Es cierto que para la gran mayoría de la gente lo más importante es si le agrada o no un vino. Pero si en lugar de un consumidor desprevenido por los temas que rodean a cada botella se trata de un amante de tintos y blancos, ¿esa variable es suficiente?
Somos muchos los que disfrutamos del vino, sobre todo si se trata de uno de alta gama, aunque eso no implica que todos sean de nuestro agrado. Pero es cierto que la calidad hay que reconocerla más allá de los gustos personales. Se sabe que son muchos los factores que influyen a la hora de originar una opinión sobre un vino en particular como, por ejemplo, el ambiente, el estado de ánimo, la comida, la compañía y las condiciones de temperatura de servicio, entre muchos otros.
Es cierto que para la gran mayoría de la gente lo más importante es si le gusta o no un vino. Pero si en lugar de un consumidor desprevenido o desinteresado por los temas que rodean a cada botella se trata de un enófilo, de un verdadero amante de los vinos, esa variable ya no es suficiente. ¿El motivo? Es simple, un conocedor quiere ir un tanto más allá de su paladar, quiere saber de dónde viene lo que está a punto de beber, en qué terruño están ubicadas las vides, la trayectoria de la bodega, la manera en la cual se elaboró (y todos los procesos previos), quién fue el enólogo que lo hizo… Y si se trata de profesionales, esto se va complicando un poco más porque, aunque no hace falta saber para disfrutar, necesitan tener un cabal y profundo conocimiento sobre el vino para poder comunicarlo. Por lo tanto, las opiniones de cada grupo de consumidores (si así los podemos llamar) son diferentes en su concepción, pero comparten el mismo objetivo.
Ahora bien, si en definitiva el vino es para beber y los que lo beben en su mayoría son consumidores cuyo placer no va mucho más allá de la copa, qué puede importar todo lo que lo rodea ya que cuando se degusta un vino, se degusta vino, no un terruño ni un personaje. Sin embargo, esta información puede ser clave para poder redondear o justificar una opinión.
En la actualidad, las redes sociales están generando muchas cosas positivas, al tiempo que potencian las confusiones en este tema en particular. Todos tienen derecho a opinar, claro está, y más si se trata de algo que solamente tiene que ver con el placer sensorial. Pero detrás del vino hay una industria, conformada por países productores, grandes bodegas y muchos personajes que convierten el jugo de la uva en el elixir bebible más preciado por el ser humano.
Sin embargo, cuando las opiniones proliferan, se mezclan muchos conceptos y se crea cierta confusión generalizada. Por ejemplo, alguien se enamora de un terruño de los tantos que tiene nuestro país y todos los vinos que de allí provienen pasan a ser para él, y su círculo de seguidores, igualmente destacados. Sin importar quizás tanto el vino en sí mismo. Con los personajes pasa algo peor porque, si bien el vino está hecho por “personajes”, generalmente divinos, movidos por la pasión y las ganas de llegar con sus placeres embotellados a todo el mundo, no todas sus etiquetas están elaboradas por dicho “personaje” admirado y no todas ellas deben ser igualmente admirables.
Algo similar está sucediendo con un nuevo estilo de vinos que irrumpen en el mercado: mucho más fluidos y fáciles de beber que la inmensa mayoría de principios de este siglo, aunque similares en cuanto a cuerpo a los vinos de fines del pasado. Claro que la diferencia está más marcada porque se trata de dos extremos, pero estos vinos novedosos suelen apoyarse en la fluidez y en la acidez, y por lo tanto son puro ataque, pero de paso efímero. Esto significa que su carácter no va más allá de sus texturas y ese paso vivaz por boca los hace mucho más bebibles, lo cual no implica que sean ni más agradables ni mejores que los más concentrados porque, en definitiva, lo que hace a un buen vino no es eso, sino un conjunto de variables que tienen que ver con su expresión, su profundidad y su equilibrio; aunque sea puro potencial cuando es joven.
Lo curioso es que este nuevo estilo está proliferando y cada vez hay más tintos y blancos fáciles de beber, que se parecen los unos a los otros. Pero volvamos al vino porque, en definitiva, no importa quién lo hizo ni de dónde viene si es bueno. En todo caso, toda esa información extra servirá para ornamentar el momento o mejorar la recordación de la etiqueta.
Sin embargo, un vino no mejora cuando lo hace tal o tal, ni cuando viene de arriba o de abajo. Es bueno, muy bueno o excelente por el vino en sí mismo; por lo tanto, las opiniones deberían estar centradas en eso porque el consumidor quizás nunca llegue a conocer al autor de su etiqueta favorita simplemente porque no le interesa quién lo hace y mucho menos el origen.
Muchos sobrevaloran todos los vinos de alguien, o de un lugar o de cierto estilo. Como si el quién, el dónde o el qué tuvieran la mágica propiedad de transferirle ciertas virtudes a lo que verdaderamente importa: el vino.
Claro está que cada uno es libre y si quiere enamorarse de alguien o de un lugar puede hacerlo sin ningún tipo de restricción o censura. Pero si eso trasciende la barrera de los gustos personales y se convierte en una verdad para muchos (como suele ocurrir en las redes sociales), termina generando confusión, porque el que lee, ve o escucha eso, difícilmente pueda llegar a sentir, o percibir, exactamente lo mismo.
Tal vez la intención del que comparte su opinión sobre un vino es tan noble como el vino en cuestión. Pero también el ego suele jugar un papel importante, más en estos tiempos en que el vino es más moda que costumbre. Y aunque no pretenda imponer su gusto, lo que desea (al menos inconscientemente) es que los demás aprueben el mensaje y lo reconozcan como un conocedor. Es un error muy frecuente, sobre todo cuando se dan los primeros pasos en el fascinante mundo de la degustación. Luego, con el correr del tiempo y el devenir de la experiencia, el verdadero foco ya no está puesto en lucirse con los demás, sino en cada copa y en poder recordar los vinos degustados. De forma tal que, al estar frente a una botella conocida, ya sea por su marca, hacedor u origen, sea la memoria sensorial la encargada de ayudar a juzgar lo que está dentro, sin importar lo demás. Por eso, al calificar un vino hay que hacerlo basado en su calidad y su estado, más allá de su potencial; luego, el autor, el lugar o el estilo forman parte del cuento que se narra.
Los buenos vinos son posibles porque están elaborados por personas y con uvas que provienen de lugares específicos, bajo un concepto y persiguiendo un objetivo preciso, si no, no existirían. Eso sí, su éxito estará en lograr agradar. Por eso, cuando se degusta un vino, se degusta un vino.
RECUADRO
Algunos conceptos para describir un vino
• Aroma: Descripción de los perfumes percibidos al oler el vino.
• Bouquet: Similar al aroma, pero se refiere a aquellos más complejos que se desarrollan con la edad del vino.
• Cuerpo: La sensación de peso y plenitud del vino en la boca.
• Taninos: Sustancias que provienen de las pieles y semillas de las uvas, que pueden dar una sensación de sequedad y astringencia en la boca.
• Acidez: La frescura y viveza del vino, especialmente perceptible en la lengua.
• Sabor: Descripción de los gustos percibidos al probar el vino.
• Equilibrio: Armonía entre los diferentes componentes del vino, como acidez, dulzura, taninos y alcohol.
• Vivaz: Un vino fresco y con buena acidez.
• Elegante: Un vino refinado y bien equilibrado.
• Expresivo: Un vino que muestra claramente sus características, ya sea en aroma, sabor o ambos.
• Mineralidad: Sensación de sabores minerales, a menudo asociada con vinos blancos.
• Sedoso: Textura suave y agradable en boca.
• Complejidad: Presencia de múltiples capas de sabores y aromas.
• Dulzura: Nivel de azúcar residual en el vino.
• Seco: Un vino que no tiene azúcar residual perceptible.
• Agresivo: Puede referirse a taninos o acidez pronunciados que impactan fuertemente en la boca.
• Final o retrogusto: La impresión que deja el vino después de ser degustado.
• Crianza: Tiempo que el vino ha pasado en barricas de roble, afectando su sabor y aroma.
• Envejecimiento: Desarrollo del vino con el tiempo, ya sea en barricas o en botella.
• Terruño: Características específicas del lugar donde se cultivaron las uvas, que influyen en el sabor del vino.
Fuente: El Día
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