«El éxito destilado». Más bien el ego. «Por fin un vodka digno del nombre de Trump». Tal vez no incurra en publicidad engañosa. «El vodka que reclama el mismo respeto y admiración que el legado internacional y la marca del propio Donald Trump». Eslogan y literatura promocional con exceso de retórica que, una vez más, supera toda ficción imaginable. Porque se trata de la presentación de la marca de vodka con la que el presidente electo de EEUU ingresó en el año 2005 en el sector de los destilados. T -ése era su nombre- de Trump. Triunfo llama a triunfo. Bueno, no siempre.
Sea magnate mediático o candidato oportunista, sea ubicuo millonario bocazas o POTUS coronado, Donald Trump siempre ha necesitado ser un best seller. Desde su torreón en la capital del marketing planetario se dirigió a sus votantes como a potenciales consumidores. Campaña, eslogan, producto (vinos, filetes, él mismo) y retorno, canjeado esta vez en la Casa Blanca. Sin embargo, como ya ocurrió con sus líneas aéreas, sus casinos o su universidad, al desgastado revólver empresarial hubo que sumar otra muesca fallida: una bebida (súper premium, claro) que nadie compró en su momento.
Hoy su vodka sólo se encuentra en el mercado kosher de Israel (es de patata, no de grano), en las estanterías de algún deli despistado que ahora puede hacer su agosto o perdido en las entrañas de eBay. Porque, tras las elecciones, convertido Trump en un icono global, aquel negocio fallido ha resucitado en el mercado negro de la red. Hoy, se llega a subastar una botella -¡vacía!- de vodka por 470 euros... y, si está sin abrir, su precio se dispara a más de 700.
A cambio, el resto de sus negocios está sufriendo las consecuencias negativas de su triunfo electoral. Desde su elección, decenas de campañas han pedido el boicot a sus empresas, las de su familia y hasta las de aquellos que hacen negocios con él. Tres equipos de la NBA (los Bucks, los Grizzlies y los Mavericks) se han unido al veto a sus hoteles y ya no se alojan en ellos. E incluso existe una aplicación, BoycottTrump, que recopila cientos de negocios vinculados con el magnate. El resultado: en su primera semana, tuvo más de 80.000 descargas en iTunes y Android.
La operación de lanzamiento del vodka unió a Trump con Drinks Americas, un grupo de distribución sin la infraestructura necesaria en ese momento y que también vendía el bourbon del músico Willie Nelson. Antes de convertirse en CEO de la compañía, J. Patrick Kenny había sido de los primeros en explotar el filón de celebrities en la promo de marcas. Gracias a él, Bruce Willis y Sharon Stone sumaron pujanza ochentera en los anuncios televisivos del vino Golden Wine Cooler.
El poder de seducción de este artículo de lujo cautivó a un Donald Trump que se declara abstemio y que, cuando se le consulta por esta contradicción reforzada por el hecho de que uno de sus hermanos muriera alcoholizado, espeta: «Si no lo vendo yo, alguien lo hará». Lógica trumpista.
Pero, aunque Trump predijo que su vodka vendería más que Grey Goose, presentar la marca sin tener siquiera destilería no supuso un buen augurio. Una vez encontrada una en Países Bajos (que le garantizó una quíntuple destilación), la cosa pareció ir sobre ruedas: Rusia hacía pedidos millonarios para cuya audiencia se produjo un ostentoso anuncio en el que llovían letras tes doradas mientras sonaba For The Love Of Money de The O'Jays', y hasta se sacó una edición limitada a 100 dólares la botella etiquetada en oro de 24 quilates. Una vuelta de tuerca al ya de por sí hortera packaging. mitad lingote, mitad rascacielos, diseñado por el artista Milton Graser, creador del ubicuo logo I love NY, y que se comercializaba a 30 dólares la unidad.
Pero en 2008 Trump Vodka apenas superó ya los 800.000 dólares de ganancias, la mitad que el ejercicio anterior. Así hasta que, con la destilería en quiebra, Drinks Americas vendió su mitad a una empresa mexicana, precisamente la fuente de urticaria más recurrente en el discurso Trump. La cadena de demandas, expectativas de ventas incumplidas y episodios como el protagonizado por la empresa italiana Bruni Glass, encargada del vidrio que, harta de los impagos, hizo derretir al horno una remesa de 500.000 botellas, llevó al Trump Vodka a cesar su actividad en 2011. Fue el triste fin de un vodka que llegó a recibir buenas críticas en publicaciones especializadas y que en Israel se publicitó como el mejor del mundo, aunque la sombra del fraude planeó cuando se descubrió que algunas botellas contenían jametz, alimentos terminantemente prohibidos en la Pascua judía.
Así que el entonces candidato republicano no pudo incluir a su querido vodka en los bodegones de merchandising que flanqueaban sus mítines, circunstancia que no acalló a sus críticos, que durante la campaña recordaron a la difunta bebida: «Don't let Trump America be the next Trump vodka» («No permitan que la América de Trump sea el próximo Trump Vodka»). Incluso Mitt Romney lo resucitó cuando, citando el vodka, aseguró que «un genio de los negocios no será cuando ha hundido tantos proyectos empresariales». Otras voces se alzan contra lo que consideran un aprovechamiento de su posición para seguir haciendo caja (afición que ha demostrado heredar su hija Ivanka al sacar tajada sin escrúpulos de su línea de ropa y joyería).
Irónicamente, dentro de la crisis global de sus productos, el alcohol ha acudido al rescate. Sus vinos, pese a que el mismísimo Obama se mofó de ellos, funcionan. Los tintos, blancos y rosados de la bodega más grande de la Costa Este -en manos de su hijo Eric, eso sí- se expanden por el mundo: el espumoso Trump Blanc Sparkling se vende por 25 dólares.
Y ahora, contra todo pronóstico, el difunto vodka ha resucitado para confirmar que, a estas alturas, Trump funciona mejor como icono que como empresario.
Miguel Ángel Palomo
Fuente: El Mundo
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