Un restaurante en el centro de la capital española es un punto de encuentro y centro de acopio para inmigrantes
Alberto Casillas ayer en su restaurante en Madrid. / CARLOS ROSILLO.
Alberto Casillas, el gestor de este lugar, dice tener motivos de sobra para organizar eventos y recolectas para los venezolanos. Vivió en ese país durante 25 años. Allí consolidó amistades que aún se mantienen, disfrutó de la gastronomía, sus paisajes, el clima, pero sobre todo agradece que Venezuela le dio a su familia. Su esposa y sus hijos son de allí. “Y aunque nunca me nacionalicé, mi vida está marcada por ese país”, afirma.
Una idea, muchas manos
A su proyecto de convertir su restaurante en punto de encuentro se unieron otras personas. Así nació hace dos meses la Asociación Venezuela Unida, donde tanto ciudadanos de ese país como españoles se juntan para buscar soluciones a las dificultades que afrontan los migrantes venezolanos. Un fenómeno que se ha agudizado y que, según el libro La voz de la diáspora venezolana, del sociólogo Tomas Páez, ha concentrado a más de 170.000 migrantes de ese país en España. Los detonantes, dice el autor, son la inseguridad, la escasez y la inflación.
Casillas entiende muy bien de qué le hablan quienes asisten en busca de ayuda a su restaurante. Aunque él regresó a Madrid en 2007, su esposa y sus dos hijos estuvieron en Venezuela hasta el año pasado. “Ellos supieron qué es eso de desear un vaso de leche y no poder conseguirlo”, asegura. Por eso, se ha movilizado en una causa que parece ajena. Todas las personas que trabajan en su local son de Venezuela y, aunque el menú es español, de vez en cuando incluye arepas o cualquier otro plato de ese país. “Hay que intentar que extrañen lo menos posible. No es fácil emigrar”, dice Casillas, a quien algunos aún recuerdan como el “camarero del bar Prado”, que en las protestas del 25 de septiembre de 2012 en Madrid, protegió a varios manifestantes del 15M de la policía. Así le conoció Verushka Rodríguez, que ahora trabaja a su lado en la asociación. Como venezolana que migró hace 11 años, sabe qué se siente al dejar todo y empezar una vida nueva lejos de casa.
“Cuando supe que él estaba haciendo algo por la gente de mi país, me ilusionó aportar. Ahora me dedico por completo a la asociación, a recoger alimentos, ropa y organizar la entrega”, explica mientras trata de disimular el nudo que se le forma en la garganta al recordar las charlas que tiene con los jóvenes que, como ella, tuvieron que dejar su país. “Estamos viendo un proceso de migración como nunca antes. Y los jóvenes se están desprendiendo de sus raíces, de sus vidas. Es difícil vivirlo, pero hay que tratar de buscarle un aprendizaje”, dice. Ella es una de las personas que atiende e intenta buscar soluciones a situaciones como las de Airan, la mujer que salió de su Venezuela por el bienestar de su pequeña y ahora sobrevive en España con un salario básico que, aunque es poco —como ella misma afirma—, al menos le alcanza para la leche y los pañales de su hija.
Fuente: El País
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