Existen tres principales tipos de cata: horizontal, vertical y a ciegas. Todas poseen sus particularidades, pero, en el fondo, comparten el mismo fin: evaluar y valorar los vinos. / Archivo Foto: Archivo |
Son cada vez más los aficionados que asisten a degustaciones de vinos.
Los anfitriones son, por lo general, tiendas especializadas, casas importadoras, bodegas, empresas distribuidoras, restaurantes, clubes sociales, supermercados, portales de vinos o casas de familia.
Estas sesiones buscan producir placer, mientras aportan algunas lecciones básicas. También se aprovechan para promover marcas, países de origen, denominaciones, tipos y estilos, y, por supuesto, para ofrecer descuentos a los asistentes.
Cuando hablamos de catas más precisas y juiciosas —dirigidas a profesionales y entusiastas—, el grado de complejidad sube en intensidad, pero no por ello dejan de ser atractivas para todo aquel que quiera participar en ellas.
Porque un hecho es cierto: las catas rigurosas, al fortalecer el proceso de apreciación, se convierten en un valioso recurso de aprendizaje.
Existen tres principales tipos de cata: horizontal, vertical y a ciegas. Todas poseen sus particularidades, pero, en el fondo, comparten el mismo fin: evaluar y valorar los vinos mediante la intervención de al menos tres de los cinco sentidos: vista, olfato y gusto. Eso sí, los retos van en proporcionalidad directa a la experiencia del catador.
La cata horizontal consiste en evaluar un mismo vino (Cabernet Sauvignon, por ejemplo) de distintos productores y orígenes. El objetivo es establecer diferencias entre las marcas (más tánico, menos tánico, más complejo, menos complejo) y cuál de los ejemplares se acerca más a la esencia de la variedad.
La cata vertical es el proceso mediante el cual se evalúan varias cosechas de un mismo productor. Por ejemplo, 2001, 2002, 2003 y 2004. El objetivo principal es comparar añadas —empezando por la más joven— para entender la evolución del vino a lo largo del tiempo. También aporta información sobre el impacto de las variaciones climáticas en la bebida.
La cata a ciegas pone a prueba toda la capacidad de comprensión del participante. Para evitar prejuicios o influencias, la botella se cubre con un envoltorio opaco que impide ver la etiqueta y la forma de la botella. El catador debe recurrir a sus sentidos de vista, gusto y olfato para valorar las características de aroma y sabor, y acertar en el estilo, país de origen, zona de denominación, año de cosecha y, si la experiencia se lo permite, nombre del productor. Por ejemplo: Syrah con crianza, Australia, Valle de Barossa, cosecha 2002, Penfolds Bin 95 Grange. La cata a ciegas es un paso obligatorio al concluir cualquier curso completo de vinos.
Estas catas ayudan a los profesionales y conocedores a la hora de otorgar puntuaciones y reconocimientos. Y también le permiten al aficionado descubrir distintos atributos para un máximo disfrute.
Hugo Sabogal
Fuente: El Espectador
No hay comentarios. :
Publicar un comentario