El Gourmet Urbano: FIAT PANIS

domingo, 27 de febrero de 2011

FIAT PANIS

Humberto Silva (@DeCastaLifeFood): El bizcocho: Aliado del descubrimiento de América

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¡Tierra a la vista! Gritaría Rodrigo de Triana con todas sus fuerzas, aquella tarde del 12 de octubre de 1492, cuando apostado en la cofa del mástil mayor, divisó a lo lejos la silueta de una inmensa masa de tierra, luego de un mes de travesía por el Atlántico, padeciendo todas las vicisitudes que acarrea un viaje de esa magnitud. Seguramente, antes de dar ese frenético grito estaría engullendo un insípido y duro bizcocho como parte de su almuerzo junto a una libra de carne salada, un cuarto de libra de legumbres secas o de arroz, un litro de agua y tres cuarto de litros de vino, todo eso como parte de su ración diaria a bordo de la Nao Santa María.
 
El bizcocho era un pan cocido dos veces, de allí su nombre; era una de las provisiones más importantes de la dieta en alta mar. Todas las naves llevaban en sus viajes cantidades suficiente para calmar el hambre a bordo, el mismo era un pan tostado, muy parecido a los de hoy día, pero menos esponjoso, lo cual aseguraba las condiciones de durabilidad durante los viajes. Generalmente, para poderlo consumir, había que remojarlo en agua dulce o en las sopas, y algunas veces en vino como complemento calórico de los desayunos.
 
Cristóbal Colón conocía, por sus experiencias en navegación, que el almacenamiento prolongado del bizcocho podía producir enmohecimiento. Por esa razón le solicita a los Reyes Católicos que, para el abastecimiento de las carabelas, le diera la provisión en tres formas diferentes: como pan ya cocido dos veces, como harina y simplemente como trigo. Como constancia de tal petición a los Reyes, cito un extracto del diario de Colón en su tercer viaje, escrito en castellano antiguo.
 
“…para los abituallar y ser la gente mantenida es menester que sea desta manera: la tercia parte del viscocho que sea bueno y bien sazonado y que no sea añejo, por que se pierde la mayor parte d´ ello, y la tercia parte que sea de farina salada y que se sale a tiempo de moler, y la tercia parte en trigo”.
 
El bizcocho también sale a relucir en los viajes del navegante Magallanes, cuando hace énfasis en el requerimiento de 2.078 quintales, 12 arrobas y 75 libras del preciado producto. A diferencia de los 800 quintales de bizcocho que usaría Colón para su última expedición, hace suponer que los viajes del portugués eran sumamente costosos y los del genovés habrían costado una cuarta parte de los viajes de Magallanes.
 
En algún viaje hecho por Vasco de Gama en 1498, la dieta diaria a bordo se calculó en media libra de bizcocho. Un siglo después, en la expedición de Fernández de Quiroz a las islas del Pacífico, la ración era abundante y rondaba en libra y media de bizcocho por tripulante, entre otros productos. El Duque de Medinaceli, al ser designado como gobernador de los Países Bajos, lleva en su flota libra y media (690 gramos) de bizcocho como ración para la tripulación, el cual a su vez, servía como soporte de la carne seca o el pescado salado, algo así como una suerte de plato comestible.
 
Ahora bien, luego de entender todos los inconvenientes de la alimentación presentados en los viajes hacia América -donde las provisiones eran calculadas-, se les presentaba otro inconveniente al regreso: poder adaptar los productos encontrados en las tierras recién descubiertas para soportar el camino de retorno con productos que eran desconocidos para ellos. La verdad, a mi manera de ver, debieron ser días extremadamente difíciles para soportar el retorno a casa, con escasos conocimientos de lo que estarían comiendo.
 
A medida que pasaba el tiempo, los españoles se fueron acostumbrando a los nuevos alimentos y, a su vez, añadiéndolos a su dieta. Tal fue el caso del casabe o la yuca, el cual Colón, en su segundo viaje, lo llamó “pan de la tierra, que le querían más que al trigo”, en clara alusión a los moradores de nuestras tierras, aunque los españoles sólo lo aceptarían en el caso de carecer del trigo. El maíz, como nuestro aporte al Viejo Mundo, también tuvo su importancia para la alimentación en el retorno a casa y, poco a poco, al igual que ese gran intercambio de productos, fueron conquistando los estómagos de los españoles.
 
La historia esta llena de anécdotas, referencias y de un pasado que nos hace recordar quiénes somos, qué aportamos y qué recibimos. Si el bizcocho fue la fuente fundamental para la alimentación en alta mar, entre otras que he mencionado, también lo fueron aquellos productos que formaron parte de la manutención diaria en el regreso a casa. El bizcocho, como centro de este artículo, estará en la historia gastronómica de aquellos hombres que, lanzados a la aventura de un viaje en la búsqueda de las especias -con la creencia de haber llegado a las Indias occidentales-, más bien descubrieron una gran despensa de maravillosos, únicos y exóticos productos provenientes de nuestra gran América.


Humberto E. Silva
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