Y en estos años hemos tenido todo tipo de experiencias, desde las amateurs hasta las profesionales; productos de una solvencia incuestionable que nacen de estos formatos, como Observación Gastronómica, de Philippe Regol; cocineros que se apuntaron a contar sus puntos de vista, como Sergi Arola (que acabó por dejarlo), Santi Santamaría, Francis Paniego; restaurantes como Cocinandos o críticos como José Carlos Capel, Carlos Maribona, Pau Arenós; formatos muy diferentes entre sí, como 7Canibales, El Comidista o este en el que escribo. Cada uno de ellos ha tenido su importancia, sus ambiciones, sus errores y sus aciertos, pero lo cierto es que creo que actualmente, y dando un vistazo a este listado tenemos que hacer un balance positivo.
Es verdad también que ha habido oportunismos, flores de un día e incomprensiones. Cuando la cosa estaba consolidándose llegó la crisis y, con ella, las supuestas oportunidades de hacerse famoso, de hacerse un nombre, los quince minutos de gloria en los photocalls y el “yo vivo de ir a saraos” que tanto daño hizo.
Tal vez eso llevó a que –en ocasiones con razón- las dudas iniciales de mucha gente se convirtieran en desprecio, hasta el punto de que las malas prácticas de unos hicieron –y hacen- sombra a todo lo bueno que hemos ganado, que estoy convencido de que es mucho. Yo, insisto, me quedo con poder leer a Capel casi a diario, con la oportunidad de consultar cualquier duda a Gastón Acurio, con tener las reflexiones de una Cristina Jolonch, una Rosa Rivas, un Mikel Zeberio o un Xavier Agulló en directo. Materiales en bruto, seguramente, pinceladas, sin embargo, que con un poco de entrenamiento uno aprende a leer. Yo me quedo con eso. Llamadme optimista.
Aun así, siendo como soy un defensor de estos formatos quiero creer que mi posicionamiento no me impide ver sus sombras, que las hay. O más que sus sombras, los errores de uso, los excesos, los casos en los que no se calcula bien la frenada y en los que lo condicionamos todo a tener más o menos seguidores, a cifras que, hoy lo sabemos, no quieren decir demasiado, si es que en realidad quieren decir algo. Lo que más me sorprende es que casi tres lustros después sigamos sin haber aprendido cómo funcionan estas cosas. Lo cierto es que cada vez que me justifican que alguien es muy importante –o muy influyente, o tiene una gran capacidad de prescripción- en base a un número elevado de seguidores me llevo las manos a la cabeza y, si puedo, salgo corriendo en dirección contraria en cuanto veo el momento.
¿Qué importancia tiene que tal o cual persona que habla de gastronomía en redes sociales tenga nosecuántosmil seguidores si lo que aporta en su visita a un restaurante, en un viaje al que ha sido invitado o en una presentación es algo del tipo “Ñam Ñam, nos hemos puesto morados!” (Nota del autor: el ejemplo es real)? El problema aquí no es el medio, no es el formato, no son los 140 caracteres ni la inmediatez. Lo terrible, en realidad, es que alguien considere que ese comentario es digno de ser compartido con el mundo, que esa sea su aportación. Y, más allá de eso, el verdadero problema está en que hoy, ahora, 15 años después, alguien decidiera que esa persona tenía que estar ahí para contarnos eso. Y que lo decidiera basándose exclusivamente en que tiene muchos seguidores (o followers, o likes, o RT…)
El problema está en no haber entendido, a estas alturas de la película, que los números no son nada; que no siempre lo mejor de lo que se emite en televisión es lo que consigue mejores audiencias, que el libro que vale la pena leer normalmente no está entre los más vendidos ni en la zona más vistosa del escaparate, que el mejor restaurante de la ciudad no suele ser el que llena más mesas. Id a Tripadvisor o, para evitar suspicacias, dad una vuelta por la calle de bares turísticos de vuestra ciudad y llorad ¿Por qué habría de ser diferente en redes sociales?
La cuestión no son las redes ni su supuesta vacuidad. Las redes son una parte más de una sociedad con su buen porcentaje de vacío, de inmediatez sin más fondo, de nada. Son un reflejo de cómo leemos, de cómo vemos televisión, de las colas a la puerta del último restaurante abierto por el diseñador de interiores de moda, de las listas de éxito de la radiofórmula. Nadie ataca a Gabilondo, a Nierga o a Francino porque alguna otra emisora se pase el día haciendo sonar La Gosadera. Así que el problema no es el formato, es cómo se decide usarlo y a quién optamos por prestar nuestra atención.
En el momento en el que decidimos que a lo que tenemos que prestarle atención es al equivalente en redes sociales de La Salchipapa, La Gosadera o aquel “a ella le gusta la gasolina” tal vez sea justo asumir nuestra parte de culpa y no descargar toda la responsabilidad en el formato. Porque no es el formato, eres tú, que te centras en eso. Y bastante tienes con lo tuyo. Es cierto que son cosas que están ahí, que te las encuentras sin querer, que son la mayoría. Pero hay otro mundo y está en ese.
Cada uno decide si quiere centrarse en el “ Ñam Ñam, cómo nos estamos poniendo” o si quiere escarbar un poco más para encontrar algo realmente interesante. Nadie dijo que fuera cómodo. Pero tendríamos que ser conscientes de que esa decisión nos retrata. Como lectores, pero también como marcas, como locales o como agencias, porque es cada uno de nosotros quién decide. No conozco ninguna revista que se dedique a los malos libros, ningún programa que conscientemente busque quejarse de la mala música ¿Qué tenemos nosotros de especiales, que nos gusta tanto flagelarnos?
Si al final determinados males se perpetúan no es sino porque muchos de nosotros decidimos cada día prestarles atención, aunque sea para quejarnos de ellos. Tal vez, 15 años después, va siendo el momento de que asumamos nuestra responsabilidad en esto y que entendamos que no todo son números, followers y likes, que no todo es bueno porque lo sigan muchos y que apostemos, de una vez por todas, por los contenidos y no los formatos, por el mensaje y no por el medio.
JORGE GUITIÁN
Fuente: gastronostrum
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