El helado en la cultura culinaria venezolana, siempre ha sido visto más como golosina, que como postre. Los carritos de helados han ayudado a afianzar esta idea, que además ha encontrado en el oído un magnífico refuerzo. Basta escuchar la música dulzona y pegajosa que los anuncia, cuando se hace inevitable no evocar una barquilla, una paleta o una tinita.
En un paladar con una marcada tendencia hacia los sabores dulces, el helado ha sido aceptado sin dificultad, hecho al que se suma un clima cálido que invita a disfrutarlo durante todo el año y no lo hace estacional.
Se tienen registros que la primera heladería en tierras criollas, se estableció en la ciudad de Mérida, a mediados del siglo XIX donde su proximidad con la Sierra Nevada, le permitía tener acceso a grandes bloques de hielo transportados en mula. Años después, llegó a Caracas, cuando el hielo se traía en barco desde Estados Unidos y su arribo al valle era un gran acontecimiento.
Desde 1880 se comenzó a fabricar hielo en el país y coincide con la primera gran migración de italianos, quienes trajeron entre sus recetarios el gusto y el conocimiento de los helados. Desde el primer momento lo hemos acogido, le hemos impreso nuestra impronta gustativa y es tal vez la golosina más popular.
Pero, ¿por qué no lo incorporamos con más frecuencia a los postres, o lo incluimos como parte fija del menú? El helado es versátil, un acompañante de excepción de tortas, galletas, tartaletas, en especial en el caso donde se puede jugar con las temperaturas. Cómo resistirse a la combinación de una ración tibia de brownie con un helado.
Pero también resulta un magnífico relleno de panettones, brazos gitanos, profiteroles o un postre en sí mismo, combinando sabores en tortas como el caso de las cassatas o tartufos de la gastronomía italiana.
El helado gusta a todos. Incorporarlo como cierre del menú es un éxito asegurado, que en clima cálidos como el nuestro añade la ventaja de la frescura.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario