“Aaron quería meterse de cabeza y nadar en el queso… nos mostraba que era de mucho placer lo que él estaba viviendo”.
FOTO Aaron Gabriel Barroso
Fotos cortesía Sorelia Franco.
Para entonces tenía siete años y su madre, Jessica Jiménez de Barroso, quería que su primogénito entrara en contacto con el llano, su naturaleza y las faenas propias de la región.
Fueron unas vacaciones inolvidables que comenzaron con algo de miedo porque Aaron había sido diagnosticado como un niño epiléptico con alto grado de funcionamiento dentro del espectro autista y como madre, debía tomar precauciones para resguardarlo pero al mismo tiempo quería brindarle nuevas experiencias y aquella, definitivamente, resultó absolutamente mágica y trascendental para el pequeño y su familia.
Fuera los miedos bienvenida la magia
Aaron Gabriel desde temprana edad mostró su gusto por todo lo sensorial. En sus terapias ocupacionales siempre se permitía tocar y sus padres apostaron a estimularlo con experiencias sensoriales como equinoterapia, delfinoterapia, y actividades en el agua.
Siempre se preocuparon porque su hijo tuviera mucho contacto con la naturaleza y poco a poco se dieron cuenta que esto lo calmaba. Lo llevaron a playas, montañas y un buen día Jessica se topó con una revista en la cual reseñaban una travesía llanera de amaneceres con canto y ordeño, de hombres a caballo, verdes infinitos, faenas, colores y sabores que le hicieron pensar que serían un buen regalo para su hijo.
Aquella travesía tenía nombre y apellido, Sorelia Franco, quien por muchos años se había dedicado a llevar turistas nacionales e internacionales para que se enamoraran de nuestros llenos. Ahora ella tendría un reto mayor, hacer del llano la mejor terapia para Aaron
“Yo le expliqué muy bien a Sorelia sobre la condición de Aaron” comenta Jessica, quien obtuvo de ella todas las respuestas para dejar a un lado el miedo y que la magia ocurriera.
La integración del niño con el entorno.
Aaron y su familia salieron rumbo al estado Guárico donde lo esperaba Sorelia quien les había organizado una travesía donde el niño tuvo la oportunidad de montar caballo, ordeñar vacas, hacer quesos y que también tuvo momentos en que “se ponía a seguir el camino de hormigas a jugar con maticas y eso lo calmaba”.
El día que hicieron el queso, “vimos a un Aaron que quería meterse de cabeza y nadar en el queso, nos mostraba que era de mucho placer lo que él estaba viviendo”. Participar en esta actividad, dejar que ayudara en otras tareas llaneras y que por algunos días se le permitiera encargarse de abrir la puerta del fundo donde se hospedaron, “permitió que se sintiera parte del entorno, lo cual fue muy positivo”, asegura su madre.
“Nuestro primer encuentro con el llano fue mágico… Sorelia hizo que mi hijo se enamorara del llano y para mi ese valor asentado en esta generación es muy importante”.
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