Con cierta frecuencia hemos catado en elmundovino los vinos de nuestro gran Sureste, pero por primera vez al cabo de los años hemos dedicado toda una sesión a los vinos –tintos y algún rosado– hechos con una uva que suena extraña y remota a oídos de la mayoría de los aficionados: la bobal. Y es que hasta ahora no pensábamos poder reunir suficientes marcas de interés como para completar una cata monográfica, tan escasa y modesta era la oferta de bobales embotellados: esta ignota uva nutre una parte importante de esos gráneles españoles que tanto éxito exportador tienen últimamente. Pero su anonimato ya no es tan grande. Algunos viticultores y enólogos ya hacen vinos de mucho interés con ella. Veremos si del interés teórico se pasa al interés real...
Lo curioso del caso es que la bobal es, cuantitativamente, muy importante: sólo de tempranillo hay mayor superficie plantada –más de 200.000 hectáreas tras su vertiginosa extensión por toda España a partir de los años 70– entre las castas tintas de nuestro país. Se ha arrancado desde entonces mucha garnacha y bastante monastrell, pero el entramado de cooperativas granelistas en Cuenca, Albacete y Valencia lograba mantener bastante bien la superficie de bobal, que ha ido descendiendo de las 100.000 hasta algo menos de 90.000 ahora. Sin embargo, la extrema localización de la bobal en esa esquinita suroriental y su ausencia de los anaqueles de las tiendas prolongaron ese anonimato.
Junto a las cooperativas más comprometidas con la calidad, en particular las de la Manchuela (Iniesta, El Herrumblar, Alborea, las dos de Villamalea...), han sido en los últimos 15 años los esfuerzos de pequeños productores privados los que han sacado a la bobal del nicho de 'uva útil para vino a granel de buen color y grado' al que había estado condenada desde siempre. Antonio Sarrión, a partir de las viñas familares en el entorno de Utiel, colocó muy alto el listón en Mustiguillo.
Y Juan Antonio Ponce, joven enólogo del equipo de Telmo Rodríguez durante varios años, regresó a las viñas de su familia en Iniesta para crear una línea de bobales incluidos varios vinos de pago. Más tarde hemos visto nuevas iniciativas como las del destacado sumiller y comerciante valenciano afincado en Londres, Bruno Murciano, junto al viticultor riojano David Sampedro, o la labor del veterano enólogo José Hidalgo con las cepas viejas de la viña Cerrogallina.
La bobal, hasta hace poco siempre plantada en vaso (ahora se levanta a menudo en espaldera para poder mecanizar su cosecha), es una uva interesante pero bastante endemoniada vitícolamente. Su desigualdad a la hora de madurar influye en esos taninos a menudo severos que asustan a más de un elaborador. Nunca se ha ocupado casi nadie de ella, y no existen selecciones clonales comercializadas que se hayan hecho buscando calidad (bajo rendimiento, mayor uniformidad de maduración). Los pocos que han plantado buenas viñas de bobal en los últimos decenios lo han hecho con cuidadosas selecciones 'masales', es decir, eligiendo esquejes de las mejores cepas viejas disponibles para reproducirlos en vivero.
La uva de bobal, tan heterogénea como la conocemos, rara vez ha dado vinos tan complejos y nobles como los de las otras dos grandes castas mediterráneas y vecinas suyas, la garnacha (más norteña) y la monastrell (más sureña). Suele ser algo más rústica. Pero también posee más vivacidad y frescor que ellas, con buen contenido frutal (grosellas negras, ciruelas) y es algo menos alcohólica. En la cata de elmundovino hallarán algunos buenos ejemplos. La pregunta aún sin respuesta, porque el bobal de calidad embotellado tiene tan poco historial acumulado, es si estos vinos, de los que ya se sabe que se mantienen vivos largo tiempo, llegan a mejorar, y no sólo a mantenerse, con el envejecimiento: ésa es la prueba de un gran vino, y estamos ansiosos por saber si el bobal la supera.
Fuente: elmundovino.elmundo.es
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