Un café en la desaparecida Doña Mariquita, en una foto de archivo de 2012. Arciniega
El consumo de café, salvo en los países adictos al té, es algo innato en el hombre y en las 'mujeras', escrito así, con A en lugar de E en la última sílaba, para quedar bien con la grey femenina.
No sé si en las instituciones y organismos del Estado se han adoptado nuevas normas para denominar correctamente algunas actividades, como bedel y ujier; 'bedel', tratándose de mujer, se admite 'bedela'. Sin embargo, el femenino de 'ujier', que yo sepa, no se contempla, como tampoco se contempla el masculino de 'ordenanzas'. Los ordenanzas deben exigir que se les llame 'ordenanzos', que quedaría fetén en el lenguaje malagueño y de puta madre en el lenguaje moderno, expresión que no recoge nuestro diccionario para destacar, ensalzar, aplaudir, vitorear€ algo digno de alabanza.
Pero vamos al café y a la ya superada etapa de la Guerra Civil de 1936-1939. Las pocas divisas disponibles se destinaban a la adquisición de maquinarias para potenciar las industrias vascas y catalanas. Esa política franquista les favoreció un montón Y así lo pagan al resto de los españoles.
A falta de café por ser un producto de importación, buenas eran la cebada y la achicoria. La cebada, hasta 1936, era un cereal destinado principalmente a la alimentación del ganado; pero a partir de aquel año, la cebada se tostaba para convertirse en sucedáneo del café.
La achicoria, que en algunas zonas de España se mezclaba con el café, se incorporó a la nueva bebida. Así nació un brebaje que hasta bien entrado el año 1949 sustituía al café de Colombia, Brasil, Puerto Rico€ En la Península empezó a entrar el café de Guinea, de muy poca calidad entonces.
Los de la casta (ascendencia o linaje de las personas y los animales), se las valían de Gibraltar y Portugal para tomar café-café, y repito lo de café-café, porque en algunos establecimientos del ramo, los cafés de toda la vida (entonces no existían cafeterías, un invento posterior), para asegurar el producto repetía lo de café-café, porque sin ese refuerzo, lo que se servía era el sucedáneo. ¡La cantidad de cebada que nos tragamos los españoles de la postguerra! Pero salimos adelante.
La casta de entonces conseguía botes de Nescafé soluble que llegaban a Málaga a través de los estraperlistas y de los conductores de los autobuses de Portillo que hacían la ruta Málaga-Algeciras.
El 'café de caracolillo', que era el preferido o el que más abundaba, se adquiría en Portugal. Un quilo de café comprado en Portugal era un auténtico regalo, algo así como un perfume de París o una botella de whisky que ahora tiene su versión española, 'güisqui', o sea, como lo pronunciamos sepamos o no inglés.
Esta bebida, que ahora está, como el antiguo No-Do, al alcance de todos los españoles, venía, vía marítima, de Tánger, Ceuta y Melilla y se compraba a los estraperlistas situados a la puerta de la sede de los autobuses de Alsina Graells en la calle Carros, junto a la plaza Queipo de Llano, al principio de forma discreta para no llamar la atención y después sin el menor rubor porque se toleraba o se hacía la vista gorda, extraña manera de decir que no se mira bien o se disimula. La plaza ya no se llama así.
En Málaga, antes de que reabriera La Cosmopolita en la calle Larios, había varios establecimientos propiedad de dos familias, que servían el mejor café de la ciudad: los Valle y los Galindo.
Los establecimientos con los citados nombres estaban en el pasaje de Chinitas, en la calle Torregorda, en Liborio García y alguno más, todos en el Centro de Málaga. Siempre estaban llenos.
Hoy, un buen café, se toma en cualquier cafetería del Centro, del extrarradio, de los Montes€ Ya no hay sucedáneos, aunque sí varias denominaciones que los no malagueños descubren en un mural instalado por el Café Central en la calle Santa María: solo, largo, semilargo, mitad, entre corto, corto, sombra, nube y 'no me lo pongas'. Y para redondear la información, los textos están en español y ¡latín!
Pero vamos al café y a la ya superada etapa de la Guerra Civil de 1936-1939. Las pocas divisas disponibles se destinaban a la adquisición de maquinarias para potenciar las industrias vascas y catalanas. Esa política franquista les favoreció un montón Y así lo pagan al resto de los españoles.
A falta de café por ser un producto de importación, buenas eran la cebada y la achicoria. La cebada, hasta 1936, era un cereal destinado principalmente a la alimentación del ganado; pero a partir de aquel año, la cebada se tostaba para convertirse en sucedáneo del café.
La achicoria, que en algunas zonas de España se mezclaba con el café, se incorporó a la nueva bebida. Así nació un brebaje que hasta bien entrado el año 1949 sustituía al café de Colombia, Brasil, Puerto Rico€ En la Península empezó a entrar el café de Guinea, de muy poca calidad entonces.
Los de la casta (ascendencia o linaje de las personas y los animales), se las valían de Gibraltar y Portugal para tomar café-café, y repito lo de café-café, porque en algunos establecimientos del ramo, los cafés de toda la vida (entonces no existían cafeterías, un invento posterior), para asegurar el producto repetía lo de café-café, porque sin ese refuerzo, lo que se servía era el sucedáneo. ¡La cantidad de cebada que nos tragamos los españoles de la postguerra! Pero salimos adelante.
La casta de entonces conseguía botes de Nescafé soluble que llegaban a Málaga a través de los estraperlistas y de los conductores de los autobuses de Portillo que hacían la ruta Málaga-Algeciras.
El 'café de caracolillo', que era el preferido o el que más abundaba, se adquiría en Portugal. Un quilo de café comprado en Portugal era un auténtico regalo, algo así como un perfume de París o una botella de whisky que ahora tiene su versión española, 'güisqui', o sea, como lo pronunciamos sepamos o no inglés.
Esta bebida, que ahora está, como el antiguo No-Do, al alcance de todos los españoles, venía, vía marítima, de Tánger, Ceuta y Melilla y se compraba a los estraperlistas situados a la puerta de la sede de los autobuses de Alsina Graells en la calle Carros, junto a la plaza Queipo de Llano, al principio de forma discreta para no llamar la atención y después sin el menor rubor porque se toleraba o se hacía la vista gorda, extraña manera de decir que no se mira bien o se disimula. La plaza ya no se llama así.
En Málaga, antes de que reabriera La Cosmopolita en la calle Larios, había varios establecimientos propiedad de dos familias, que servían el mejor café de la ciudad: los Valle y los Galindo.
Los establecimientos con los citados nombres estaban en el pasaje de Chinitas, en la calle Torregorda, en Liborio García y alguno más, todos en el Centro de Málaga. Siempre estaban llenos.
Hoy, un buen café, se toma en cualquier cafetería del Centro, del extrarradio, de los Montes€ Ya no hay sucedáneos, aunque sí varias denominaciones que los no malagueños descubren en un mural instalado por el Café Central en la calle Santa María: solo, largo, semilargo, mitad, entre corto, corto, sombra, nube y 'no me lo pongas'. Y para redondear la información, los textos están en español y ¡latín!
Café de Redacción
El Café de Redacción era una costumbre habitual que organizaban los periódicos españoles para tratar de un tema concreto. Estaban abiertos a los ciudadanos que quisieran participar para exponer sus ideas, discutir temas de interés general, intercambiar opiniones€
Había muchas modalidades porque bajo el atractivo enunciado de Café de Redacción cabía todo. Hoy no se convocan con ese nombre. Se recurre a otra denominación: Tertulia. Viene a ser lo mismo.
Los políticos, sobre todo en fechas próximas a unas elecciones, recurren a algo más sólido que un Café de Redacción: Desayuno de Trabajo. O ruedas de prensa con desayuno incluido con la advertencia de que no se admitirán preguntas. O sea, habla el candidato, el cabeza de lista, el convocante€ y se despacha a gusto sin admitir pregunta alguna.
Yo tuve la suerte de no sufrir el desprecio de un convocante que de entrada dijera que no iba a permitir preguntas. Es la moda más antiperiodística del mundo. El único caso que viví, y que quizás haya contado antes, fue cuando fui a entrevistar a don Jaime de Mora y Aragón que tuvo la idea de protagonizar una obra teatral titulada 'Soy un sinvergüenza'.
Se iba a estrenar en el Teatro Ara. A media tarde me desplacé al teatro con ánimo de entrevistarle. Pasé el recado a través del portero del local, y a los pocos minutos se presentó el secretario del señor Mora al que le trasmití mi idea de hacerle una entrevista para Radio Nacional. Me dijo que esperara un momento. A los pocos minutos volvió y me entregó una casete con estas palabras: Aquí tiene la entrevista.
Le manifesté que quería entrevistarle, dialogar unos minutos con él, preguntarle sobre la experiencia como actor de teatro, de la obra que iba a presentar en Málaga€ La actitud del secretario fue insistir que todo estaba en la casete. En vista del fracaso, me negué a aceptar la grabación y€ buenas tardes.
Cuando se lo conté al director de la radio, Juan Antonio Rando, su reacción fue: ¿Y no lo mandaste a la mierda?
Te invito a un café
La frase de «te invito a un café» se mantiene o subsiste, aunque a veces ni el invitador ni el invitado se tomen un café para recordar cosas del pasado, del presente y del futuro; el café se convierte en una tónica, agua mineral o cualquier otra bebida, como el poleo menta, que ahora se lleva mucho.
Yo, soy tradicional: café-café, sin achicoria, sin cebada y con cafeína, que es como está bueno. Mientras tenga controlada la tensión, seguiré siendo fiel al café de toda la vida.
El café de Torre-Molinos
No hay error en la denominación del famoso municipio malagueño. En 1811 se publicó un libro titulado 'Travels in the South Spain in letters written A.D. 1809 and 1810'. El autor era un inglés llamado William Jacob (1762-1851). Al referirse al famoso municipio malagueño lo escribía así: Torre-Molinos.
Alfonso Canales, el escritor y poeta malagueño de una excepcional cultura, escribió un largo artículo en la revista 'Jábega' titulado 'La Málaga de William Jacob', en el que reproducía parte del texto del libro.
Jacob, que contaba las incidencias de su viaje por el sur de España, al dejar Benalmádena resaltando el gran edificio de una fábrica de naipes, escribió: «Llegamos a la deliciosa aldea de Torre-Molinos, y más allá de una llanura, de unas ocho millas de extensión, apareció ante nosotros la ciudad de Málaga».
Sigue el texto: «En Torre-Molinos abundan hermosas corrientes de agua que se usa para regar las plantaciones de azúcar y arroz que cubren la llanura. Estos dos artículos, con el cacao, el café, el índigo y el algodón, son los productos más abundantes».
No continúo: arroz, cacao, índigo, algodón y ¡café!
Según William Jacob, en 1810 se cultivaba café en Torremolinos. De aquellas plantaciones no queda nada. Según me contó Paco de la Torre (que antes de dedicarse a la política ejercía su profesión de doctor ingeniero agrónomo) allá por los años 70 solamente quedó un cafeto en un lugar del Centro de Torremolinos, y en el cual descubrió un grano del preciado fruto.
No sé hasta qué año se cultivaron el café, el cacao, el arroz y el algodón en Torremolinos. Hoy, en vez de cafetales, hay apartamentos, hoteles, bares, restaurantes€ A lo mejor en alguno de los jardines públicos o privados quede algún índigo.
¡Quién sabe!
Guillermo Jiménez Smerdou
Fuente: La Opinión de Málaga
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