En anteriores entregas, comentamos sobre el origen del tenedor y de la cuchara, elementos indispensables para nuestra mesa y nuestro ritual gastronómico. Quedaba pendiente el último miembro de este trío, aunque no significa que fuera el menos importante. Me atrevería a decir que de los tres, el cuchillo es el instrumento que lleva la historia más interesante: la de la civilización del hombre, de cómo éste fue separando la barbarie de la humanidad.
A diferencia de sus otros dos compañeros, el cuchillo representó en sus inicios la fuerza, el dominio y la autoridad que el hombre requería ante ciertas situaciones. Cabe destacar que su creación no fue directamente para proveer alimento, esto resultaría una consecuencia de su primera y real función: Defensa.
Cuando el hombre logra descubrir la manera de alear ciertos materiales (incluso antes de la edad del metal) para obtener una mezcla lo suficientemente dura y crear una herramienta penetrante, el hombre se aferra a este instrumento multiuso, ya que le servía para protegerse de los animales y de los enemigos, para cazar e incluso para determinar el liderazgo en su grupo.
Su mayor auge lo alcanza justamente en la Edad Media. Una época en que el uso del cuchillo se volvió una locura entre los hombres. Lo usaban tanto para comer como para malograr al enemigo. Las escenas de una taberna que hemos visto en películas -viene a mi mente una escena de la película “El Señor de los Anillos”, en la que Frodo entra a una de ellas en espera de Gandalf-, donde los hombres comen y beben, pero a su lado tienen la espada y en alguna parte del cuerpo el cuchillo, era el día a día de aquella época. Y es que el poder que ofrecía este elemento era adictivo y los hombres lo demostraban tantas veces fuera necesario (o provocado). Incluso el nivel social se medía por la cantidad de cuchillos que el hombre cargara. Si era uno para todo, era plebeyo; pero si tenía uno para la comida y otro para el enemigo, era un noble.
Pero esta locura conllevó a que en el siglo XVIII, durante el Reinado de Felipe V, se prohibiera la fabricación y uso de los cuchillos; y con Carlos III, se aplicaban castigos de cárcel que podían ir de 2 a 6 años. Esta prohibición fue lo que detuvo la ambigüedad en la que se encontraba el cuchillo, era perentorio hacer una diferencia entre el arma y el utensilio.
La primera diferencia comenzó con la elaboración y uso de la navaja para tareas caseras y nada peligrosas, como por ejemplo abrir la correspondencia; el cuchillo de mesa ya no era afilado, su punta fue redondeada para evitar juegos pesados (y dolorosos); y los cuchillos como utensilio, se usaban donde debían usarse: en la cocina.
A partir de allí, el cuchillo comenzó su proceso de reinvención. Para finales del siglo XIX y principios del XX, la implementación de nuevos materiales en la elaboración de los cuchillos, y el estudio e investigación para fabricar distintos tipos de cuchillo según los alimentos y usos, dio paso a la variedad que en la actualidad conocemos.
Hay algo que no ha perdido el cuchillo a pesar de los años y de sus cambios y es esa sensación de poder que se despierta cuando se ase uno en la mano. Díganme mis amigos cocineros si me equivoco, pero creo que algo de magia hay en este instrumento que lo liga, como ningún otro utensilio, a la creación culinaria.
Walezca Barrios
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