Su creación surgió en el siglo XVIII como identificación, para lo mismo que luego la usara la industria con el concepto de "marca".
Si no fuera por la etiqueta, el vino se vendería a ciegas, sin un rostro, como se hacía varios siglos atrás.
De hecho, la creación de la etiqueta surgió recién por el siglo XVIII, y tenía funciones netamente prácticas. Esto se debió a que luego del comienzo del uso de la botella de vidrio, era necesario asegurarse de qué año o para quién era el vino. Este tipo de cuestiones se anotaba con tiza o se escribía a mano en un trozo de papel anudado al cuello de la botella.
Con el correr del tiempo se sumó la industria litográfica como proveedora del mundo vinícola. Con este avance las etiquetas comienzan a complejizarse, ya que empiezan a aparecer en ellas datos como añada, zona y también surge el concepto de marca.
LA PSICOLOGÍA DETRÁS DE LAS ETIQUETAS DE VINO
Hoy, casi 200 años después de la aparición de las primeras etiquetas los datos técnicos siguen apareciendo, pero nos encontramos con los más variados diseños que llaman la atención al consumidor, y en casi todos los casos dejan traslucir una historia detrás. Solo es cuestión de afinar el ojo y la imaginación para entender la historia que nos quieren contar.
Tal vez el padre de la teoría del inconsciente, el famoso Freud, nunca pensó que su línea de estudio podría llegar a tener alguna incidencia en el mundo del vino. Sin embargo, con el correr del posmodernismo (una era netamente visual y ecléctica de la historia cultural), cada vez se hizo más importante transmitir ideas, primero, y emociones, después, a través de las imágenes.
Obviamente que las etiquetas como elemento de arte/marketing siguieron estas tendencias y a su vez al consumidor se le dio más herramientas para que pueda seleccionar un vino. ¿ Pueden imaginarse acaso una etiqueta solo con los datos técnicos y legales, como porcentaje de alcohol, añada, “este vino contiene sulfitos” etc?
Vamos más allá aún, ¿cómo se haría la elección de un vino si la etiqueta solo dijese el nombre del establecimiento elaborador y la variedad? Seguramente sería una elección más aburrida, más difícil y que conllevaría muchos fracasos.
Es por ello que esta posibilidad de hacer etiquetas más atractivas ha inundado las góndolas o stand de vinos hasta el punto de la saturación visual, por lo que con tantos elementos en juego, el consumidor muchas veces, basa su elección en una marca con nombre pegadizo, otras veces con etiquetas con colores llamativos, y muchas otras con un packaging con símbolos de prestigio.
Pero, ¿esta elección es consciente? Las etiquetas nos están transmitiendo algo que nos “pega” y nos hace tomar la decisión de compra, que a veces nos llama la atención y no sabemos bien el motivo. El inconsciente es parte constitutiva de la psiquis dice Freud, por lo que siempre tiene algo relación nuestra percepción inconsciente en la decisión final de compra de determinado vino o producto.
Ahora bien, me quedé pensando si a los creadores de las etiquetas les pasa lo mismo, porque al final inconsciente y psiquis valen para todos. ¿”Trabajará” el inconsciente del agente de prensa, el dueño, o creador de vino, incluso del diseñador al momento de plantear la idea creativa de la etiqueta?. Me respondí que si, y que tal vez esta nota hubiese sido digna de ser escrita por un psicólogo.
Fuente: Francisco González Antivilo para BordeRío
Imágenes: Gentileza BordeRío
Vía: Impulso Negocios
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