Un participante en una cata de vino. /SHUTTERSTOCK |
Apreciar todos los matices de un blanco, rosado o tinto requiere disponer de una buena memoria olfativa
El vino es uno de esos placeres de los que la humanidad disfruta desde tiempos inmemoriales. Sus infinitas variedades lo convierten en una bebida única, que siempre ofrece matices por descubrir.
Cualquiera puede apreciar y deleitarse con un buen vino, pero es verdad que no todos tenemos la misma capacidad para catarlos. Distinguir todos los aromas, los finos detalles que hay detrás de la simple etiqueta no es fácil. Para conseguirlo, el olfato juega un papel esencial y, por suerte, todos podemos desarrollarlo para al menos acercarnos al nivel de los profesionales. Eso sí, como en otras disciplinas, habrá que entrenarlo.
En muchas ocasiones, el sentido del olfato permanece relegado a un segundo plano, en gran parte porque reconocemos enseguida la mayor parte de los olores que percibimos en el día a día. Los tenemos ya almacenados en el cerebro. Sin embargo, una buena manera de estimular su sensibilidad consiste en buscar nuevas fragancias que podamos memorizar, olores que quizás inconscientemente evitamos y nos pueden ayudar en nuestro objetivo. Y también detenernos a percibir los matices, por ejemplo, de los alimentos y bebidas que probamos en el día a día.
Una cata de vinos./SHUTTERSTOCK
Todo ello contribuirá a la conformación de nuestra memoria olfativa, que siempre es única. Allí se alojarán los olores asociados generalmente a un recuerdo que puede hacer de su percepción algo mejor o peor. Los buenos vinos concentran una multiplicidad de aromas diferentes. Por eso, cuanto más amplia sea esa memoria, mayor será nuestra capacidad para distinguir los aromas de un buen caldo.
En los vinos, distinguiremos diferentes tipos de olores. Unos tendrán que ver con el tratamiento, como el que deja la madera por el reposado en barricas. Otros estarán ligados a especias o matices tostados. Y, por supuesto, encontraremos los aromas afrutados y florales.
El último entrenamiento será con la copa de vino en la mano. No hay que llenar más de un tercio, pero sí girarla para que los compuestos se liberen y lleguen más fácilmente a la nariz. Lo siguiente es concentrase y simplemente oler. Los detalles de un buen vino llegarán al olfato al principio lejanos, pero con esfuerzo para rebuscar en nuestra memoria, iremos identificando perfumes, detalles y matices en los que quizás antes no reparábamos, lo que enriquecerá nuestra experiencia, antes, por supuesto, de completarla degustando la copa.
Fuente: El Periódico
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