Cuando disfrutamos un vino, la vista nos dará varias pistas para conocer desde la intensidad, variedad o edad del vino
Cuando abrimos una botella de vino y la servimos en nuestras copas, la primera parada para empezar a apreciar el vino será la fase visual, en la que el vino nos dará información sobre su aspecto, apariencia, color, profundidad o densidad.
Parece una obviedad pero al mirarlo lo primero que detectaremos es el estilo del vino, ya que gracias a nuestra vista sabremos si el vino es blanco, rosado o tinto. ¡Esto que parece más que sencillo en las catas a ciegas más de una vez pueden llevarnos a una gran confusión!
¿Qué analizar de la fase visual?
La primera parada será el color. Este nos dirá la posible edad biológica del vino, ya que dependiendo de la tonalidad podremos intuir si el vino es joven o añejo. Los cambios de las tonalidades de los vinos son consecuencia directa de la oxidación del vino dentro de la botella y una clara muestra del paso del tiempo. Hay vinos que nos mostrarán a la vista esa evolución en menos tiempo y otros más años, por eso es vital subrayar que la edad biológica del vino muchas veces no suele coincidir con su edad cronológica.
Algo que hay que destacar es que hace algunos años atrás en épocas de vinos "convencionales" o "tecnológicos", estos los vinos a la vista eran todos muy parecidos: límpidos y brillantes cuando jóvenes. En cambio hoy en día, la mano de los enólogos se puede vislumbrar apenas servimos un vino.
Ya que actualmente hay vinos menos filtrados o directamente sin filtrar en pos de sumar más expresión de los terruños.
Entonces, ¿por qué es tan importante el color? Básicamente porque es lo que seduce y llama la atención del vino apenas lo vemos. Es cierto que en general tiene un papel totalmente secundario y nadie suele confesar que eligió un vino por su color, pero según el color del vino y la concentración gustativa podremos deducir el año de cosecha o la uva con la que fue elaborado el vino.
Como regla, cuanto más intenso y profundo es el color de un tinto, mayos será su contenido en tanino y su estructura en boca. Inclusive la acidez y madurez de un tinto podrían determinarse al observar detenidamente los reflejos azules o marrones.
Más allá que algunos consumidores pueden tener cierta preferencia por determinados colores, hay que aclarar que el potencial del color de un vino es el resultado de las labores culturales en el viñedo sumadas a la variedad de uva, su código genético y desde ya el procesamiento en bodega.
En segundo lugar hablaremos de la limpidez. Y ¿de qué hablamos cuando hablamos de la limpidez del vino? Decimos que un vino es "claro" o "limpio" cuando los haces de luz que lo atraviesan no se dispersan en exceso. Así la claridad u opacidad del vino podrán evidenciar la presencia de defectos. Por eso, en general, están mejor valorados los vinos limpios o sin partículas en suspensión. Pero hay que recordar que casi todos los vinos tienen algunas partículas en suspensión, en especial en aquellos vinos que no fueron filtrados. Y hay que subrayar que solo una cantidad muy elevada de estas partículas serán indicio de un posible defecto.
Por eso, es importante tener en cuenta que limpidez y brillo no son lo mismo. En general un buen vino no suele estar turbio o con partículas en suspensión. Aunque actualmente hay muchos vinos orgánicos y/o naturales que no se filtran y pueden presentarse a la vista un tanto turbios y opacos. Esta información se suele encontrar en la etiqueta ya que sino los vinos sin brillo suelen ser vinos con baja acidez y en consecuencia algo insípidos.
La tercera parada será la fluidez. Esta se apreciará al girar la copa para que el vino pase por sus paredes. Así algunas gotas quedarán adheridas, formando las famosas lágrimas.
En función del grosor de estas lágrimas y analizando la velocidad de caída, podremos intuir al cuerpo del vino. Cuando las lágrimas son más bien densas y caen de forma más lenta, tendremos un vino más graso y con más alcohol, por lo que ese vino tendrá más cuerpo.
Si las lágrimas son más pequeñas y caen rápidamente, el vino será más ligero, con poca grasa y bajo contenido en alcohol.
Entonces como regla, a más grado alcohólico, más glicerol y más densidad en el vino. Por lo tanto, a mayor grado de alcohol, mayor densidad.
Además del alcohol, la formación de la lágrima siempre estará directamente relacionada a la cantidad de azúcar residual que tenga el vino. Así, a más azúcar, habrá más presencia de lágrima y mayor densidad.
El cuarto atributo que apreciamos a primera vista es el ribete, es decir, el color del vino que se encuentra próximo al borde de la copa. ¿Para qué sirve? Entre otras cosas para determinar la edad del vino.
¿Y cómo podemos saber la edad del vino desde el ribete? Para poder apreciarlo vamos a inclinar la copa a unos 45º sobre un fondo blanco. En los tintos el ribete lo vamos a observar en la parte superior de la copa. Y en los blancos en la parte inferior. Según la edad del vino, el ribete irá mutando su tonalidad. En los vinos blancos jóvenes se presenta más bien verdoso o color pajizo y en los más añejos aparecen tonalidades más apagadas y amarronadas. En los tintos añejos puede haber toques anaranjados, marrones o color ladrillo, mientras que los tintos jóvenes suelen presentar ribetes púrpuras, magentas o violáceos.
Entonces, ¿por qué es tan importante el color? Básicamente porque es lo que seduce y llama la atención del vino apenas lo vemos. Es cierto que en general tiene un papel totalmente secundario y nadie suele confesar que eligió un vino por su color, pero según el color del vino y la concentración gustativa podremos deducir el año de cosecha o la uva con la que fue elaborado el vino.
Como regla, cuanto más intenso y profundo es el color de un tinto, mayos será su contenido en tanino y su estructura en boca. Inclusive la acidez y madurez de un tinto podrían determinarse al observar detenidamente los reflejos azules o marrones.
Más allá que algunos consumidores pueden tener cierta preferencia por determinados colores, hay que aclarar que el potencial del color de un vino es el resultado de las labores culturales en el viñedo sumadas a la variedad de uva, su código genético y desde ya el procesamiento en bodega.
En segundo lugar hablaremos de la limpidez. Y ¿de qué hablamos cuando hablamos de la limpidez del vino? Decimos que un vino es "claro" o "limpio" cuando los haces de luz que lo atraviesan no se dispersan en exceso. Así la claridad u opacidad del vino podrán evidenciar la presencia de defectos. Por eso, en general, están mejor valorados los vinos limpios o sin partículas en suspensión. Pero hay que recordar que casi todos los vinos tienen algunas partículas en suspensión, en especial en aquellos vinos que no fueron filtrados. Y hay que subrayar que solo una cantidad muy elevada de estas partículas serán indicio de un posible defecto.
Por eso, es importante tener en cuenta que limpidez y brillo no son lo mismo. En general un buen vino no suele estar turbio o con partículas en suspensión. Aunque actualmente hay muchos vinos orgánicos y/o naturales que no se filtran y pueden presentarse a la vista un tanto turbios y opacos. Esta información se suele encontrar en la etiqueta ya que sino los vinos sin brillo suelen ser vinos con baja acidez y en consecuencia algo insípidos.
La tercera parada será la fluidez. Esta se apreciará al girar la copa para que el vino pase por sus paredes. Así algunas gotas quedarán adheridas, formando las famosas lágrimas.
En función del grosor de estas lágrimas y analizando la velocidad de caída, podremos intuir al cuerpo del vino. Cuando las lágrimas son más bien densas y caen de forma más lenta, tendremos un vino más graso y con más alcohol, por lo que ese vino tendrá más cuerpo.
Si las lágrimas son más pequeñas y caen rápidamente, el vino será más ligero, con poca grasa y bajo contenido en alcohol.
Entonces como regla, a más grado alcohólico, más glicerol y más densidad en el vino. Por lo tanto, a mayor grado de alcohol, mayor densidad.
Además del alcohol, la formación de la lágrima siempre estará directamente relacionada a la cantidad de azúcar residual que tenga el vino. Así, a más azúcar, habrá más presencia de lágrima y mayor densidad.
El cuarto atributo que apreciamos a primera vista es el ribete, es decir, el color del vino que se encuentra próximo al borde de la copa. ¿Para qué sirve? Entre otras cosas para determinar la edad del vino.
¿Y cómo podemos saber la edad del vino desde el ribete? Para poder apreciarlo vamos a inclinar la copa a unos 45º sobre un fondo blanco. En los tintos el ribete lo vamos a observar en la parte superior de la copa. Y en los blancos en la parte inferior. Según la edad del vino, el ribete irá mutando su tonalidad. En los vinos blancos jóvenes se presenta más bien verdoso o color pajizo y en los más añejos aparecen tonalidades más apagadas y amarronadas. En los tintos añejos puede haber toques anaranjados, marrones o color ladrillo, mientras que los tintos jóvenes suelen presentar ribetes púrpuras, magentas o violáceos.
¡Importante! Cuando aparece una gran variación entre el color del ribete y del cuerpo del vino, puede indicar que un vino es más añejo, ya que un color en degradé más progresivo nos indica que estamos ante un vino más joven.
Por último, la capa se refiere a la intensidad o profundidad del color del vino. Esta es de vital importancia ya que si a primera vista observamos un vino más o menos intenso nos adelantará el cuerpo que tendrá una vez que lo llevemos a la boca. Así una capa alta aparece cuando el vino tiene más cuerpo. Y por otro lado, una capa baja suele estar en vinos que serán más ligeros en el paso por boca.
Por último, la capa se refiere a la intensidad o profundidad del color del vino. Esta es de vital importancia ya que si a primera vista observamos un vino más o menos intenso nos adelantará el cuerpo que tendrá una vez que lo llevemos a la boca. Así una capa alta aparece cuando el vino tiene más cuerpo. Y por otro lado, una capa baja suele estar en vinos que serán más ligeros en el paso por boca.
MARIANA GIL JUNCAL
Fuente: Vinetur
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