¡Mis queridos amigos! ¿Cómo están?
Suceden los días y en ellos me pregunto, una y otra vez, qué les gustaría leer, qué tema abordar, ya que con todo gusto compartiría con ustedes todo lo que implica mi quehacer, la integración de la psicología con la cocina. Hoy escogí entregarles mi vivencia con mi nutricionista, el haber asistido con ella hace un año, el haber acudido a ella el día de ayer y el inicio de mi dieta el día de hoy.
Espero que en estas las líneas encuentren una compañera de pensamiento y sentir, se sientan aliviados cuando piensen que una dieta es aburrida, porque yo también lo he pensado, que el chocolate quizá por “prohibido” es delicioso. Compartiré con ustedes la vivencia de cómo nos podemos ir encaminando, y hacer posible en el ajetreo de la vida cotidiana un buen plan alimenticio; una dieta, una buena figura, la sonrisa de estar a gusto con lo que comemos y somos.
La historia comienza así. Hace un poco más de un año se inauguró la Unidad de Obesidad del Instituto Médico La Floresta, Unidad en la que orgullosamente me desempeño como psicóloga y felizmente como psi-cocinera. En la búsqueda de ofrecerle lo mejor a mis clientes y pacientes, decidí acudir donde la nutricionista y vivir en carne propia aquello que vivían mis pacientes. Como paciente, en aquel entonces fui la peor, forcejeé hasta el último instante para que me dejaran comer todo aquello a lo que estaba acostumbrada y lo que me gustaba comer, incluyendo el chocolate, tortas, merengadas de proteína y otras cosas más. Mi querida nutricionista entonces, con toda la paciencia del mundo, lo intentó, me pesó, sacó la cuenta de mi consumo calórico diario, mi estatura, bla, bla bla, y sugería un plan! A pesar del forcejeo, salí de ahí directo al supermercado y con ilusión de iniciar algo nuevo, razonable, buscaba compartir con quien tenía a mi lado, familiares y amigos, las bondades de aquel maravilloso plan.
Fue una experiencia muy interesante pasar, sentir y pensar sobre todo aquello que siente una persona que inicia una dieta, y volví donde mi nutricionista, no para montarme sobre la balanza y ver cuántos kilos había bajado, sino para compartir e intercambiar hallazgos acerca de lo que vive una persona a dieta: la rabia por no poder comer lo que queremos, lo desagradable del hambre, lo arraigado que está en nuestra identidad, en quienes somos, lo que comemos y un sinfín de cosas más.
Confieso que tenía 4 kg por encima del peso sugerido, con el índice de masa corporal dentro de lo normal y mi porcentaje de grasa justo al borde; es decir, no soy una persona obesa, sino más bien dentro de lo normal. Aún así, esa dieta maravillosa, lógica, hecha a mi medida, no era fácil de seguir, ¡nada fácil! De alguna forma sentía que mi vida tenía que girar en torno a la dieta para poderla lograr, asunto imposible para el ritmo de trabajo en el que estaba, y sé que como yo hay muchas personas para las cuales no es nada fácil hacer de una dieta un hábito o estilo de vida como se propone, la distancia que nos separa de lo real a lo apropiado o sugerido nutricionalmente muchas veces es abismal.
Entonces, el punto no fue dejar de comer lo que habitualmente comía, fue comenzar a incluir aquello que se me sugería: las frutas, los vegetales, comenzar a incluirlo en mi mente, en la lista de mercado y en la nevera, y poco a poco en mis platos y comidas. Hubo temporadas en las que se me quedaban frías, se dañaban en la nevera por la falta de hábito.
¡Y qué decir del ejercicio! Me tomó unos meses conseguir el espacio y el tiempo para ellos, y pronto el trabajo volvió a interponerse con la meta. Poco a poco fui retomando mi decisión y acciones sobre lo que comía, comprando mi frutica y yogurt, comía no solo lo que se me ofrecía sino también lo que yo quería, incluía el chocolate y así fui, poco a poco, como quien sube una colina, acercándome al plan trazado meses atrás. Fui diciendo que estaba a dieta y quienes estaban a mi alrededor comenzaron a interesarse por lo que podía y quería comer.
Encontrándome con que más allá de ser glotona y chuchera, al incluir vegetales y frutas al lado de la arepita en el desayuno, mis mañanas y tardes transcurrían con mayor paz. Con esto quiero decir que las frutas y los vegetales incluidos en mi desayuno me quitaron la necesidad imperiosa de comerme un dulce a eso de las 4pm; me lo comía, pero ya por decisión y sin tanto sufrimiento, y así seguí, incluyendo ensaladas…
Hasta el día en el que decidí que necesitaba un empujoncito, una ayuda, y de nuevo pedí mi cita con la nutricionista, un año después de la primera vez. Asumí mi posición de paciente, le comenté mis inquietudes y mi deseo de tener permiso de un chocolatico al día; luego volvió a pesarme, a medirme, y en un año ni un gramo más ni un gramo menos, la diferencia estaba que en un año construí un puente que me permitía llegar de mis hábitos, costumbres y deseos a los hábitos sugeridos por los especialistas. No bajé de peso pero sí se fortaleció mi músculo de la voluntad, del poder decidir y escoger una vida sana y rozagante.
¡Inténtenlo y síganlo intentando, que yo les acompaño!
Un beso, los quiero
Hasta la próxima
Anabella Barrios Matthies
Psicóloga de profesión – pastelera de corazón – cocinera en acción
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