domingo, 3 de abril de 2011
@Walezca Barrios: Historias cortas de la Gastronomía. ¿quién inventó qué? - El Tenedor
Ambiente a media luz, un jazz de fondo, el aroma de una pasta con salsa de tomates frescos y albahaca comienza a hipnotizar los dedos de nuestras manos que, con gran elegancia, caen delicadamente sobre el tenedor para asirlo entre ellos, conducirlo al plato, enrollar un poco de la pasta en él y proceder lentamente a probar ese bocado cuando...
¡Instrumentum diaboli!
Tan desagradable como el sonido de cuando se detiene la música a la mitad del acto más sublime de un “Carmina Burana”, tuvo que haber sido el momento que vivió Teodora, esposa de Doménico Selvo, Duque de Venecia, cuando San Pedro Damián gritó esa frase en rechazo a ese objeto “de dos dientes punzantes” que ella había traído desde el Imperio Bizantino a la mesa veneciana en el siglo IX. Escuchar esto en nuestro tiempos nos arrancaría carcajadas, pero en aquel momento no pongo en duda que Teodora sí hubiera querido darle el uso que San Pedro Damián gritaba desde el pulpito.
Ahora, es importante acotar algo en este punto de la lectura antes de continuar con el origen del tenedor. Recordemos que los dedos fueron los primeros instrumentos del hombre para llevar el alimento a la boca, pero el hombre en su evolución iba desarrollando códigos de buenas maneras: de comer con las manos tal cual bárbaros y limpiarse con lo que encontraran a su paso, fueron institucionalizando ciertas reglas a medida que se avanzaba en el tiempo. Ya para el siglo XIV, la gente asía pedazos pequeños de alimentos con solo 3 de los 5 dedos que tenemos (ya sabemos de donde sale la costumbre del meñique estirado), usaban los aguamaniles para remojar sus dedos o se limpiaban en el mantel o en la servilleta, cualquier cosa era mejor que chuparse los dedos. De hecho, era muy chic que las mujeres comieran usando guantes.
Pero decir a quién se le ocurrió crear un instrumento que emulaba la acción de nuestros dedos al comer no se sabe, lo que sí está documentado (y expresado a viva voz) fue el rechazo que el tenedor tuvo en sus comienzos. Las razones fueron varias, una de ellas fue la religiosa. Ese utensilio que representaba el tridente del demonio causaba un gran rechazo en los representantes de la Iglesia, la Iglesia dominaba en aquellos siglos, y lo que decía la Iglesia, para la gran mayoría era Ley.
El rechazo también fue social. Si bien la sociedad busca de evolucionar, ésta siempre ha sido muy dura con aquellos que traen ciertas mejoras para los hábitos sociales. Aquí, nuestra víctima histórica más representativa fue Enrique III de Francia, conocido por su “alta delicadeza real”, y quien impulsó la moda de usar este instrumento que había traído de Venecia. A la corte le pareció demasiado afeminado, y eso aunado a ciertos hábitos de Enrique III, retrasó aún más el establecimiento del tenedor como parte del ritual culinario. Y digo que lo retrasó, porque otros cortesanos, de mente un poco más abierta, sí vieron la utilidad del tenedor como un instrumento cómodo para llevarse los alimentos a la boca, ya que en aquella época se utilizaban las famosas gorgueras almidonadas, muy de moda, pero bien incómodas a la hora de comer y el tenedor facilitaba la ingesta de alimentos.
La tercera razón -y la más jocosa de todas- fue la falta de pericia de la gente al utilizar este instrumento. Muchos se pinchaban y se causaban heridas de profundidad (literalmente) en cara, boca y lengua. Y al igual que la servilleta, la gente hizo de todo con el tenedor antes de usarlo como lo hacemos nosotros: algunos, sobre todo las mujeres, lo llegaron a usar como mondadientes; otros para clavar en mesas y paredes otros objetos; y otros tantos para juguetear (de manera peligrosa) con él.
Ya para el siglo XVIII, el tenedor estaba donde debía estar en los códigos de las buenas maneras, y comenzó, poco a poco, su transformación de ser una “forchetta” de 1 ó 2 dientes a 4 dientes y en sus distintas versiones como las conocemos en nuestros tiempos.
Supongo que si Teodora estuviera presente, correría hacia el púlpito, con una gran sonrisa en su rostro y a todo pulmón gritaría:
¡Ab apostolis approbata!
Hasta la próxima
Walezca Barrios
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