Así, me dejé de líos y lo descorché con tres comensales y bajo una premisa: es cosecha 2008, han pasado 3 años, tal vez como vino joven esté en sus últimas.
Al margen del riesgo de que estuviera iniciando su curva descendente en calidad, el Pinotage era toda una novedad en la mesa. Es la cepa emblemática de Sudáfrica y, salvo mínimas excepciones, tal vez Australia, ningún otro país la cultiva.
Fue desarrollada en 1925 por A.I. Perold, en la Universidad de Stellenbosch, mediante el ensamble de plantas de Pinot Noir y Cinsault, con el propósito de obtener una variedad amable, frutal, como la Pinot Noir, pero resistente en el campo y menos complicada para cosechar. Ese es el aporte de la Cinsault.
Descorchamos sin platos en la mesa. La idea era tener todos los sentidos “limpios”, para entender mejor aromas y sabores. Por eso mismo, cuando vaya a una cata nunca use lociones.
Y sin lociones ni nada, en aromas me pelé. El Pinotage me olió a nada, a veces a coliflor, pero en general a nada.
Su tapón sintético me llamó la atención. Dijo del vino que en efecto era joven y su color negro me pareció curioso. En el mercado suelen ser color piel y hay algunos rosa para los rosé, más otro púrpura que vi en una botella española.
Intenté cuatro, cinco veces, y no percibí aromas. Tal vez por mi culpa. Tal vez porque era un 2008.
En boca, por fortuna, fue otra cosa: agradable, muy diferente a los vinos que tengo usualmente en la mesa (sobre todo argentinos y chilenos y algo de australianos y españoles). Sí de persistencia corta, es decir, que su sabor dura poco, pero interesante, fácil de tomar.
La mejor seña es que la botella se acabó, que todos quisimos la segunda y la tercera ronda. Y que si algún día encuentro otro Pinotage, seguro lo llevo.
Juan Felipe Quintero
Periodista de Vinos
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