Nos vamos a la ciudad del vino por excelencia para conocer todos los detalles de este curioso dato que se remonta a la Edad Media.
Vinos de Burdeos, de la Toscana, de La Rioja o de Ribera del Duero. Todos con sabores diferentes, pero con una cosa en común: las botellas contienen 750 ml de vino, ni uno más ni uno menos. Pero, ¿por qué las botellas de vino no son de un litro? Esto tiene su explicación y tiene que ver con los ingleses.
Hay varias teorías al respecto -se ha hablado del consumo medio durante una comida o del resultado de extraer un kilo de uvas-, pero, para conocer la teoría más extendida sobre el origen de las botellas de 750 ml nos tenemos que ir muy lejos en el tiempo.
Bodegas medievales de Burdeos.Isa Espín
Si paseamos por las calles de Burdeos, podemos apreciar unas pequeñas puertas de no más de medio metro entre sus portales. Nos remontamos a una época en la que todavía no se usaba el envase de vidrio (no fue hasta el siglo XVII que se empezó a utilizar botella de cristal) -y, por supuesto, tampoco los ascensores- por lo que los bordeleses, que necesitaban unas condiciones idóneas para preservar el vino, almacenaban barricas que introducían en el interior de los edificios por esas pequeñas puertas.
Existen diferentes tamaños de botellas de vino en el mercado, así como ediciones especiales más grandes, pero el tamaño estándar es de 750 ml.
El mercado inglés era uno de los más importantes de la época, por lo que les resultaba más fácil comerciar con galones que con litros. La unidad de volumen de los ingleses era el 'galón imperial', equivalente a 4,5461 litros. Para redondear, los bordeleses comerciaban con barricas de 225 litros o lo que era lo mismo 50 galones, que corresponde a 300 botellas de 750 ml.
El 'cannelé', el acompañamiento ideal
El 'cannelé' de Burdeos: postre hecho con harina, huevo, vino y vainilla.Isa Espín |
¿Con qué acompañamos un vino de Burdeos? Siguiendo con la tradición bordelesa, vamos a acompañar esta cata con otra historia gastronómica perteneciente al postre de Burdeos por excelencia: el cannelé.
Aunque no es de gusto de todos, el cannelé es el indiscutible clásico entre los postres franceses. Aunque tiene aspecto de flan, su textura es crujiente por fuera y esponjosa por dentro con un sabor semejante al de los churros. Con una cáscara caramelizada hecha con ron y vainilla, aunque ya se hacen variedades de todo tipo.
Como muchos de los platos tradicionales, el cannelé surge del ingenio de la gente con pocos recursos. En aquella época las claras de huevo se utilizaban para el clarificado del vino y se desechaban las yemas.
"Los orígenes del canelé son inciertos, pero la historia cuenta que nacieron en el convento de los Annonciades en Burdeos. Las monjas los hacían para los pobres con el trigo recuperado en los muelles -caídos de las bodegas de los barcos o de sacos rotos- y las yemas de huevo no utilizadas por las bodegas del Quai des Chartrons. Las monjas añadieron a su receta ron y vainilla de las islas", sostiene la web oficial del Comité Regional de Turismo de Aquitania.
Con la Revolución francesa y el cierre del convento, este postre se perdió. No fue hasta los años 80 cuando un grupo de profesionales rescató el invento y se quedó para siempre en el corazón y el estómago de los bordeleses. Hoy es uno de los postres franceses más conocidos y hasta cuenta con su propia franquicia. Por suerte, no hace falta viajar hasta Burdeos para disfrutar de este postre. Los canelés típicos de Burdeos de Chicote triunfan y él mismo nos da la receta.
ISA ESPÍN
Fuente: 20 minutos
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