miércoles, 3 de noviembre de 2010
EL EDITORIAL DE LA SEMANA: SIG 2010: UN PROBLEMA CONCEPTUAL
Hay momentos en que detenerse a revisar y reflexionar un objetivo se hace fundamental para determinar si se tiene el horizonte claro o, si por el contrario, los cambios deben sucederse. Creo que ese momento le ha llegado a los organizadores del Salón Internacional de Gastronomía (SIG). Por 5 años consecutivos he visitado el Salón -los dos (2) últimos años como corresponsal para El Gourmet Urbano- y siempre pensé que, conceptualmente, no estaba debidamente enfocado.
Los Salones de exposiciones deben cumplir básicamente 2 grandes labores: una labor educativa y una labor comercial. Dentro de la labor educativa está el impartir conocimiento formal a través de las ponencias de los invitados e impartir educación práctica, a través de los espacios destinados para los expositores en donde demuestran las bondades de sus conocimientos y destrezas, en vivo, al público visitante. Por otro lado, la función comercial se plasma en ruedas de negocios entre comerciantes y demandantes de bienes y servicios, así como también en los espacios de expositores que se dediquen a estas funciones. Ahora sale la pregunta al aire: ¿Cuál de estas funciones cumplió este año y los años anteriores el SIG?
Si bien es cierto que los invitados de las ediciones celebradas han realzado y potenciado el objetivo primario del evento, particularmente pienso que las labores del salón, tanto educativas comerciales, se han cumplido a medias. A muestra los siguientes ejemplos:
· No han existido ruedas de negocios entre productores y distribuidores y/o cliente final, lo cual dificulta la labor de desarrollo de mercados importantes para el crecimiento y divulgación de nuestra gastronomía.
· La participación de actores del quehacer gastronómico en los espacios de exposición (entiéndase cocineros con propuestas inéditas, artesanos de la gastronomía o restaurantes) ha sido muy discreta, y en el último salón inexistente en algunos renglones.
· La participación del alumnado de las escuelas de gastronomía ha sido baja debido a los precios de entrada al salón. Los jóvenes aprendices no han encontrado una tarifa especial para que, al menos, puedan entrar a las ponencias de los invitados especiales del Salón durante los años de existencia del mismo y así complementar su instrucción formal.
Por el contrario, el Salón se ha destacado por una propuesta etílica a nivel de espacios de exposición. Si bien esto es importante para sufragar gastos de operación del Salón, desvirtúa el sentido pragmático de su existencia. Esto se ha traducido en que los visitantes al Salón buscan más libar licores que saber qué pasa con nuestra gastronomía, lo cual los aparta del objetivo del evento. Pero este no es un comportamiento nuevo de parte de los organizadores del evento, por el contrario, se ha convertido en la columna vertebral del mismo.
Partiendo de esa realidad es donde pienso que los organizadores deberían comenzar a reflexionar acerca de lo que han sido, qué debieron ser, y qué deberán hacer para lograr el objetivo trazado con el salón, porque verdad es que el SIG ha debido llamarse el Salón de Licores y Gastronomía en vez de El Salón Internacional de Gastronomía debido a la fuerte presencia del sector licorero en el mismo. Más allá de los problemas físicos que este año acompañaron al SIG y que ya han sido reseñados por otros escritores de bitácoras, se hace necesario entender la esencia del SIG, y en ese contexto adaptarse para que sea un verdadero Salón Internacional de Gastronomía. En caso contrario, simplemente aceptar lo que hasta ahora ha sido el evento: una feria de licores con expositores en el área de gastronomía. De esta manera, sinceran el objetivo de las jornadas.
A una persona le escuché decir que el SIG entraba en una nueva etapa con el cambio de sede. Yo pienso que sólo se cambió de sitio, pero arrastra la misma duda conceptual.
Y usted estimado lector, ¿visitó el Salón? ¿Qué opina?
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