Los cereales o granos constituyen el alimento básico de la mayoría de la humanidad. Desde antiguo. El trigo, el arroz o el maíz han estado en la génesis misma de las diferentes culturas que alumbró la humanidad.
En la cuenca mediterránea, en China o en la América prehispánica. Pasado el tiempo –miles de años– nada parece haber cambiado.
El trigo, el arroz y el maíz son los cereales que poseen más importancia económica, aunque hay otros, como el centeno o la cebada, que sirven de alimento a millones de personas, especialmente en Europa, Asia y África. Junto a ellos, en los últimos tiempos, quizá de la mano de unas sociedades ricas que buscan nuevas cosas, han aparecido otros como la quinoa, la polenta (maíz al fin y al cabo) o la escanda (tan antiguo como los otros pero más minoritario) que han llegado a la mesa de Europa y Norteamérica para quedarse. La importancia de los cereales se debe a que son ricos en almidón y proveen al organismo de combustible y energía.
En la alimentación humana se los emplea en formas diversas: pan, sopas, pastelería y bebidas. Hoy en día se experimenta con nuevas presentaciones y preparaciones para hacerlos más atractivos ante los posibles clientes. Algunos cereales son también destinados en grandes cantidades a la alimentación del ganado, por lo cual, contribuyen indirectamente a la provisión de carne y grasas para los humanos.
Hoy en día, por el cambio climático o por capricho de unas sociedades opulentas, el consumo de cereales ha cambiado. Atras quedan condicionamientos naturales o climáticos, como los que hasta mediados del siglo XIX, en el norte de Europa, llevaban a elaborar pan con harina de centeno, porque su resistencia al frío le permite crecer más cerca de los polos que cualquier otro cereal. De igual manera, en 1898, desde el balneario norteamericano de Balde Creek, el Doctor Kellogg presentó un nuevo desayuno al que llamó «Corn Flakes», que no era otra cosa que maíz en forma de hojuelas, de láminas. Ocho años más tarde, su hermano William inició la producción comercial.
Con todo, el auge de los cereales listos para comer se suscitó en la década de 1950 en Estados Unidos, cuando, para atraer la atención de los niños, las cajas de cereal tenían personajes de caricaturas e incluían premios. Años más tarde, saltaron al resto del mundo. Nuevas formas de comer cereales que abandonan pautas tradicionales. Y que hoy en día afrontan un nuevo giro de la mano de los alimentos vegetarianos, de una cultura vegana que ha hecho del cereal –en todas sus formas– la columna vertebral de una alimentación que en sí misma tiene deficiencias para el ser humano, que necesita complementos alimentarios clave como las proteínas animales. Los cereales, ahora más por moda que por necesidad imperiosa para subsistir, viven una nueva edad dorada.
R. Fernández.
Fuente: La Razón
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