Cada vez que aparece una de estas botellas en la mesa surgen los mismos comentarios: que si eso es porque son vinos buenos; que si tiene redecilla o saco es porque es caro, al menos un reserva de esos con muchos años; que si son vinos para la casta y a mi ponme uno joven y con más colorines… El caso es que siempre queda sin resolver una de las grandes dudas de la humanidad o, al menos, del mundo del vino, ¿de dónde viene la tradición de ponerle esa malla a las botellas?
Para salir de dudas hablamos con Carlos Echapestro, uno de los grandes entendidos en la historia del vino en España, y a quien tuvimos la suerte de poder escuchar en la última edición de La Rioja Degusta. Lo primero de todo, y para tener argumentos con los que callar al entendido de turno en la próxima comida familiar o de amigos: no, no existe una relación directa entre la dichosa redecilla y la calidad del vino. Aunque, vale, es cierto que originariamente algo tenían que ver, y algunos siguen jugando con ello.
En los años 20 del siglo pasado -nos cuenta- comenzaron a aparecer cada vez más restaurantes de prestigio por Madrid de la mano de hoteles como el Ritz y el Palace. En ese contexto, los bodegueros riojanos apostaron por empezar a vender vino embotellado en destino, es decir, el vino se enviaba a la capital en grandes barricas y allí se servía a granel o ya embotellado en despachos de vino.
El negocio iba muy bien, explica Echapestro, y aumentaban tanto las ventas de botellas de vino como también el prestigio de algunas marcas. Al menos hasta que en algunos locales empiezan a rellenar esas mismas botellas con vino de otras procedencias y, claro, más barato. Vaya, que lo del garrafón no es un invento nuevo.
¿Qué hicieron las bodegas al darse cuenta de la trampa? Efectivamente, se popularizó el uso de lacre y mallas lacradas para evitar que sus botellas pudieran ser rellenadas una vez abiertas, y vendidas con otros vinos. El uso de estas redecillas se volvió tan común entre los grandes vinos de la época que cuando estalló la II Guerra Mundial y empezó a escasear el metal para usos civiles, las bodegas tuvieron que abandonar este invento.
Incluso algunas llegaron a incluir una pequeña nota en su etiqueta disculpándose por la ausencia de la citada malla metálica que ejercía como una suerte de sello de calidad. No es extraño, teniendo en cuenta que durante los años anteriores habían hecho campañas de publicidad pidiendo que no se compraran botellas que no tuvieran la redecilla en cuestión.
¿Y qué sentido tiene hoy seguir usándolo? “Ahora es más un argumento vinculado al prestigio y la tradición que siguen usando las marcas con mayor peso histórico”, concluye el sumiller de Venta Moncalvillo. Misterio resuelto.
Fuente: La Gulateca - 20 Minutos
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