Vinos reposando en una bodega. / Nata Z (Unsplash) |
Michel-Jack Chasseuil tiene más de 50.000 botellas de vino en su bodega de La Chapelle-Bâton (Deux-Sèvres) valoradas en 50 millones de €
Existe un coleccionista de vino francés que afirma que su colección ha sido valorada en 50 millones de euros. Se llama Michel-Jack Chasseuil y tiene más de 50.000 botellas de vino en su bodega, bajo su casa de La Chapelle-Bâton (Deux-Sèvres), entre las que se cuentan una Château d’Yquem de 1811 y casi todas las botellas que produjo la famosa bodega en el siglo XIX, una Romanée-Conti de 1945, todas las de Pétrus desde 1914 y también otras rarezas como botellas de la bodega del mítico actor Alain Delon, del propio Hitler, del vino que bebía Napoleón en la prisión de Santa Helena e incluso una botella de champán Marie Brizard que se salvó del naufragio del 'Titanic'.
Así lo enumeraba Chasseuil en la entrevista que dio al periodista Amaury Coutansais-Pervinquière para 'Le Figaro' a principios del año pasado. Cata Mayor, el canal gastronómico de EL PERIÓDICO y el grupo Prensa Ibérica, ha intentado ponerse en contacto con él, sin éxito, y por eso recuperamos sus palabras de aquel perfil: “Me lo he bebido todo en esta vida”, decía. Chasseuil, que empezó siendo calderero y pasó a trabajar como diseñador industrial para Dassault, el fabricante de aeronaves militares y civiles francés, probó sus primeros grandes vinos gracias a que hablaba inglés.
500 € para conocer su colección
Lo había aprendido durante su servicio militar en Sudáfrica, lo cual le permitió convertirse en el director de ventas internacionales de la compañía y llevar a comer a los clientes a los grandes restaurantes de la época, como La Tour d'Argent o el Georges V, donde tuvo ocasión de degustar los mejores vinos.
“El vino es patrimonio de la humanidad”, afirmaba Chasseuil ante los críticos que advierten que coleccionar el vino para no beberlo nunca no tiene ningún sentido. A sus más de 80 años, decidió que su colección tenía que poder ser visitada, por lo que tras negociaciones infructuosas con el ayuntamiento de su pueblo ha fundado la sociedad Michel-Jack Chasseuil International Wines and Arts Museum, en la que trabaja para que algún día salga a la luz su gran proyecto, al que llama el Louvre del vino, y que podrá visitarse de forma privada por un precio que -se rumorea- rondará los 500 € por entrada.
Así lo enumeraba Chasseuil en la entrevista que dio al periodista Amaury Coutansais-Pervinquière para 'Le Figaro' a principios del año pasado. Cata Mayor, el canal gastronómico de EL PERIÓDICO y el grupo Prensa Ibérica, ha intentado ponerse en contacto con él, sin éxito, y por eso recuperamos sus palabras de aquel perfil: “Me lo he bebido todo en esta vida”, decía. Chasseuil, que empezó siendo calderero y pasó a trabajar como diseñador industrial para Dassault, el fabricante de aeronaves militares y civiles francés, probó sus primeros grandes vinos gracias a que hablaba inglés.
500 € para conocer su colección
Lo había aprendido durante su servicio militar en Sudáfrica, lo cual le permitió convertirse en el director de ventas internacionales de la compañía y llevar a comer a los clientes a los grandes restaurantes de la época, como La Tour d'Argent o el Georges V, donde tuvo ocasión de degustar los mejores vinos.
“El vino es patrimonio de la humanidad”, afirmaba Chasseuil ante los críticos que advierten que coleccionar el vino para no beberlo nunca no tiene ningún sentido. A sus más de 80 años, decidió que su colección tenía que poder ser visitada, por lo que tras negociaciones infructuosas con el ayuntamiento de su pueblo ha fundado la sociedad Michel-Jack Chasseuil International Wines and Arts Museum, en la que trabaja para que algún día salga a la luz su gran proyecto, al que llama el Louvre del vino, y que podrá visitarse de forma privada por un precio que -se rumorea- rondará los 500 € por entrada.
Secuestro en su propia casa
En aquella entrevista, el coleccionista -que antes de comprar sus cuatro primeras cajas de Pétrus en 1982 había coleccionado sellos y monedas- explica que en 2014 le secuestraron en su propia casa para arrebatarle sus preciadas botellas, pero que no pudieron, y que un multimillonario chino quiso comprar su colección (él fue quien estimó su valor total en 50 millones de euros), pero que finalmente no la vendió. Desde entonces, la hacienda francesa le reclama dos millones de euros en concepto de patrimonio. “Mi colección es un museo y no hago negocios con ella”, sentencia. Sin embargo, para financiar su fundación, ya ha vendido 500.000 euros en botellas.
¿Qué sentido tiene tener tal cantidad de vino raro encerrado en sus botellas si nadie puede probarlo?
¿Es una contradicción que el vino, cuyo primer objetivo es ser bebido, se almacene para no beberlo? Para hallar alguna respuesta, es necesario adentrarse en qué consideramos hoy un objeto y qué es el propio hecho de coleccionar.
Cada botella tiene un significado especial
El filósofo Jean Baudrillard, en el capítulo 'II. El sistema marginal: la colección', en 'El sistema de objetos' (Siglo XXI: México, 1969), define el objeto como “un recinto mental en el cual yo reino, una cosa de la cual yo soy el sentido” y “una pasión de la propiedad privada”. En la colección, dice, “triunfa esa empresa apasionada de posesión” y es “donde la prosa cotidiana de los objetos se vuelve poesía, discurso inconsciente y triunfal”.
En el caso del vino, su sentido va más allá de ser una bebida fermentada y alcohólica: la historia que rodea a cada bodega y a sus bodegueros, los sistemas de puntuación, los cupos, las buenas o malas añadas, haber pertenecido a personajes famosos, y mucho más, imbuyen a cada botella de un significado especial presente en el imaginario colectivo de los amantes del vino.
El papel de un dios que lo controla todo
En palabras del filósofo marxista Walter Benjamin, en un fragmento de 'Los pasajes' (Akal, 2005), el coleccionista “hace del ensalzamiento de las cosas algo suyo. [‘Convierte en cosa suya la idealización de los objetos’ ] Sobre él recae la tarea de Sísifo de poseer las cosas para quitarles su carácter mercantil. Pero les otorga solo el valor de quien las aprecia, no el valor de uso”. De ahí que cada persona le atribuye un significado especial a determinadas botellas, igual que hicieron Yves Saint Laurent y Pierre Bergé con la colección de arte que colonizó por completo su apartamento de la Rue de Babylone, y que llegó a ser “una obra de arte en sí misma”, como dijo Robert Murphy en 'The Private World of Yves Saint Laurent and Pierre Bergé' (Vendôme Press, 2009).
El coleccionismo puede leerse como un síntoma, no de una enfermedad sino de un carácter. Coleccionar implica dar un orden a un todo de cosas que reproduce a pequeña escala el mundo, incontrolable e inabarcable, donde el coleccionista hace el papel de un dios que lo controla todo. Según Christian Godin en '5. Tout avoir, La Totalité: La totalité imaginaire vol.1' (Champ Vallon: Seyssel, 1998), “la psicología del coleccionista es la del nervioso obsesivo asustado por el desorden de las cosas, que busca domarlo gracias a un orden artificial que les impone”.
Abarcar y encerrar el mundo
Dice Godin que el coleccionista es un perfeccionista al que le preocupa constantemente poder abarcar y encerrar el mundo. “La colección se basa en el sueño imposible de estar completo: ningún coleccionista ha tenido nunca todos los sellos, pero sigue adquiriéndolos para tenerlos todos. Si le falta un elemento, todo queda en nada. Pero siempre se le escapará uno, y nada podrá colmar esa falta excepto la propia muerte. La compulsión a acumular se prepara contra la muerte; involucrarse en un proceso infinito -el donjuanismo, la neurosis del coleccionista, la codicia del conquistador- es una manera de posponer el término último de la muerte hasta el infinito. La totalidad es un conjuro”.
Los vinos adquieren significados especiales y personales para los coleccionistas porque son del año en el que nacieron o en el que sucedió algo importante en su vida, porque los asocian a un recuerdo o a una persona, etc. En este sentido, la sumiller y crítica de vino Pilar Cavero, que apoya el argumento patrimonial como vertebrador de la colección de Chasseuil, explica que para ella el primer sentido de coleccionar vino es emocional: “Empiezas a guardar botellas para cuando llegue el día de abrirlas con la persona adecuada, y así brindar con el vino perfecto para ese momento. Por supuesto, también hay un coleccionismo de etiquetas, de aquellos vinos que se supone que tienes que tener o que probar, o de los que se van a revalorizar”.
Cavero explica que el vino como inversión es un activo que está ganando mucho interés, y que cada vez hay más empresas que se dedican a proporcionar criterios de inversión en vino.
Cavero explica que el vino como inversión es un activo que está ganando mucho interés, y que cada vez hay más empresas que se dedican a proporcionar criterios de inversión en vino.
"El vino es mucho más que un líquido"
Para ella, la colección de Chasseuil está más próxima al coleccionismo de arte u objetos preciosos, que por estar recubiertos de un valor social existen más allá de la pura utilidad para la que fueron producidos, es decir, ser bebidos. Así, la voluntad museística del coleccionista tiene el fin de exhibir su colección tal y como si fueran cuadros. “Esa colección es preciosa porque no se ha dejado llevar solamente por un criterio de revalorización sino que hay criterios personales y culturales. Igual que se adquieren los vestidos de Lady Di, que fueron diseñados para ser vestidos, pero que nadie volverá a ponerse, así sucede con el coleccionismo de vino. Cuando estamos hablando de botellas tan especiales como las que tiene 'monsieur' Chasseuil, el líquido que contienen pasa a un segundo plano y es el objeto y todo lo que lo envuelve el verdadero protagonista. Porque un vino es mucho más que un líquido: es una forma de arte, de expresión, un mercado y un negocio, elaborado para ser amado y venerado, no es solo para beberlo; trasciende el objetivo para el que fue creado y que acaba formando parte de la historia y del patrimonio cultural de la humanidad”.
Contrariamente, el sumiller Bernat Villarubia, de los restaurantes Alkimia y Al Kostat, considera que “una colección de 50 millones de euros de vino es la estupidez más grande de todos los tiempos. El problema se resuelve por el valor de 8 euros: lo que necesita es un abridor. Una botella de vino es información contenida. ¿Para qué retener una información que no va a llegar a nadie? Es como mandar un mensaje al espacio: la cosa más estúpida del universo. Y si es para que luego lo compre un fondo de inversión, todavía peor. ¡Qué triste!”.
"Puro fetichismo"
Asimismo, el divulgador del vino Santi Rivas, que duda de la verosimilitud del valor de la colección de Chasseuil, no le ve ningún sentido a acumular vino que nunca será bebido. “Es puro fetichismo, como todo coleccionismo, por satisfacción de tener esas botellas más que de beberlas”.
El coleccionismo de vino, para él, tiene dos modalidades: utilitarista, cuando se colecciona pero se usan las botellas de esa colección -“yo, que tengo una colección de unas dos 1.000 botellas, voy comprando y voy usándolas para abrirlas y comentarlas o para las catas que doy”; e inversionista, cuando se guardan vinos gentrificados o con potencial esperando una revalorización futura, “aunque el coleccionista privado puede tener dificultades para vender esas botellas”, comenta Rivas, que explica que en su particular forma de coleccionar, cada adquisición esté vehiculada por una narrativa, sea porque son vinos raros de conseguir, vinos de culto, de los que le traen recuerdos, de sus bodegas preferidas o todos los vinos que le gustan de la añada de 2019, cuando nació su hijo, con quien espera bebérselas algún día.
“El vino no es solamente una bebida”, afirma Arthur de Gaulejac, copropietario de la distribuidora Caskadia. “Es algo que proporciona placer inmediato, inspiración y embriaguez. Pero el coleccionismo de vino está relacionado con lo económico y, sobre todo, con la especulación, y no con el disfrute. Por ejemplo, hay una industria del vino fino en Hong Kong donde duermen millones de botellas exclusivas. En China, el vino de los grandes 'chateaux' de Burdeos se puso muy de moda hace unos 20 años y los consumidores compran mucho más de lo que beben solamente por la posibilidad de venderlo en el futuro. Creo que cuando se tiene pasión o amor por el vino, siempre se encuentra el momento y/o las personas adecuadas para abrir ciertas botellas especiales, que habrás guardado quizás para envejecer, algo que es parte de la cultura de los países mediterráneos”.
Rosa Molinero Trias
Fuente: El Periódico
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