diez minutos a la calle para airearse y allí comenzó a alucinar", explican desde el establecimiento.
Beber cerveza como si fueran a aprobar la Ley Seca: El mundo del bebercio tampoco se libra de sus competiciones, pero estas suelen ser más polémicas. En España se celebraba uno en la pedanía murciana de Gea y Truyols, pero el fallecimiento de uno de sus concursantes forzó su clausura permanente. “Si bebes, no compitas”, dirían por ahí.
Tío, me he comido unas setas: "El primer concurso nacional de comer setas de la Historia”, tal como lo definen en su web, es el modo en que los habitantes de Kennett Square, Pensilvania, han decidido convertir su localidad en referente mundial. De algo.
Aplastamiento de espárragos: Pocos adivinarían que California es también la meca del espárrago y que en Stockton se celebraba hasta este año un festival entregado a esta singular verdura que nadie relacionaría con competiciones de tragones. Los han estado devorando fritos (la plancha es para cobardes) desde hace 29 años.
Cocido mortal: En El Boñar de León, templo del tapeo para madrileños sin escrúpulos, se propone una apuesta para atrevidos, un viaje a Canarias de 15 días y con gastos pagados para aquel o aquella que sea capaz de meterse en su cuerpo un cocido leonés de dimensiones mamutianas. Aún no se conoce al valiente que haya podido con el reto.
Para insensatófagos: El 4XL es la talla del bocadillo que ofrecen en el bar Novo Vatel, en Carril, Pontevedra; un emparedado pantagruélico que mide 70 x 40 centímetros y acoge en su interior queso, bacon, huevo, jamón asado, lechuga, tomate y cebolla. Nadie ha conseguido dominar a esta bestia que tiene el peso (3,5 kilos) y el tamaño de un recién nacido.
PAULA ARANTZAZU RUIZ / NÉSTOR VILLAMOR
Fuente: El país
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