En momentos en que Rusia ha cobrado –por las más tristes razones- un inusitado protagonismo mundial, te contamos cómo fue que Stalin y la Unión Soviética alguna vez crearon un champán para la clase trabajadora.
Es un trago raro y su recorrido, fascinante. La historia del Sovetskoye Shampanskoye, el champagne made in Rusia, no se originó precisamente en el lujo y la abundancia que evoca esta bebida. Pero si consideramos que quienes alguna vez lo tuvieron en sus copas lo definen como una ”gaseosa con alcohol”, podemos sí asociarlo a algo parecido a la despreocupación y el disfrute.
Historia del Sovetskoye Shampanskoye
Los juegos del hambre
En la primera mitad de la década del ’30, una hambruna catastrófica se extendió por toda la Unión Soviética. El caos de la colectivización, combinado con malas cosechas y políticas socioeconómicas brutales, devastó las regiones productoras de cereales y millones de personas murieron de hambre. Hordas de campesinos famélicos vagaban por el campo, buscando con desesperación trabajo o cualquier cosa remotamente comestible: mazorcas de maíz, bellotas, pasto, gatos, perros, ratas…
Tres años después, mientras las necesidades básicas aún seguían insatisfechas, de golpe y porrazo el Kremlin centró su atención en otra acuciante escasez: la falta de champán (!).
Fue así que en 1936 el gobierno soviético aprobó una resolución para aumentar la producción de vino espumoso, con el ambicioso objetivo de elaborar millones de botellas en los años siguientes.
Un placer universal
Pese a su reputación de exclusividad francesa, el vino espumoso se produce en todo el mundo, Rusia incluida. A pesar de su amor por el vodka, la versión espumosa soviética ha saciado la sed desde hace más de 80 años.
Aunque la producción de vino en Rusia es contemporánea con los antiguos griegos, no fue hasta el siglo XVIII cuando se estableció la “cultura del vino correcta”. Por entonces, el zar Pedro El Grande y la emperatriz Isabel II adquirieron el gusto por el champán y los vinos finos de Europa.
Ya en el siglo XIX, el príncipe Lev Golitsyn, considerado el “padre del champán ruso”, elaboró espumosos a partir de uvas Aligoté y Chardonnay en Crimea, en el Mar Negro, cerca de donde hoy vuelan balas y bombas.
Fue en Abrau-Dyurso, una finca creada para suministrar espumante al Zar Alejandro II y su familia. Pero tras la Revolución Bolchevique y la creación de la URSS en 1922, la agricultura rusa atravesó tiempos duros que frenaron la producción.
Ahora sí, volvemos a nuestro relato con la pregunta que se estarán haciendo desde hace varios párrafos: ¿de dónde salió la idea de crear una industria de champán comunista, teniendo en cuenta el contexto? ¿A qué lunático insensible se le ocurrió que ese era EL momento?
Al que estaba al mando, claro: Josef Stalin, nativo de Georgia, hogar de la cultura vitivinícola más antigua del mundo. Proclamó a los cuatro vientos que el champán era “un importante signo de bienestar, de la buena vida” que el socialismo pondría a disposición de todos, muy lejos de la simple promesa de Lenin de “pan y paz”.
Stalin podría estar loco, pero su plan no carecía de sentido. Urgido por demostrar que la URSS tenía más que ofrecer que privaciones y terror, el gobierno lanzó un esfuerzo concertado para producir en masa y democratizar el champán y otros productos de alta gama, solo un año después de la retirada de las cartillas de racionamiento en 1935.
Tal como explica Jukka Gronow, autor del libro “Caviar con Champagne: El lujo común y los ideales de la buena vida en la Rusia de Stalin”, “la idea era hacer que artículos como el champán, el chocolate y el caviar estuvieran disponibles a precio accesible para que pudieran decir que el nuevo trabajador soviético vivía como los aristócratas del viejo mundo”.
Pero antes de que el proletariado parara un rato de producir plusvalía para descorchar botellas, los enólogos debían ver cómo hacer espumosos con un presupuesto ajustado, lo que no era posible con el método tradicional francés.
La respuesta vino del enólogo Anton Frolov-Bagreyev, quien abandonó el método de fermentación en botella en favor de tanques presurizados, que condensaron el proceso de maduración de tres años en un mes y permitieron producir de 5.000 a 10.000 litros a la vez.
Todos a Siberia
Para concretar la chispeante retórica de Stalin, el gobierno soviético desató una ráfaga de resoluciones: se ordenó la construcción de nuevos viñedos, fábricas y almacenes, así como la contratación y formación de miles de nuevos trabajadores.
Se desviaron recursos y el banco estatal abrió una cuenta especial dedicada a financiar la iniciativa multimillonaria. La ambiciosa visión de Stalin se reflejó en los objetivos oficiales de producción, los cuales preveían 12 millones de botellas al año para 1942.
Dado que el champán había sido tachado de lujo burgués, muchos viñedos habían sido destruidos o reutilizados para otros cultivos y las bodegas estatales sobrevivientes apenas estaban operativas.
El pésimo estado de la viticultura soviética hizo que los objetivos de producción fueran imposibles de alcanzar. Si las fábricas no los cumplían, los responsables –directivos y obreros- podían ser etiquetados como enemigos del pueblo y en consecuencia, purgados.
Cuando en Abrau-Dyurso no cumplieron con las expectativas en 1938, el diario soviético Izobilie cuestionó la lealtad del director y sugirió que la bodega “se librara de los enemigos de clase”.
La producción de espumoso soviético priorizó la cantidad sobre la calidad. Así, se arrancaron acres de viñedos autóctonos desde Moldavia hasta Tayikistán y los reemplazaron con variedades duraderas y de alto rendimiento que satisfacían el gusto por lo dulce de Stalin.
Grandes fábricas procesaban uvas de toda la región y enviaban el vino a granel a enormes plantas embotelladoras, que producían miles de botellas por hora utilizando el método Frolov-Bagreyev y un sistema de embotellado mecanizado.
El resultado fue el Sovetskoye Shampanskoye, un espumoso dulce y barato (las fábricas solían cortarlo con conservantes y azúcar para disimular su mala calidad) pensado para el trabajador soviético común.
“A mí, de niña, siempre me supo a gaseosa, pero con alcohol”, definió ante Atlas Obscura la escritora culinaria Anya Von Brezmen, nacida en la URSS. “Tenía una especie de dulzura leve y sabía cursi y divertido. Era como la Coca-Cola de la URSS. Simbolizaba la buena vida soviética”, agregó.
Lo cierto es que tras la Cortina de Hierro era el único espumoso disponible, y para quienes crecieron allí su sabor está entrelazado con capas de memoria y nostalgia. Hasta aquí la primera parte de la historia del Sovetskoye Shampanskoye.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, el Sovetskoye estaba disponible en Moscú y otras grandes ciudades, y se ofrecía en barril en las tiendas.
Ya en los años ´50, también se vendió -por copas en este caso- en el Estadio Lenin. Si bien seguía siendo demasiado caro para el consumo diario, el champán se convirtió en un importante aspecto de todas las grandes celebraciones soviéticas.
La historia del Sovetskoye Shampanskoye continúa con su producción en masa: fue parte de una campaña de propaganda más amplia destinada a mostrar el avance cultural y económico forjado por el socialismo. El champán incluso se anunciaba de forma colorida en los costados de los cherny voron, carros negros de transporte de prisioneros de las ciudades soviéticas a los gulags, los campos de trabajos forzados.
La paradoja de esta historia reside en las contradicciones de vivir en la URSS, donde los estantes estaban vacíos pero el champán era asequible.
De hecho, estos recuerdos hoy alimentan la nostalgia soviética en la Rusia moderna e impulsan la demanda de Sovetskoye Shampanskoye (hoy producido por empresas privadas) y otros sabores de la época, que incluso se pueden disfrutar en restaurantes que evocan cantinas comunistas.
Sin embargo, la sed de champán soviético suele borronear la línea entre la reminiscencia y el revisionismo: “Son tótems muy difíciles. Es kitsch, genial y divertido, por un lado, pero fue una época trágica”, dice Von Brezmen.
La escritora experta en cocina finalmente acerca su definición a estos tiempos bélicos: “Son una especie de símbolos cargados. Como bombas en una botella de champán”.
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