Diez años más tarde estoy con él, en Mendoza. Hoy es estudiante de enología y desde 2007 que produce pequeñísimas cantidades de vino, de una manera artesanal. Leonardo es un tipo reservado, algo tímido quizás. Y se ve nervioso. Es, sin dudas, la primera vez que muestra sus vinos a un tipo que se dedica a escribir sobre lo que él hace y me imagino que mostrar lo que uno hace con tanto cariño, provoca nervios. Es como revelar algo que uno quiere y tiene escondido. "El vino para mí es un conjunto de alegrías; significa vida y una serie de cosas que no puedo explicar con palabras", me dice.
La mayor parte del tiempo, en mi trabajo tengo que probar vinos hechos en grandes cantidades, vinos hechos de manera masiva para conquistar el mercado. Tras estos vinos también hay pasión y ganas y fuerza y muchas veces también hay personas como Leonardo, que vibran y se ilusionan con lo que hacen. Pero descubrir a productores como él sigue siendo una de las facetas más alucinantes de lo que hago, una sorpresa que se encuentra en donde menos uno la espera.
Probamos dos de sus vinos. El primero, un cabernet sauvignon, no me dice mucho. No hay nada allí que se revele especial, nada que traduzca la pasión contenida, disfrazada de timidez, que emana de Leonardo. Es en su malbec, sin embargo, que todo se ilumina. El hace apenas 350 botellas de este tinto y no, no se trata de un malbec fuera de serie, ni un vino que pretenda cambiarnos la vida. Más bien es un malbec puro, tan condenadamente puro que es capaz de transportarme al origen del encanto de esta cepa, a las razones por las que hoy el malbec argentino es tan popular y deseado en el mundo.
Pureza, cero ambición, fruta madura y suave, cristalina. Un vino que hace que todos los que estamos allí nos detengamos y brindemos, que dejemos los tecnicismos, las notas de cata, los escupideros y nos lo bebamos, así, por el puro placer de beberlo, pero también por el simple placer de la sorpresa, de haber encontrado algo de un valor que no se mide con monedas.
Leonardo, en el futuro, terminará de estudiar enología y quizás lo contrate una bodega que le exija muchas más de las 350 botellas que hoy él hace con pasión. Puede que en el futuro olvide ese malbec y se concentre en lo que el mercado quiere en vez de lo que él, como ser humano, necesita hacer con esos pocos kilos de uvas que compra. Puede que suceda eso porque todos crecemos y nos vamos olvidando de lo que alguna vez soñamos, nos olvidamos de lo que nos movía en un comienzo. Sin embargo, ese malbec está ahí para recordarle a Leonardo que un día del mes de agosto de 2012 su vino provocó que el mundo se detuviera y brindáramos por él, por su ingenuidad y por todo lo que las palabras, como él dice, no pueden explicar.
Por: PATRICIO TAPIA ESPECIAL PARA EL TIEMPO
Fuente: eltiempo.com
No hay comentarios. :
Publicar un comentario