ILUSTRACIÓN DE QUINTATINTA / GORKA LEJARCEGI; CON IMÁGENES DE OPEN AI / DALL·E |
Práctica y desenfadada, la lata invita al muy tradicional consumidor de vino español a soltarse la melena
Hace no tantos años, en una comida familiar, todos los adultos de la mesa se escandalizaron de que nos sirvieran un vino con tapón de rosca. Para ellos, era un indicio inequívoco de baja calidad. No sabían que, por aquel entonces, era ya el cierre de referencia en países como Nueva Zelanda o Australia y una exigencia habitual de las grandes cadenas de distribución europeas y americanas a los productores españoles. Además de la practicidad en la apertura, evita la contaminación por corcho que puede ceder al vino desagradables aromas a moho o cartón húmedo.
Si la rosca ha ido entrando muy tímidamente en el mercado nacional, los envases alternativos lo han tenido más difícil. En el supermercado es casi imposible encontrar vino en bag in box (BIB), un formato de bolsa de tres o cinco litros con válvula de dosificación insertada en una caja que la protege de la luz. Y el que hay poco tiene que ver con las presentaciones coloristas y bastante más atractivas que se producen para los mercados exteriores. Los franceses tienen menos prejuicios: casi la mitad de sus ventas de vino del mercado nacional son en BIB.
En la restauración, el vino de grifo servido de bidones de acero inoxidable similares a los de la cerveza (se suele utilizar el término inglés wine keg) es prácticamente inexistente. Los más interesados hasta la fecha han sido los bares de vinos naturales, como La Caníbal en Madrid o Salvatge en Barcelona, encantados con este acercamiento desenfadado y sugerente que invita al consumo cotidiano.
Aunque cada envase tiene sus matices desde el punto de vista de la sostenibilidad en lo que a fabricación y reciclado se refiere, la mayor huella de carbono de la industria del vino se la lleva de calle la producción y transporte de botellas de vidrio. Esta presentación clásica es innegociable en aquellas elaboraciones que merece la pena envejecer, pero el planeta agradecería una mente más abierta respecto a vinos inmediatos pensados para un consumo relativamente rápido.MÁS
Este año, la lata se ha hecho un poco más visible en España. Atrás quedan intentos como la gama de vinos sin alcohol que lanzó Matarromera en 2009 y que acabó abandonando porque, según su presidente, Carlos Moro, el mercado aún no estaba preparado. Uno de los primeros éxitos es un proyecto de Carlos López de Lacalle, de Artadi, con un socio americano específico para Estados Unidos. Aún hoy, la mayor parte de la producción viaja fuera, pero todo apunta a una recepción cada vez más cálida por el aficionado español.
En el fondo, es un formato familiar y conocido y, además, nunca había generado tanto interés entre actores tan diversos. Desde un habitual del lineal como Peñascal, que ha descubierto que su rosado de aguja encaja perfectamente con el aire desenfadado del envase, a Can-Vi, un proyecto de vino natural pensado específicamente para comercializarse en este formato y cuya gama incluye dos espumosos ancestrales que acaban la fermentación en la propia lata. Pero también propuestas que llegan de fuera del sector del vino con una imagen y un marketing muy elaborados como ocurre con Zeena. La creación de la emprendedora Sana Khouja inspirada en el mercado estadounidense (los Sofia de la bodega de Francis Ford Coppola marcaron un antes y un después en el desarrollo del formato en Estados Unidos) resulta muy actual por su apuesta por vinos veganos y ecológicos de buena calidad. Además, tiene la valentía de enviarlos a competiciones enológicas, donde van saliendo muy bien parados.
Denominaciones de origen españolas como Navarra, Catalunya, La Mancha y Arabako Txakolina han autorizado específicamente el envasado en lata. En esta última región, la colorista presentación del chacolí Xarmant casi funciona mejor en la lata que en la botella tradicional.
Otro punto de interés es la búsqueda de canales de distribución que se adaptan a este consumo informal, como chiringuitos de playa, food-trucks o empresas de delivery, sin olvidar el potencial de los festivales de música. El verano se acabó, pero empiezan las escapadas otoñales con mochilas bien provistas y, frente al televisor, esperan las películas, la Liga, la Champions… ¿Quién se apunta al vino en lata?
Si la rosca ha ido entrando muy tímidamente en el mercado nacional, los envases alternativos lo han tenido más difícil. En el supermercado es casi imposible encontrar vino en bag in box (BIB), un formato de bolsa de tres o cinco litros con válvula de dosificación insertada en una caja que la protege de la luz. Y el que hay poco tiene que ver con las presentaciones coloristas y bastante más atractivas que se producen para los mercados exteriores. Los franceses tienen menos prejuicios: casi la mitad de sus ventas de vino del mercado nacional son en BIB.
En la restauración, el vino de grifo servido de bidones de acero inoxidable similares a los de la cerveza (se suele utilizar el término inglés wine keg) es prácticamente inexistente. Los más interesados hasta la fecha han sido los bares de vinos naturales, como La Caníbal en Madrid o Salvatge en Barcelona, encantados con este acercamiento desenfadado y sugerente que invita al consumo cotidiano.
Aunque cada envase tiene sus matices desde el punto de vista de la sostenibilidad en lo que a fabricación y reciclado se refiere, la mayor huella de carbono de la industria del vino se la lleva de calle la producción y transporte de botellas de vidrio. Esta presentación clásica es innegociable en aquellas elaboraciones que merece la pena envejecer, pero el planeta agradecería una mente más abierta respecto a vinos inmediatos pensados para un consumo relativamente rápido.MÁS
Este año, la lata se ha hecho un poco más visible en España. Atrás quedan intentos como la gama de vinos sin alcohol que lanzó Matarromera en 2009 y que acabó abandonando porque, según su presidente, Carlos Moro, el mercado aún no estaba preparado. Uno de los primeros éxitos es un proyecto de Carlos López de Lacalle, de Artadi, con un socio americano específico para Estados Unidos. Aún hoy, la mayor parte de la producción viaja fuera, pero todo apunta a una recepción cada vez más cálida por el aficionado español.
En el fondo, es un formato familiar y conocido y, además, nunca había generado tanto interés entre actores tan diversos. Desde un habitual del lineal como Peñascal, que ha descubierto que su rosado de aguja encaja perfectamente con el aire desenfadado del envase, a Can-Vi, un proyecto de vino natural pensado específicamente para comercializarse en este formato y cuya gama incluye dos espumosos ancestrales que acaban la fermentación en la propia lata. Pero también propuestas que llegan de fuera del sector del vino con una imagen y un marketing muy elaborados como ocurre con Zeena. La creación de la emprendedora Sana Khouja inspirada en el mercado estadounidense (los Sofia de la bodega de Francis Ford Coppola marcaron un antes y un después en el desarrollo del formato en Estados Unidos) resulta muy actual por su apuesta por vinos veganos y ecológicos de buena calidad. Además, tiene la valentía de enviarlos a competiciones enológicas, donde van saliendo muy bien parados.
Denominaciones de origen españolas como Navarra, Catalunya, La Mancha y Arabako Txakolina han autorizado específicamente el envasado en lata. En esta última región, la colorista presentación del chacolí Xarmant casi funciona mejor en la lata que en la botella tradicional.
Otro punto de interés es la búsqueda de canales de distribución que se adaptan a este consumo informal, como chiringuitos de playa, food-trucks o empresas de delivery, sin olvidar el potencial de los festivales de música. El verano se acabó, pero empiezan las escapadas otoñales con mochilas bien provistas y, frente al televisor, esperan las películas, la Liga, la Champions… ¿Quién se apunta al vino en lata?
AMAYA CERVERA
Fuente: El País
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