El miedo a esta epidemia está vaciando los restaurantes asiáticos de nuestro paísCualquier tipo de epidemia con visos de convertirse en pandemia suele sacar lo peor de nosotros, y con la excusa del miedo o la desconfianza, dejamos muestras de un racismo atávico que emerge a la mínima que nos dan la oportunidad.
Un restaurante chino de Barcelona (Llibert Teixidó - Llibert Teixidó)
El caso del coronavirus surgido en China es un ejemplo ejemplar, en un sentido negativo de la redundancia. Desde que surgieron las primeras noticias de la epidemia, el alarmismo se expandió a escala planetaria apoyado por unas imágenes llegadas de un país que ha hecho del secretismo el mejor de sus tesoros y la peor de sus tragedias, como corresponde a cualquier dictadura.
"Desde que surgieron las primeras noticias de la epidemia, el alarmismo se expandió a escala planetaria”
Dicen, que el virus es de origen animal y que surgió de las incomestibles bestias vendidas en un mercado de Wuhan que, a ojos del hombre occidental, es la prueba fehaciente de una sociedad enferma. Los que siempre han asegurado que en China sólo hay mierda se frotan las manos.
Perros, gatos, murciélagos, serpientes, el catálogo cárnico ha ido acompañado de fotografías de chinos que, como diría Torrente, “con esos ojos rasgados, y ese vampiro abierto en canal como si de la mejor langosta se tratara, son chinos y solo pueden ser chinos” , no han hecho más que despertar un racismo dramáticamente esperpéntico. Hay animales cuyo consumo nos puede parecer vomitivo e inmoral, pero cabe recordar, que la cocina china es una de las grandes gastronomías mundiales, sino la mejor.
"Dicen que el virus es de origen animal y que surgió de las incomestibles bestias vendidas en un mercado de Wuhan”
Agotadas las mascarillas, cualquier vecino asiático se ha convertido en un sospechoso portador del maligno coronavirus y como en una mala versión de La invasión de los ultracuerpos, es señalado como un apestado al que hay que lapidar. Con ese alarmismo tan de tertulia de bareto prostibulario, era de esperar que los primeros en sufrir el pecado original fueran los restaurantes chinos a los que ahora no va ni Tian, que es como los chinos denominan al dios supremo.
Cierto es que muchos de los establecimientos chinos y sus regentes no lo han puesto fácil. Cartas incomprensibles con cien mil platos inescrutables; restaurantes reconvertidos en japoneses cuyo pescado parece comprado a un estraperlista; ranchos de self-service cuyo precio-oferta invitan a mil y una suspicacias; … todo lo que se pueda decirse de estos restaurantes también es atribuible, pero, a muchos negocios occidentales que venden duros a cuatro pesetas.
"Era de esperar que los primeros en sufrir el pecado original fueran los restaurantes chinos a los que ahora no va ni Tian”
Después de que pase esta vorágine de insensateces, cabría esperar que volviera la racionalidad y que los restaurantes buenos, que los hay, que ofrecen una magnífica muestra de la vasta e imperial cocina china pudieran ser absueltos para deleitar de nuevo a sus clientes, por ejemplo, con una magnífica hot pot. El día que vuelva la normalidad, ganarán los hombres y mujeres a las que les gusta comer y perderán aquellos que se sirven de cualquier situación para sacar los peor de una sociedad necesitada de adversarios.
En la última rueda de prensa, el Embajador chino en España ha dicho que “el enemigo es el virus y no los ciudadanos de la República Popular China”. T iene razón, el señor Embajador. Pero el secretismo habitual y la censura mediática impuesta por el gobierno de su país para que nada relacionado con el coronavirus escape del control del Gran Hermano, tampoco ayudan a devolver la normalidad y que no paguen justos por pecadores.
DANIEL VÁZQUEZ SALLÉS
Fuente: La Vanguardia
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