El otoño y el invierno son las estaciones, cuando más deliciosos y frescos están los frutos secos. - A.J. GONZÁLEZ
En la carnicería, igual: que el solomillo de ternera, ahora casi regalado, según ellos, va a subir y se va a poner por las nubes. Me avisan que los bombones de licor están a punto de terminarse y ya no traen más -¡vaya tontería! ¿es que no aprenden de un año para otro-. Total, que entre unos y otros te meten el corazón en un puño; en gran parte, me figuro, con la idea de darle un empujón a las ventas. Por eso siento un intenso regodeo interior cuando digo a todo que no, que disfruto cortando el jamón, que voy a hacer pavo en pepitoria y que los bombones los tengo ya comprados. Mi venganza es efímera, ya que miento descaradamente en dos tercios de la respuesta: sólo es verdad lo del jamón, porque ni pienso hacer pavo ni tengo comprados los bombones, pero continúo mirando con extrañeza esta exhibición de abundancia tan anticipada.
Y me paso a los frutos secos que aunque permanecen en el mercado durante todo el año, el otoño y el comienzo del invierno son sus estaciones propias, cuando sus semillas todavía están frescas, lechosas y dulzonas y resulta delicioso comerlas crudas. Cada país tiene su producción y sus preferencias a la hora de utilizarlos. En Oriente Medio se toman antes de la comida, entre los aperitivos que preceden al plato principal. En España, a menudo las usamos como entretenimiento, mala cosa si los combinamos con el televisor porque son hipercalóricos, pero son imprescindibles en nuestra cocina, insustituibles en pastelería y confitería y muy apreciados por los buenos cocineros, porque se usan para rellenos de carnes rojas, cordero, cerdo, pollo y verduras y sirven para decorar, acompañar y enriquecer salsas.
No conviene comprarlos en grandes cantidades, porque se enrancian, así que no tenemos que salir corriendo para ponernos en cola. Para guardarlos es mejor usar envases herméticos, en lugar fresco y seco. Las nueces se descascaran mejor si han estado un rato metidas en agua tibia. La piel de las almendras sale con facilidad tras sumergirlas unos segundos en agua hirviendo. La de las avellanas, tostándolas bajo la parrilla del horno hasta que la piel empiece a romperse y tomar color. Y a ver si conseguimos ponerle un poco de cabeza a las compras.
Marisol Salcedo
Fuente: Diario Córdoba
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