Puede parecer un sacrilegio: pero no lo esSí, con este artículo es probable que me gane unos cuantos enemigos entre los más puristas. Pero, qué carajo, con los niveles de consumo de vinos en este país, hay que contraatacar. Y una buena arma puede ser… el hielo. Preparaos, vinos, Win(e)ter is coming.
Enfría tu vino… ¡Con hielo!© Getty Images
La idea de echar hielo al vino no es, en absoluto, nueva, y desde luego, tampoco es bien acogida por los elaboradores y los bebedores más ortodoxos, porque en definitiva, estamos disfrazando con la solidez del cubito lo que en realidad es un aguado de toda la vida. Puedes hacerlo con los refrescos, el vermú o un single malt sin ser un proscrito social, pero tu wineloverismo se verá cuestionado si se te ocurre mentarlo para un vino.
En fin… qué le voy a hacer, soy una rebelde y he querido montar un pequeñolaboratorio pro hielo en el vino (preferiblemente, para experimentar en casa, si ya tienes que enfrentarte al hostelero tradicional igual le da un pampurrio en pleno servicio…) porque, qué narices, me parece que hay vinos que no solo lo aguantan, sino que pueden mejorar con esta forma de frío.
¿Quiere decir eso que son vinos malos? Pues no, porque ahora hay tanta variedad de vinos como de bebedores (diría que incluso más de lo primero que de lo segundo). Y los hay que aguantan hielo, otros que no experimentan mucho cambio y otros que… ni con hielo.
Una aclaración: cuando planteamos desde Traveler este pequeño laboratorio lo hacemos para animar el cotarro de los vinos de consumo rápido, veraniego, proponiendo un “(im)perfect serve” alternativo. Eso no significa que los vinos “necesiten” el hielo, la idea es encontrar algunos que se lleven bien, aunque se puedan consumir de otro modo.
Para experimentar con algunos tipos de vino a los que yo creía apropiado echarles unas piedras, he contado con la inestimable ayuda sensorial (y un excelente contrapunto) de Javier Castro, elaborador de garnachas en Toledo (Ziries, tenéis que probarlos) y pateador de viñedos del mundo.
La elección se ha limitado a blancos y rosados, el tinto no me convence al volverse más tánico, más astringente, cuando lo he acompañado de este frío colaborador.
Allá vamos.
Una de las primeras ideas ya está más que inventada, y es la de los espumosos ice,es decir, elaborados específicamente para tomar con hielo. Moët &Chandon se inventó el juego con Ice Imperial (AOC Champagne, 47 €), el primer champagne pensado para sumergir en hielo, al que ha seguido una versión rosé (53€), que escandalizó a buena parte de la pluma vinícola por su propuesta helada. Tras la casa francesa, en cava también se han atrevido a lanzar botellas concebidas para convivir con el cubito.
Para experimentar con algunos tipos de vino a los que yo creía apropiado echarles unas piedras, he contado con la inestimable ayuda sensorial (y un excelente contrapunto) de Javier Castro, elaborador de garnachas en Toledo (Ziries, tenéis que probarlos) y pateador de viñedos del mundo.
La elección se ha limitado a blancos y rosados, el tinto no me convence al volverse más tánico, más astringente, cuando lo he acompañado de este frío colaborador.
Allá vamos.
BURBUJAS PIONERAS
Una de las primeras ideas ya está más que inventada, y es la de los espumosos ice,es decir, elaborados específicamente para tomar con hielo. Moët &Chandon se inventó el juego con Ice Imperial (AOC Champagne, 47 €), el primer champagne pensado para sumergir en hielo, al que ha seguido una versión rosé (53€), que escandalizó a buena parte de la pluma vinícola por su propuesta helada. Tras la casa francesa, en cava también se han atrevido a lanzar botellas concebidas para convivir con el cubito.
Experimenté con las dos etiquetas de Moët Ice Imperial, en copa de vino y siendo generosa con el hielo y, efectivamente, en ambos casos los champagnes mantenían el tipo, y con el tipo quiero decir su fruta roja y su acidez viva, en el caso del rosé, y notas más ligeras de fruta blanca y frescura en el caso del blanco. Ninguno de ellos perdía la efervescencia incluso al pasar un tiempo en contacto con el hielo
¿Se puede pedir más? Así que sí, definitivamente, esta pareja de vinos irreverentes pasa el filtro.
¿El secreto? Aunque mi enólogo de cabecera me dice que no hay ninguna razón científica que lo sostenga, creo que está en el dulzor y la acidez, dos cualidades que todo vino ice friendly tiene que tener para asegurarse el éxito. La pareja de Moët lleva la leyenda “demi-sec” en su etiqueta, lo que indica, según la normativa que rige a los champagnes, que su contenido en azúcar está entre los 32 y los 50 gramos por litro.
Probamos también un vino- refresco que, técnicamente, y dada su graduación alcohólica, tampoco se puede llamar vino: Libalis frizzante, un blanco con aguja embotellado por Maetierra (4,5€) y lo mejor era que conservaba su acidez, su leve dulzor y sus aromas, haciendo el trago refrescante, pero perdía las burbujas…
¿Se puede pedir más? Así que sí, definitivamente, esta pareja de vinos irreverentes pasa el filtro.
¿El secreto? Aunque mi enólogo de cabecera me dice que no hay ninguna razón científica que lo sostenga, creo que está en el dulzor y la acidez, dos cualidades que todo vino ice friendly tiene que tener para asegurarse el éxito. La pareja de Moët lleva la leyenda “demi-sec” en su etiqueta, lo que indica, según la normativa que rige a los champagnes, que su contenido en azúcar está entre los 32 y los 50 gramos por litro.
Probamos también un vino- refresco que, técnicamente, y dada su graduación alcohólica, tampoco se puede llamar vino: Libalis frizzante, un blanco con aguja embotellado por Maetierra (4,5€) y lo mejor era que conservaba su acidez, su leve dulzor y sus aromas, haciendo el trago refrescante, pero perdía las burbujas…
Así que, buscando alguna alternativa con más estructura y más seco encontré Gotim Blanc (6,5€), un blanco de macabeo y sauvignon blanc de Costers del Segre. Aquí la cosa viró y el hielo no hizo mella en ninguna característica del vino, que conservaba intactos sus aromas de fruta y flores blancas y un sabor frutal y divertido, con frutas tropicales. La acidez, esa pata que, como el dulzor, vimos que ayuda a que el vino “soporte” la hielo, pervivía en la copa.
Así que pasamos a palabras “mayores” y nos atrevimos con un vino que a mí, sin hielo, me gusta mucho, Viña Matalian (8€), una palomino fresca de Chiclana que elabora Primitivo Collantes. Un vino seco, aromático y auténtico que aguantó el tipo con el hielo.
Lo mejor de todo es que en la nariz permanecía intacto, con frescura marina, frutal, luminoso, y en la boca aguantaba su carácter seco y conservaba también las notas propias de la palomino, ligera fruta blanca, sal, pan…
¿Con o sin hielo entonces? Está claro que al Matalian le va el frío, así que, en este sentido, podemos decir que es todoterreno, si bien la versión “on the rocks” puede ser mucho más atractiva para los principiantes, porque aligera el paladar intenso de este pequeño gran vino.
Había que tocar el capítulo de dulces y lo hicimos, claro, esos vinos con una pátina de viejunos que pueden rejuvenecer con dos buenas piedras de hielo y una copa adecuada. Así que fuimos a una apuesta segura, un cream de Jerez, Eva, de Bodegas Barbadillo (7, 5€).
El cream es un tipo de vino que combina vino seco de crianza oxidativa (oloroso, sobre todo) y una proporción del dulcísimo Pedro Ximénez. Resultó ser el candidato perfecto para servirse con hielo, pensamos; tanto, que hasta el propio Consejo Regulador lo recomienda tomar así, añadiendo además una rodajita de naranja.
Al echarle hielo a nuestra Eva el trago fue excepcional, perfecto, nos dijimos Javier y yo, porque el vino no perdía ni aromas, ni textura, ni nada. Al contrario, el dulzor, que puede empalagar en verano, se atenuaba en una medida justa, haciendo el trago adictivo, sabroso.
Ahí no queda duda, el hielo es una alternativa genial para este tipo de vinos que suenan un poco a abuela y pastas, una especie de bótox que rejuvenece la forma de consumo y un redescubrimiento de lo magníficos y versátiles que pueden ser. Otras alternativas en esta línea pueden ser dulces y semidulces de otras zonas, como el Ochoa Moscatel Vendimia Tardía (DO Navarra, 12€) o Viña Albina semidulce (DOC Rioja, 5€).
Hielo sí, para el que quiera experimentar o plantearse una alternativa mucho más glamurosa a los típicos líquidos veraniegos(lo siento, cerveza-refresco, el vino gana por goleada en estilazo) pero con cabeza y un par de sencillas claves:
Si te atreves, que lo disfrutes de tu vino con hielo.
Así que pasamos a palabras “mayores” y nos atrevimos con un vino que a mí, sin hielo, me gusta mucho, Viña Matalian (8€), una palomino fresca de Chiclana que elabora Primitivo Collantes. Un vino seco, aromático y auténtico que aguantó el tipo con el hielo.
Lo mejor de todo es que en la nariz permanecía intacto, con frescura marina, frutal, luminoso, y en la boca aguantaba su carácter seco y conservaba también las notas propias de la palomino, ligera fruta blanca, sal, pan…
¿Con o sin hielo entonces? Está claro que al Matalian le va el frío, así que, en este sentido, podemos decir que es todoterreno, si bien la versión “on the rocks” puede ser mucho más atractiva para los principiantes, porque aligera el paladar intenso de este pequeño gran vino.
DULCE SIN COMPLEJOS
Había que tocar el capítulo de dulces y lo hicimos, claro, esos vinos con una pátina de viejunos que pueden rejuvenecer con dos buenas piedras de hielo y una copa adecuada. Así que fuimos a una apuesta segura, un cream de Jerez, Eva, de Bodegas Barbadillo (7, 5€).
El cream es un tipo de vino que combina vino seco de crianza oxidativa (oloroso, sobre todo) y una proporción del dulcísimo Pedro Ximénez. Resultó ser el candidato perfecto para servirse con hielo, pensamos; tanto, que hasta el propio Consejo Regulador lo recomienda tomar así, añadiendo además una rodajita de naranja.
Al echarle hielo a nuestra Eva el trago fue excepcional, perfecto, nos dijimos Javier y yo, porque el vino no perdía ni aromas, ni textura, ni nada. Al contrario, el dulzor, que puede empalagar en verano, se atenuaba en una medida justa, haciendo el trago adictivo, sabroso.
Ahí no queda duda, el hielo es una alternativa genial para este tipo de vinos que suenan un poco a abuela y pastas, una especie de bótox que rejuvenece la forma de consumo y un redescubrimiento de lo magníficos y versátiles que pueden ser. Otras alternativas en esta línea pueden ser dulces y semidulces de otras zonas, como el Ochoa Moscatel Vendimia Tardía (DO Navarra, 12€) o Viña Albina semidulce (DOC Rioja, 5€).
ALGUNAS CLAVES PARA NO AGUARTE LA FIESTA
Hielo sí, para el que quiera experimentar o plantearse una alternativa mucho más glamurosa a los típicos líquidos veraniegos(lo siento, cerveza-refresco, el vino gana por goleada en estilazo) pero con cabeza y un par de sencillas claves:
- Lo ideal es que el vino ya esté frío o fresco al menos, porque la idea es aguarlo lo menos posible y disfrutar de ese pequeño matiz sensorial que aporta el hielo.
- Copa de vino, nada de tubos, vasos… bueeeno, el vaso puede permitirse, pero donde esté una buena copa…
- Para evitar un desastre acuoso hay que echar una generosa cantidad de hielo, bien un par de hielos de esos enormes en una copa, o mucho hielo si son más pequeños. ¿Por qué? Porque así las paredes de la copa se enfrían también y el vino, si no está demasiado frío, no derrite el hielo por completo y agua demasiado el resultado. Esto lo aprendí preparando mojitos con grandes cocteleros, así que funciona, creedme.
Si te atreves, que lo disfrutes de tu vino con hielo.
Fuente: Traveler
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