La primera regla, y una de las más importantes, es rechazar los productos congelados, pues es difícil conseguir que tengan la textura y sabor característicos de este tubérculo.
Son pocos los que se resisten a sus encantos: un dorado exterior que cruje al dar el primer mordisco y un interior suave y sabroso. Las patatas fritas son una delicia al alcance de todos que combinan a la perfección con platos de lo más variado, ya sean unas croquetas 'gourmet' de carabineros y alioli, un sándwich a la hora de la cena, unas costillas de ternasco de Aragón o con unos huevos rotos. A pesar de lo cotidiano de su consumo, es muy frecuente descubrir que las susodichas no son naturales, sino que proceden de una bolsa de congelados, pero, aunque cueste más preparar unas patatas fritas caseras, no hay que perder de vista que saben mucho mejor y que también son más saludables.
Las patatas fritas perfectas deben de ser doradas y crujientes por fuera, pero blandas por dentro.
Superada la amarga decisión de decir adiós a las cómodas patatas congeladas, llega el momento de diferenciar entre buenas y malas frituras, pues, por muy natural que sea una patata, si no se fríe bien, su sabor y textura distarán mucho de la perfección.
Para conseguir unas patatas fritas perfectas...
- Peladas, cortadas en bastones iguales y bien lavadas. Aunque el tamaño de la patata frita depende de los gustos del cocinero, lo ideal es trocear este tubérculo una vez pelado en bastones de entre 7 y 15 centímetros de largo y de uno de ancho (es importante que tengan más o menos el mismo tamaño para que, a la hora de freírlas, tarden el mismo tiempo en hacerse). Una vez troceadas, hay que lavarlas (para quitarles el almidón) y secarlas muy bien, pues el exceso de humedad es uno de los peores enemigos de las patatas y el crujiente.
- En la sartén, mucho aceite y de oliva. Una de las claves para conseguir unas patatas dignas de cualquier chef de postín es utilizar aceite de oliva suficiente para que recubra por completo las patatas. Además, aunque haya que utilizar media botella no hay que agobiarse. Siempre se le puede dar un segundo uso al aceite sobrante.
- La fritura en dos tiempos, y con reposo intercalado. Aunque la mayoría lo desconoce o no lo pone en práctica, el auténtico truco del crujiente y dorado de las patatas es la doble fritura y el tiempo de espera entre ambas. Para la primera es importante que la temperatura del aceite alcance aproximadamente los 140º, y también que no se echen todas las patatas de golpe para que no se peguen y se hagan de manera irregular. Una vez retiradas del fuego habrá que dejarlas enfriar en un plato unos cinco minutos (hay quien las congela quince minutos para que la patata coja más cuerpo para la siguiente fritura), y después volverlas a freír a máxima potencia hasta que cojan el color dorado esperado.
- Escurrir bien antes de servir. Acabada la fritura, es imprescindible poner a escurrir las patatas en una fuente con papel de cocina para evitar que solo sepan a grasa, que disfrutarlas sea incómodo y que, además, puedan provocar una mala digestión. Aunque se te haga la boca agua mirándolas, ¡no te saltes este paso!
- La sal, siempre al final. Para evitar que se queden gomosas durante el proceso y pierda parte de su sabor, la sal debe echarse siempre justo antes de saborearlas y nunca durante el proceso.
Fuente: Heraldo.es
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