-¡Pasión!
Habría de responderle de manera vehemente el maestro panadero en respuesta a su ayudante, luego que tímidamente le hubiera formulado la pregunta que ¿cuál era el ingrediente más importante a la hora de hacer pan?
-¡Pasión!, sin pasión no lograrás nada en la vida, todo se logra cuando lo que haces está sazonado con el ingrediente que es capaz de tumbar muros, de conquistar el corazón de una mujer, de preparar los platillos mas fantásticos, de hacerte sentir el dueño de tus esfuerzos, de tus logros, de tu vida.
-¿Pero cómo cuantificar la pasión?-, le volvería a preguntar aquel osado ayudante.
-La pasión es como la lealtad, o eres totalmente leal o no lo eres, o eres apasionado o no lo eres, no admite mitades, nadie es medio leal o medio apasionado, y como ejemplo podría decirte que, a la hora de elaborar un pan, la harina es la misma para todos los panaderos, al igual que la levadura, la sal y el agua, lo único que diferencia el pan que tú hagas es la pasión, haz la prueba y verás. Te pregunto, ¿si el panadero de la otra esquina tuviera mi misma pasión no lograría cautivar a tanta gente como nosotros? Si no me crees, ¡asómate a la ventana y ve como está mi colega!
-Nadie maestro, nadie en la panadería.
-Te apuesto a que sus panes son aburridos, sin nada que los diferencie de los demás, sin esa chispa que hace que las personas siempre vuelvan como autómatas a la misma hora para disfrutar de los olores, ése que embriaga, del pan recién horneado, de aquellos panes que son capaces de poner nuestros sentidos en disputa entre ellos; el tacto al sentirlo, el olfato al olerlo, el gusto al probarlo y el crujiente que se adueña de nuestros oídos. Pocos platos dentro de la gastronomía gozan de la capacidad de hacernos usar todos nuestros sentidos a la hora de comer; y si hay pocos, los panes están siempre presentes para deleitarnos sin remordimientos.
A pesar de lo gráfico que era su maestro, al joven panadero se le hacia a veces complicado entenderle, ya que para él, todo lo que podía mezclarse en la panadería tenía un fin y no era otro que hacer pan, no importándole si fuese dulce o salado, con especias o frutas, redondo o cuadrado, al final siempre era pan.
Mucho tiempo pasó para que el joven entendiera que el ingrediente más importante era la pasión, y era de esperar ya que la juventud de aquel muchacho poca importancia le daba a las explicaciones de su maestro, hasta que un día el amor le picoteó y se vio en la necesidad de demostrar cuán especiales eran sus panes.
La frustración se hizo su sombra, no lograba cautivar a los ojos más dulces del pueblo, y por más que se esforzaba, caía de rodillas a punto de llorar cuando sus panes se parecían a los de aquel panadero de la esquina, aburridos, sin chispa, sin alma.
Nuevamente acudiría a su maestro para contarle su desgracia. -¿Por qué no logro agregarle ese ingrediente que para usted es la esencia de su vida? ¿Cómo hago para lograr encontrar la pasión de la que usted tanto me ha hablado?
El maestro le oyó con atención, y de anécdotas sus prosas se adornaron y sólo le pidió que al cuento pusiera esmero, que quizás de esa manera entendería como la pasión haría cautivar los sueños de aquella hermosa muchacha.
Atentamente el joven atendería, y sólo el maestro le diría que para hacer un buen pan solo en ella pensaría. La blanca harina su piel reflejaría y con ella lograría moldear su estilizada figura; con el agua pura y cristalina sus cabellos bañaría; sólo con la justa medida, la levadura haría el trabajo de hacer crecer aquel amor que apenas comenzaría; y la dulzura de aquellos ojos, con una pizca de sal se equilibraría; con sus manos y con movimientos sincronizados, una escultura moldearía, dándole la forma y la simetría de sus curvas en perfecta armonía. Luego, como todo gran amante de paciencia, se llenaría hasta ver crecer su amor sin fronteras y alegría. Solo el calor al rescoldo de su espera, hará que el color y el olor se fundan en un tú y yo de antología.
El joven panadero entendió que la pasión y el deseo de la mano andarían y que cada vez que en ella pensara sus panes recordarían. Nunca fue tan feliz hasta que el amor le llegó, jamás el pensó que aquella explicación a su maestro agradecería. Desde ese día, el maestro, como norma cumpliría que cada vez que un joven a su taller llegara, como primera lección de panadería, de una mujer se enamoraría.
N.E.: Con esta metáfora quiero describir el proceso de elaboración del pan, desde el amasado hasta el horneado y, por supuesto, sus ingredientes básicos: harina, agua, sal y levadura, hasta que se logra el producto final. La pasión es el ingrediente más importante en lo que hagamos, sólo el resultado final dirá que tan apasionados hemos sido.
Humberto Silva
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