Hubert de Billy probó el champán en su bautizo. Y el padre de Paul Symington le apartó diez cajas de Porto Vintage 1953, un tesoro, el día que nació. Todos llevan el vino en la sangre y la convicción de que la familia es la mejor garantía para sobrevivir al tiempo
Albiera Antinori / VICENS GIMÉNEZ
Una botella de vino es lo más parecido a una cápsula del tiempo que ha inventado el hombre. En el interior del cristal se encierra, resumido y concentrado, un ciclo completo de la Naturaleza: la memoria y el gusto de la tierra, el aroma de las raíces, el sabor de la lluvia y hasta los vaivenes del viento sobre las cepas. Vida y vid comparten mucho más que tres letras. Quienes entienden el vino saben que los compases de las viñas son siempre más largos que nuestras propias existencias. Como resume Pablo Álvarez (Bilbao, 1954), de Vega Sicilia, «crear una bodega lleva toda una vida... y eso si te coge joven».
Esa convicción íntima llevó a Miguel Torres Riera y al francés Robert Drouhin a establecer en los años 90 una suerte de club que acogiera a las familias más influyentes dedicadas a este negocio. Lo bautizaron en latín, Primum Familiae Vini (PFV), las primeras sagas del vino, tanto en su sentido histórico como de mercado. Entre ellos, dos españoles: Torres y Vega Sicilia. En total, las once bodegas reunidas suman 2.048 años de existencia, 2.048 añadas envejecidas en sus cavas.
El pasado fin de semana, Mireia Torres Maczassek, actual presidenta de la asociación, y su familia acogieron en el Penedés, por tercera vez en su historia, a unos 60 integrantes de estos singulares clanes, desde abuelos a nietos, en un ambiente campestre y desenfadado presidido por barricas de roble, cubas y retorcidas parras en las que asoman los primeros racimos en agraz. Llamaba poderosamente la atención que ninguno de los visitantes, entre los que había un puñado de adolescentes, estuviera pendiente de su móvil, mandando 'tuits' o capturando imágenes con su celular.
¿Será eso la buena educación?
Albiera Antinori, primogénita del marqués Piero Antinori e integrante de la vigesimoséptima generación de una estirpe única de vinateros toscanos, representaba a la bodega más antigua, fundada nada menos que en 1385. Un antepasado suyo, un tal Renuccio di Antinoro, comenzó a cultivar vides en Catello di Combiate hacia 1184, pero el origen de la bodega hay que fecharlo el 19 de mayo de 1385, día en que Giovanni di Piero Antinori fue admitido en el Arte Fiorentina dei Vinattieri, una suerte de agrupación gremial.
Para que se hagan una idea, Albiera, Allegra y Alessia Antinori, las hijas del marqués, dirigen un emporio agrícola que se extiende entre Siena y Florencia, en la Toscana, con presencia también en Umbría, y que se compone de seis bodegas: Passigano, Tenuta la Braccesca, Guado al Tasso, Castello della Fonte, Fattoria Aldobrandesca y Tenuta Monteloro, la finca donde pasaba sus vacaciones la nobleza florentina, con el poeta Dante Alighieri y su amada Beatrice Portinari a la cabeza. Venden 20 millones de botellas al año. También poseen olivares, bosques y terrenos donde cultivan melocotones, albaricoques, ciruelas y arándanos así como tres restaurantes, la Trattoria Della Fonte, Osteria Passigano y Renuccio 1880. En una de esas posesiones pasaron las vacaciones de Semana Santa de 2015 Iñaki Urdangarin, Cristina de Borbón y sus hijos.
Aunque cueste decirlo, ellos son auténticos resistentes, supervivientes que han logrado blindar su futuro de puertas adentro ante ese mundo de fondos de inversiones, sociedades, fusiones y opas hostiles tan deslumbrantes como efímeras. «Aquí encuentro a personas que viven las mismas situaciones que nosotros en otras partes del mundo. Nos entendemos solo con mirarnos. Eso me reconforta mucho», explica Mireia Torres. «Una familia unida es casi imbatible», apunta Paul Symington, portugués de pura cepa con herencia británica en las venas y director general de Symington Family State (1882). «He aprendido que hay que trabajar mucho en el campo, pero que también es fundamental dedicar tiempo a algo que no se ve, a cuidar las relaciones familiares para mantener nuestro equilibrio y sentimiento de unidad», cabecea con la mirada puesta en los avatares que sacuden a otras empresas de sus mismas características. No es su caso. El consejo de administración de su bodega está compuesto por diez personas. Todas, de apellido Symington. «Las nuestras son reuniones felices. Solo uno de los diez consejeros no ha trabajado nunca en ella. Todos sabemos de qué va este negocio», sonríe.
Mireia Torres Dirige Jean Leon
Las cien pesetas de la primera vendimia
Los grandes ejecutivos del vino, por fortuna (o gracias a Baco), suelen poseer una formación agrícola y una memoria rural muy de agradecer en estos tiempos. Mireia Torres recuerda como si fuera hoy mismo el día de su primera vendimia. Tenía 10 años. «Estuve una semana en Mas la Plana. Y me pagaron cien pesetas, en un sobre. Menuda ilusión... Recuerdo a los vendimiadores, cómo venían a casa de mis padres, el cariño que se manifestaba en aquellos encuentros. La gente del campo es auténtica, lo dan todo», evoca la responsable de innovación del Grupo Torres. «Esas experiencias sobre el terreno te van curtiendo, formando. Otro recuerdo inolvidable es el olor de las fermentaciones en la bodega, el aroma de los ésteres en la fermentación -y aquí aflora su formación como química- con su olor a plátano, a piña, a manzana, a pera...».
Pero en este negocio, «combinación de ciencia y arte», no hay que perder nunca de vista las viñas. «Hay una parte científica y otra que no controlas, depende del clima. La calidad del vino viene en un 90% del viñedo. El enólogo es quien decide el mejor momento para vendimiar: hay que probar la uva y encontrar el instante óptimo. Hay que estar allí, vigilando. ¿Cambios en el tiempo? No quiero ser catastrofista, pero la pluviometría es inferior y las vendimias se adelantan. Nosotros tratamos de contrarrestar esa tendencia, apostamos por la sostenibilidad y por la eficiencia energética. Al tiempo, estamos plantando viñas por encima de los 900 metros, seleccionamos cepas más resistentes al estrés hídrico y recuperamos, desde los años 80, variedades autóctonas catalanas. Hemos identificado 44 y 11 de ellas están en proceso de certificación. Otra línea de trabajo pasa por aislar levaduras en nuestros propios viñedos con la idea de lograr uvas con menor graduación alcohólica y mayor frescura», sostiene la responsable de Torres Priorat y Jean Leon, la mítica bodega fundada en el Penedés por Ceferino Carrión, amigo de Sinatra, Marilyn, James Dean y Ronald Reagan, donde ahora se producen vinos de finca y ecológicos.
Mireia Torres también posa su mirada sobre el menguante mercado español. El 75% de la producción del Grupo Torres se destina a la exportación, pero la caída en el consumo interno (un 18% en los últimos años) ha dejado la media en 17 litros de vino por persona y año cuando hace nada llegaba a los 25. «Ha bajado el llamado vino de mesa. Se prefiere tomar una botella mejor durante los fines de semana que hacerlo a diario. Y los hábitos también se han transformado: sube en el hogar, hasta llegar a un 60% del total», disecciona.
Porque, claro, una cosa es hacer vino y otra venderlo. Así que, ¿por dónde crecer? «Las mujeres los buscan con menor graduación alcohólica y más frescos, más elegantes e innovadores. Son capaces de arriesgarse, de probar una botella por la llamada de una etiqueta innovadora. Hay iniciativas, como los clubes o determinados foros en internet, que cumplen el cometido de presentar las novedades. Ahora está creciendo la cultura del vino, se toman por copas, en las terrazas, hay un interés por los blancos, por nuevas uvas...». Mireia Torres también destaca la recuperación de «variedades ancestrales» como la garró o la querol, la moneu, la gonfaus o la selma (nombre creado con la suma de las palabras cielo y mano en catalán) con las que preparar vinos de sabores sorprendentes.
Pablo Álvarez Tempos Vega Sicilia
El sueño de la Borgoña española
«El mundo del vino es el único negocio del mundo donde el cliente quiere ver quién está detrás del producto. ¿Conoce a alguien que esté interesado en conocer la vida del ingeniero que diseñó el motor de su coche? ¿No? Tal vez ese deseo tenga que ver con que nos dedicamos a dar placer a nuestros clientes. El vino es un ser vivo que produce sensaciones», explica Pablo Álvarez, consejero delgado de Vega Sicilia, la bodega de Ribera del Duero con 152 años de vida que representa la excelencia en el vino español y que, a pesar del éxito, sigue sin resolver una pelea familiar que recuerda a Falcon Crest.
Álvarez juega con Valentina, su hija pequeña, entre las viñas plantadas en Mas Rabell, la masía de los Torres que acogió el almuerzo de las Primum Familiae Vini. A la sombra de la centenaria encina de la casona, los niños de las familias del vino pintan con tiza. «Mantenemos nuestro compromiso con la cultura del esfuerzo, la paciencia y la dedicación», señala el actual responsable de Vega Sicilia, fiel al espíritu de Eloy Lecanda, fundador de la bodega en 1864. «Es la familia propietaria quien marca la filosofía. Estamos especializados en este mundo, un mundo que requiere un trabajo lento. Hoy Vega Sicilia está potenciado, mejorado, con un prestigio como nunca ha tenido en toda su historia», se esponja Álvarez, que asumió las riendas de la empresa con 28 años. Crítico con los movimientos que persiguen modificar las clasificaciones actuales en las D. O. -«ojalá aprendiéramos algo de las bodegas históricas y fuéramos algún día la Borgoña española»-, es un defensor a ultranza del principio, tantas veces olvidado, de que cada bodega debe hacer el vino con sus propias viñas. «El márketing no se mantiene si no hay nada detrás. Es importante no dejarse seducir por las modas», sentencia. «¿Cambio climático? El mayor cambio climático fue Parker», ríe. «Él valoró la concentración, la sobremaduración... y cambió el trabajo en las viñas». Un valor que también dan a Vega Sicilia sus exclusivos clientes: en su día figuró Winston Churchill y hoy está Julio Iglesias. Barack Obama celebró su histórica visita a Cuba brindando con un Único de 2007. La ocasión lo merecía.
Hubert de Billy Pol Roger
Beber champán desde los 5 años
Proceder de una familia dedicada al champagne desde 1849 tiene sus servidumbres. Como que el día de tu bautizo te introduzcan en la boca una cucharilla llena de burbujas. «Debió ser la primera vez que probé el champán de la familia, pero, la verdad, no me acuerdo...», estalla en carcajadas Hubert de Billy, la cara más amable de la casa de Epernay. «Sí, sí. En casa siempre hemos tomado nuestro vino. Desde los 5 años. No mucho ni a menudo. Pero sí. También recuerdo que siempre que salía una botella con aroma a corcho estábamos obligados a olerla y a probarla. ¡Esa es la verdadera educación!», sostiene el director comercial de la bodega. «Lo cierto es que he degustado champán toda mi vida... con unos periodos más estudiosos que otros, ja, ja, ja».
Bajo esa apariencia de bon vivant y connaisseur, De Billy esconde un conocimiento superlativo de lo que sale de cada una de las parcelas Pol Roger. Hubert, junto al jefe de bodega y al presidente de la firma, seleccionan los vinos de las diferentes cuvées de la maison. No puede haber fallos. «Cuando elijo nunca pienso en mi placer, en lo que me gusta, si no en lo que buscan nuestros clientes», subraya. «Esa es la consistencia de la marca».
Defensor del champán como vino de la alegría, de la conmemoración y la fiesta, no acaba de comprender el sinsentido de sus clientes chinos. «No les gustan las burbujas. Así que piden una botella en el restaurante, la abren y no la prueban. La descorchan por estatus», suelta mientras su sonriente cara adquiere un mohín de tristeza inconsolable. El que sí disfrutaba con ellas era Churchill, que como resulta evidente era un enamorado del buen vino. Tal es así, que bautizaron su Cuvée Prestige con el nombre del político británico.
Albiera Antinori Estrategia
La lección del abuelo Niccoló
Pertenecer a una de las diez empresas más antiguas del mundo, junto a los sopladores de vidrio de Murano y Venecia o los cerrajeros Torrini de Florencia, proporciona a Albiera Antinori una cierta manera de estar en la vida. «Tenemos unas espaldas sólidas y cierta seguridad. Buscamos no cambiar para que las cosas sigan como hasta ahora», dice la primogénita del marqués Antinori, vestida de fresco lino de los pies a la cabeza. «Para dedicarse a este negocio, la familia busca personas apasionadas, con un estilo de vida honorable. Y bien educadas, claro, que conozcan las reglas que debemos transmitir a las generaciones futuras. Después de la universidad y el máster, deberán trabajar en una empresa que no sea de la familia durante tres años. Y, luego, con un poco de suerte, podrán incorporarse a Antinori: aquí siempre tendrán el modo de desarrollar sus intereses». Ella empezó con 18 años, mucha ilusión y un ordenador flamante, de los primeros. Acudió al despacho de su abuelo Niccolò, que por entonces tenía 85 años. El anciano, rodeado de antiguas obras de arte, dejó trabajar a la nieta. De pronto le preguntó: '¿qué pasa con nuestros vinos en Austria?'. Albiera buceó en sus informes informáticos. Sin éxito. Hasta que el abuelo le llamó a su lado y con una reglita le fue mostrando las estadísticas de las exportaciones, las idas y venidas de trenes y camiones, como un afanoso ratón de biblioteca. «De ese modo aprendí la verdadera visión de los negocios», sostiene. «Entre nosotros -dice Albiera- es difícil no amar el vino porque lo hemos visto siempre a nuestro lado».
Paul Symington
El oporto vota contra el 'Brexit'
«Hacemos un vino para reflexionar en estos tiempos agitados», responde Paul Symington a la pregunta sobre el futuro de los vinos de Oporto tras el 'Brexit' del Reino Unido. «Tengo cuatro hijos estudiando en Inglaterra y todos han votado por quedarse. No tenemos miedo... hemos pasado por tantas cosas desde que nos asentamos en Portugal en 1882...», suspira.
El Reino Unido es el primer mercado de estas joyas hechas de uva y de paciencia. Symington está acostumbrado a batallar. El mayor y mejor bodeguero portugués (más de mil hectáreas en sus distintas quintas) practica lo que se ha dado en llamar viticultura heroica, en viñas colgadas sobre los barrancos del Duero a los que hay que llegar rapelando. Son gente dura, descendientes de marinos que llevaban el comercio en las velas.
«El paisaje del Douro es tan hermoso que nos ha atado a su destino para siempre. Trabajo con hombres y mujeres, no con sociedades, gentes que confían en ti y te obligan a mirar lejos. Les aprecio. Ya he comprado una finca, Quinta Nates, donde me instalaré tras mi jubilación, junto a mis paisanos portugueses. Y allí disfrutaré de parte de aquellas diez cajas de Vintage que me reservó mi padre el día de mi nacimiento, en 1953, siguiendo una vieja tradición de la familia Symington. Yo acabo de hacer lo mismo con mi primer nieto. Es nuestra costumbre, ¿qué le parece?».
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