El marketing cada vez está más preocupado en proporcionar una experiencia sensorial sugestiva al consumidor, incluso a través del sonido (audiobranding). Cada clic importa, desde la música ambiental en un supermercado hasta el ruido de la puerta de un coche nuevo al cerrarse.
Y es que el simple ruido es capaz de provocar que valoremos mejor unas patatas fritas frente a otras, aunque estemos comiendo exactamente las mismas. Ello se debe a que asociamos la frescura con lo crujiente.
Es algo que demostró experimentalmente un estudio publicado en 2004 por el Journal of Sensory Studies por dos investigadores de la Universidad de Oxford. Para valorar la importancia del crunch en las patatas, sometieron a una cata a una serie de voluntarios.
Las patatas empleadas para el experimento eran ésas que se almacenan en tubos, reconstruidas a partir de patatas deshidratadas, que presentan una homogeneidad de forma, textura y aroma ideal para un experimento: las Pringles.
Los envases cilíndricos, tanto de sabor barbacoa, crema y queso y páprika, fueron diseñados por un tipo que, al fallecer, lo usó a modo de féretro en el cementerio de Springfield donde estaban enterradas sus cenizas. También hay que recodar que, de este tubérculo, los snacks de Pringles sólo disponían de un cuarenta y dos por ciento, lo cual, técnicamente, les arrebataba el estatus de patata (y también les exoneraba de pagar los impuestos consiguientes).
El crunch de la patata
Los voluntarios del experimento de las patatas debían encerrarse en una cabina. Tenían que morder las patatas solo con los incisivos, y luego masticarlas. Todo el ruido de su boca era registrado por un micrófono, y posteriormente el sonido se enviaba a otro grupo de voluntarios que lo escuchaban todo a través de unos auriculares.
En el experimento debían calificarse las patatas de cero (blanda, caducada) a cien (super crujiente, como recién hecha) el crujido y la frescura de cada patata. Sin embargo, había una pequeña trampa, algunos crujidos se modificaban, ampliándose o reduciéndose al modificar la señal sonora, tal y como explica Pierre Barthélémy en su libro Crónicas de ciencia improbable:
Pese a que todas las patatas eran idénticas, la nota sobre lo crujiente iba de 54 por término medio, cuando el sonido se había disminuido, a 85 cuando se había aumentado y, además, destacaban las frecuencias más altas. El sonido verdadero obtuvo como nota un 71. La evaluación de la frescura siguió una curva muy parecida. Con un experimento relativamente sencillo lograron manipular las sensaciones de los participantes. Además, el 75 % de éstos pensaron que las patatas fritas que probaban procedían de paquetes distintos.
Fuente: Xataka Ciencia
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