Una empanadilla gratis fue el detonante de esta polémica.
Ver a todo el país unido señalando al tonto del barrio ha sido un momento precioso. En un lugar donde no nos ponemos de acuerdo ni con la cebolla de la tortilla, esta vez la opinión ha sido unánime: lo del tal Borja Escalona es de hacérselo mirar.
Se le han cerrados sus canales de Youtube, rescatado sus antecedentes policiales, todos hemos visto el repaso que le dio Omar Montes en un ring y, lo mejor de todo, el restaurante de la dichosa empanadilla ha conseguido salir ganando con la polémica.
Comportamiento de sociópata
Pero, tras esta buena dosis de justicia poética, lo cierto es que el comportamiento de sociópata que se gasta este individuo -y que le ha servido para ganar likes y visualizaciones durante demasiado tiempo- es tan de manual que tal vez es momento de echar el freno, recomendarle una buena terapia y seguir con cosas importantes.
Antes, eso sí, una pequeña parada gastronómica en esta polémica que seguramente está a punto de agotarse. Decía el malherido protagonista de esta fábula -que ojalá se enseñe en los institutos- que lo que lo que pasa es que la gente le tiene envidia.
Comida gratis
Un tradicional bar de pintxos situado en Hondarribia.Web Bar Gran Sol |
Una respuesta clásica cuando te está cayendo la del pulpo. Pero, ¿qué es lo que envidia la gente según él? Muchas cosas, decía en uno de sus últimos vídeos, pero en esa lista hay una que nos ha llamado la atención: “comer gratis”.
La verdad es que la empanadilla tenía una pinta estupenda y seguro que nadie tuerce el morro si le regalan una. Pero no hace falta ser muy listo para entender que lo que molestó al personal no fue esa autoinvitación de 2,30 euros, sino el tono, las maneras, y el trato a la camarera que estaba trabajando allí.
Influencers y youtubers que quieren comer gratis
El caso es que el tema enlaza con un clásico recurrente en el mundo de la gastronomía: el de los influencers (en versión youtuber, instagramer, tiktoker o lo que sea que venga) que quieren comida gratis.
La secuencia es conocida y ocurre cada cierto tiempo. Algún hostelero con tiempo libre como para liarla en redes recibe la petición de uno de estos influencers y decide afearle la propuesta públicamente.
¡Qué vergüenza! ¡Cómo se atreven! Nos consta que quienes más gritan suelen ser los mismos que luego piden a instagramers que se pasen por allí a hacer fotos. Pero ese es otro tema.
En realidad, lo del muchacho este de la empanadilla no tiene nada que ver con este amago de escándalo hipócrita que cada cierto tiempo genera algún titular.
Porque una cosa es exigir comida gratis en vivo y en directo bajo amenaza de mandarte una horda de malos comentarios, y otra una propuesta comercial que alguien hace a un establecimiento y donde, a cambio de visibilidad, fotos o lo que sea pide un pago en especie.
Todo legal, sobre todo si hay facturas de la promoción y se identifica como tal. Pero ese también es otro tema y, en todo caso, nada que ver con que ha ocurrido aquí.
Clientes, periodistas y amigos
De hecho, el tono de mafiosillo de poca monta que se gasta casi recuerda más a esos clientes con ínfulas que piden un trato de favor en un restaurante o amenazan con una crítica furibunda y una mala puntuación en TripAdvisor y compañía. El "tú no sabes con quién estás hablando" de la gastronomía en su vertiente más cutre.
Todos los que nos dedicamos a esto de la gastronomía comemos muchas veces invitados por los establecimientos sobre los que estamos preparando un tema, o en un evento donde se anuncia o se presenta algo. No es ningún secreto. O no debería serlo.
De ahí que, en este caso, poner el grito en el cielo por una empanadilla gratis sea un ejercicio de hipocresía insoportable. El problema no es la empanadilla o el jamón ibérico gratis, sino lo que haya detrás.
¿Es esa invitación parte de un acuerdo sobre lo que publicar o no? ¿Es el pago a cambio de unas imágenes en alguna red social? No pasa nada si lo es, que aquí cada uno paga la hipoteca como puede. Simplemente habría que indicarlo para no tomar el pelo a quien lo lee.
Pero lo de Borja Escalona no tiene nada que ver con el periodismo ni con la publicidad. Es una provocación evidente, una extorsión muy cutre, un farol sin recorrido que, por suerte, esta vez le ha salido mal.
Eso sí, ya que estamos no estaría demás aprovechar la ola para recordar que no es el único con esas formas y ese estilo que sigue triunfando.
IKER MORÁN
Fuente: 20 minutos
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