Hagamos el siguiente ejercicio: entremos a nuestra cocina e intentemos preparar y comer algún plato sin utilizar los cubiertos: sin tenedor, ni cuchillo y cuchara. Usando un poco de imaginación y la habilidad de nuestras manos, resolveremos el problema del tenedor (usando nuestras manos como pinzas) y del cuchillo (rasgando los alimentos con nuestras manos). Pero, ¿cómo consumimos un alimento pastoso o líquido? Sí, encontraríamos alguna solución rápida, pero llegará a nosotros algún alimento con estas características que desearemos consumir sin que nuestras manos tengan tanto contacto con el alimento. En ese punto inventaríamos “algo” que tuviera una forma cóncava para alimentarnos. Por ejemplo, un pedazo de pan, una concha de ostra, o algo que tenga cierto hundimiento para poder colocar el alimento y llevarlo a la boca.
Mi interés con este ejercicio es que noten que, en el caso de la cuchara, su necesidad nació desde el momento en que el hombre sintió la necesidad de algo que le permitiera trasladar alimentos pastosos de la fuente a su boca. Por tal razón, el único inventor de la cuchara fue “algún hombre”-o mujer- , el resto es historia.
Esta historia, según algunos expertos, comienza en la era paleolítica, cuando el hombre buscaba la manera de construir un utensilio que le permitiera consumir aquellos elementos que no podía contener en las manos. Y según la ubicación del hombre, éste se las ingeniaba para construirlo; aquellos que se encontraban cerca de las costas usaban conchas de mar, los de las montañas usaban pedazos de madera que limpiaban y pulían, y los que se encontraban internos en zonas boscosas usaba hojas fuertes que transformaban en pequeñas canaletas.
A medida que el hombre se fue haciendo sedentario y establece sociedades, el hombre ve la necesidad de hacer utensilios más duraderos. Aquí comenzaron a aparecer modelos rudimentarios de cucharas hechos con huesos, algunas piedras y arcilla cocida. Aún el hombre no contaba ni con los instrumentos ni con la técnica para trabajar el metal, así que recurrían a los materiales antes mencionados ya que los podían trabajar materiales fácilmente.
Pero, si bien su creación data de miles de años A.C, su uso no fue estrictamente culinario. Los Egipcios le dieron una función médica, ceremonial y religiosa. Sólo eran dignos de su uso los Faraones y la Familia Real. Así como los gatos, eran un objeto sagrado.
Las cosas no fueron diferente para los Griegos y los Romanos. ¿Recuerdan que ellos fueron los más ostentosos y excéntricos de la historia? Ya para esta época, el hombre tenía un mejor dominio de los metales, así que de ellos nacen las primeras cucharas hechas de oro, plata y bronce. Pero la cuchara seguía sin aparecer en las mesas. Era utilizada, más que todo, para la preparación de los alimentos y transvasar los alimentos de textura pastosa y líquida, o para uso exclusivo de la élite griega.
De hecho, en el mundo Romano habían 3 tipos de cucharas: La famosa “cochlea”, de quien se dice deriva el nombre que actualmente conocemos de cuchara, la cual era pequeña y puntiaguda y se usaba para vaciar y recoger huevos, mariscos y caracoles; la lígula era un poco más grande e ideal para las sopas; la trulla solo se usaba para transvasar líquidos. Incluso en el imperio Bizantino su uso seguía siendo para las clases más pudientes de Constantinopla o para uso en las ceremonias religiosas.
Pero cuando entran en la historia nuestros primeros maestros del protocolo, la cuchara toma un vuelco definitivo que la lleva a su sitial de honor. Los eruditos de la Edad Media comenzaron a ver su utilidad, así que la impusieron a los Nobles, y luego lo fueron extendiendo a las clases siguientes. ¡Ya era hora que los modales se fusionaran con el placer de comer!
La cuchara había encontrado su puesto y para comienzos del siglo XVIII ya era imprescindible en la mesa. Al fin, cuchara, tenedor, cuchillo, plato, copa y servilleta tomaban dominio del puesto que les pertenecía.
Desde luego, durante los siglos XIX y XX, comenzó el proceso de transformación en diseños menos ostentosos y más prácticos, pero sin dejar a un lado su uso esencial. Ya nuestros burgueses de la Edad Media hicieron su trabajo: ponerla en el sitio donde reina junto con el tenedor y el cuchillo. Y nosotros nos encargamos de cumplir con esta norma.
Sorprende un poco que lo que para nosotros es algo tan cotidiano, haya sido considerado demoníaco (como en el caso del tenedor) o sagrado y de uso religioso (como la cuchara). ¿Habrá tenido el cuchillo una historia diferente, o igual o más tumultuosa que los anteriores mencionados? ¿Lo dejamos para la siguiente entrega?
¡Hasta la próxima!
Walezca Barrios
No hay comentarios. :
Publicar un comentario