La capital inglesa evoca hoy los 350 años exactos del terrible incendio que en 1666 destruyó un cuarto de la ciudad
La Calle del Pundin. Buen nombre para instalar una panadería. En Pudding Lane, cerca de la Torre de Londres, estaba la de Thomas Farrier. Le iba bien, hasta era proveedor del nuevo Rey, Carlos II, coronado en 1660 e hijo del absolutista Carlos I, a quien Cromwell había cortado la cabeza. Farrier llevaba su panadería con su hija Hanna, dos sirvientes y una doncella.
Catedral de San Pablo en Londres - AFPLUIS VENTOSO Londres
A la una de la madrugada del 1 de septiembre de 1666, los despertó una espesa humareda. El bajo de la vivienda, donde se encontraban los hornos, estaba en llamas. Lograron huir por el tejado, saltando a una casa vecina. La doncella, que se cree que dejó sin apagar uno de los hornos antes de retirarse a descansar, no se atrevió a seguirlos.
Ella fue la primera víctima de lo que en horas se convertiría en el incendio más pavoroso de la historia de Londres. La cuarta parte de la ciudad, que por entonces tenía 350.000 habitantes, quedó arrasada. Las llamas acabaron con 13.200 casas y 83 iglesias. El fuego se propagó por 400 calles. La catedral medieval San Pablo, que contemplaba la City desde 400 años atrás, quedó destruida. Milagrosamente, los registros oficiales solo recogen seis muertes.
La cúpula de San Pablo en llamas
Quienes estos días paseen por Londres tal vez se hayan sorprendido al ver en llamas la actual cúpula de San Pablo, levantada a finales del XVII por Wren, a imitación de la de Miguel Ángel en el Vaticano. Pero no era una alucinación fruto de un exceso de pintas de London Pride.
Un efectista juego de luces imita estos días el fuego de hace 350 años, como parte del festival artístico por el aniversario del incendio. En las calles de la City irán cayendo una tras otra 26.000 piezas de dominó, metáfora de cómo las llamas saltaban de una casa de madera a otra.
En el prado frente a la Tate Modern se instalará el «Jardín del Fuego». Una maqueta con el «skyline» de la City del XVII arderá Támesis abajo. También está en cartel una estupenda exposición en el Museo de Londres, «¡Fuego, fuego!», donde se revive muy visualmente cómo se propagó y se muestran documentos apasionantes, como una crónica española de los hechos. Los ingleses saben convertir su historia en espectáculo y gancho turístico, incluso cuando toca desgracia.
Búsqueda de los culpables
El panadero Farrier siempre negó que la catástrofe hubiese comenzado con una chispa díscola en sus hornos. En 1666, Inglaterra estaba en guerra con Holanda y, como casi siempre, enemistada con Francia y España. El primer reflejo fue culpar al enemigo exterior y a los católicos. En la exposición del Museo de Londres puede verse un libro, hoy jocoso, dedicado a explicar detalladamente que todo había sido un ataque urdido por los pérfidos jesuitas. Hubo intentos de linchar a extranjeros y el embajador español, el conde de Molina, dio refugio a varios compatriotas.
«El primer reflejo fue culpar al enemigo exterior y a los católicos»
El primer pagano de lo sucedido fue un ciudadano francés, Robert Hubert, al que acusaron de iniciar el fuego (con testimonio incriminatorio del panadero, entre otros). Como se decía en la época, Hubert acabó «bailando en el árbol de Tynbur». Es decir: en las horcas, situadas donde hoy se ubica Marble Arch, en el arranque de Oxford Street.
Ahorcado ya Hubert, un capitán tuvo a bien declarar que lo había traído aInglaterra en su barco dos días después del inicio del incendio. Carlos II, que era un monarca sensato, acabó con los bulos y ante un grupo de vecinos que habían perdido sus hogares zanjó: «Fue la mano de Dios, no un complot».
La Gran Plaga
Londres no llevaba una buena racha. El año anterior, la Gran Plaga había matado a cien mil personas. Curiosamente fue la última peste que sufrió la ciudad, lo que la superstición achacó a los efectos purificadores del fuego. Antes de la peste y el incendio, astrólogos de todo pelaje y monárquicos ofendidos venían vaticinando calamidades celestiales por la ejecución de Carlos I.
El verano de 1666 fue extraordinariamente cálido y seco, y en los días del fuego corría un viento del Este sostenido. Las autoridades venían encareciendo desde hacía décadas que se construyese con ladrillo y se dejase la peligrosa madera. Las casas se arracimaban en callejones, donde sus fachadas casi se tocaban. Los vecinos tenían la obligación de prender antorchas en las calles, que en invierno debían permanecer encendidas hasta las nueve de la mañana. Londres era una bomba de relojería.
El fuego comenzó en la madrugada del viernes al sábado. En la mañana sabatina corría colina abajo, rumbo a la Torre de Londres. La reacción del alcalde fue lenta y se negó a volar casas para que hiciesen de cortafuegos.Samuel Pepys, inteligente funcionario del Almirantazgo, a quien recordamos por su agudo -y rijoso- diario, un hombre sagaz y vividor, fue el héroe de la historia. Él convenció a Carlos II de que había que destruir con pólvora las casas para parar el incendio, que duró cuatro días.
Consecuencias del incendio
El humo se atisbaba desde Oxford, a 80 kilómetros. El fuego dejó sin hogar a cien mil personas, muchas solo con lo puesto. Algunos vivieron durante los ocho años siguientes en tiendas en los campos. Otros se refugiaron en barcas en el río. Pepys se subió a una para ver el dantesco espectáculo: «Desde la superficie del Támesis, de cara al viento, se sentía uno casi quemado por las chispas», anota en su diario secreto.
«El fuego dejó sin hogar a cien mil personas, muchas solo con lo puesto»
El delicioso vitalista también cuenta que en la tarde del martes enterró en el jardín de su casa dos bienes que consideraba harto valiosos: vino y queso parmesano. Ese mismo día el fuego devoró San Pablo. Cuando ardió la catedral, el arquitecto que le devolvería su esplendor, Christopher Wren, tenía 33 años. Completó la obra con 79. Los trabajos para recuperar la City duraron unos cuarenta años.
El incendio provocó que catorce años después se fundase en Londres la primera compañía de seguros. Inglaterra mostró que tenía hechuras de gran nación. Hubo una campaña en todo el país para recaudar dinero en auxilio de Londres. El Parlamento aprobó en febrero de 1667 una Ley de Reconstrucción, y se constituyó un Tribunal del Fuego, con 22 jueces, para dirimir los pleitos originados por la catástrofe.
En 1711, Londres tenía ya 550.000 vecinos, una flamante catedral y estaba en guerra de nuevo con España. Pudding Lane era una atracción turística. Solo tres edificios de madera de la época sobrevivieron. Por ironías del destino, uno lo ocupa en Fleet Street lo que se ha dado en llamar «la embajada catalana».
Fuente: ABC
No hay comentarios. :
Publicar un comentario