El Gourmet Urbano: Fiat Panis por Humberto Silva (@humbertosilvad): Muchedumbre de pan

domingo, 21 de agosto de 2011

Fiat Panis por Humberto Silva (@humbertosilvad): Muchedumbre de pan

El título de este artículo podría ser el de una receta de antaño, de esas que preparaba mi abuela con todos los secretos que juraría llevarse a la tumba de no encontrar un sucesor; otros, podrían pensar en mi poca asistencia a las clases de castellano por la incorrecta utilización del idioma de Cervantes, cuando hago mal uso de la palabra “muchedumbre”. Pero realmente ni una cosa ni la otra, aunque podría inventarme un postre llamado así, y con una madre educadora y un padre escritor, jamás me hubieran permitido cometer semejante atrocidad gramatical. La sabiduría del pueblo es de un contenido profundo, sin estudios, o algunas veces con una primaria a medio terminar, hacen uso de palabras para referirse a lo que ellos desean expresar, y como tal, comunicar y hacerse entender; éste sería el caso de Rosa.

 

Quizás Rosa -cariñosamente la llamábamos Rosita- no sabía usar bien las palabras, pero sí sabia comunicarse con todos nosotros. Era la mayor de las tres empleadas de mis abuelos, y digo era porque seguramente, a estas alturas, debe estar preparándole al mismísimo Dios suculentas recetas andinas, que junto con Evalyna y Carmencita formaban parte de los inventarios de la casa de cinco niveles, patios y otras áreas que por nuestra corta edad nos limitaban a estar, y no eran otra que la cocina y la gran biblioteca de mi abuelo Emiro, hombre de letras, educador y, por si fuera poco, poeta. La casa de mis abuelos está ubicada en San Cristóbal, Edo. Táchira, y a pesar de no estar habitada en estos momentos por ningún miembro de la familia, se mantiene estoica y entera como cuando yo tenía siete años de edad, trayéndome infinidad de recuerdos, vivencias, y la paciencia y el amor de abuelos y tíos...

Luego de buscar el significado de muchedumbre en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) me encuentro que Rosita sí sabía lo que decía -ya que no es más que (Del lat. multitūdo, -ĭnis). 1. f. Abundancia y multitud de personas o cosas- cuando ella se refería a la cantidad de pan que había en la cocina; y siempre le contestaría a mi abuela, cuando ésta le preguntaba si debía comprar pan, con su voz suave y serena: “No Doña Nina, hay muchedumbre de pan. Voy a hacer torta de pan o lo utilizaré para alimentar a Ponciano”, el pichón de guacamayo que tenía mi abuelo, de cuerpo descubierto de plumas y hambre insaciable.

 

Recuerdo que no nos dejaba entrar en la cocina por ser peligrosa para los niños, pero a la hora de comer nos complacía a no mas poder, seguro Rosita no tenía estudios, pero hacía unas arepas de trigo redonditas y delgadas; una pizca andina, típica sopa de papas, cebollín y cilantros de los Andes venezolanos, a la que en algunos casos se le agrega leche, esa, para mí, sigue siendo la forma correcta de tomarla; qué decir del plátano maduro majado con queso blanco ahumado y una taza caliente de guarapo con leche, hecho con panela y leche recién hervida; cómo no recordar los hervidos de gallina para un tropel de más de quince personas que habitaban la casa de mis abuelos, entre tíos, las novias de estos, empleadas y nosotros; cómo no recordar cuando mi abuelo, de manera magistral, le cercenaba la vida a la gallina para que no quedara duda de su frescura, esa imagen dantesca habría de reafirmar, a mi corta edad, que ciertos animales los había enviado Dios para que nos alimentáramos como él quiso.

 

Recordar los postres sería como si le pidiera a mi abuela en estos momentos que nos hiciera leche cortada, melcochas, popsicle, aliados o torta de pan. Con el tiempo supe que Rosita tenía un ingrediente que hacía que las tortas nos alegraran las tardes, el ingrediente lo escondía debajo de su cama y era una botella de aguardiente con ramas de canelas, anís estrellado y panela. Dos copitas para la mezcla y una para el alma, rezaba la receta de Rosita. Luego majaba el pan con leche de un día para otro, agregaba uvas pasas que tenía remojadas en vino tinto, y pedacitos de bocadillo de guayaba; y con la paciencia que le caracterizó, esperaba a las puertas del horno hasta que la prueba inequívoca del palillo de madera saliera seco, sin rastros de mezcla. Ahora entiendo porque siempre estaba ansiosa en hacernos torta de pan.

 

La melcocha generaba accidentes indelebles en la piel, las manos de mi abuela aún reflejan las cicatrices hechas por el melao hirviendo del papelón que caía por la manipulación en caliente de este postre, luego de vueltas y vueltas, y conociendo la temperatura de la mezcla con solo tocarla con los dedos. Mi abuela enrollaba unos palitos de forma que lo cubría todo y esperaba a que se enfriara para dárnoslos de merienda. La leche cortada es un secreto que aún estoy por develar, ya que logra unos grumos perfectos sin que se convierta en un bloque incomible, suelto, con el toque de limón exacto que hace que estos dos sabores, el dulce y el ácido, convivan en mis recuerdos.

 

Evalyna aún vive con mi abuela, suelo pedirle la bendición cuando la veo, definitivamente hace años forma parte de mi familia; Carmencita vive en casa de mi tío Fernando, hermano de mi madre, algo más contemporánea conmigo, siempre que nos vemos recordamos cuando éramos niños y le tocaba alimentar a los más de cien canarios que mi abuelo tenía, limpiar las jaulas, soplar las cáscaras del alpiste y colocarle periódico a cada jaula.

 

Los recuerdos de mi infancia han sido una suerte de sensaciones gustativas que han perdurado siempre en mí, aún suelo pedirle a mi abuela que me haga una pizca andina con arepa de trigo, busco trasmitir los sabores de familia a aquellos que no tuvieron la dicha de probarlos, y a pesar de no estar en nuestras mesas diariamente, a pesar de no estar mi abuelo con nosotros, me hace recordar a Rosita con su muchedumbre de sabores y su muchedumbre de pan.

 

Humberto Silva

 

 

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