Caminaba hacia el patio con mi sillita a cuestas y mi bolsita de tejido para colocarme debajo de la mata de higos a cumplir con lo encomendado por mi prima Olga de tejer cien cadenetas -las cuales me quedaban flojas y hasta que no me quedaran uniformes no avanzaría en mis clases de tejido-; pero cuando pasaba por la cocina vi encima del mesón el bol de peltre blanco con peloticas roja que tanta alegría me proporcionaba al verlo, ya sabía que mi madre haría Torta (ponqué base para las tortas de boda).
En ese momento no sabía qué hacer para poder evadir mis labores de tejido, por lo tanto le dije:
-¿Mamá, puedo colocar mi sillita aquí y tejer al lado suyo?- Ella, con esa mirada de que todo lo sabe me dijo, –Pero necesito que me ayudes a sacar los huevos, deja decirle a Olga a ver si se puede dejar tu lección para más tarde-.
Mi alegría era tal que trastabillé con mi carga hasta que caí, me paré como si nada, cosa que no pasaría si hubiesen sido otras las circunstancias, recogí mis cosas y feliz me dispuse, después de asear mis manos, a emprender la tarea que mi madre me había asignado.
Mamá colocaba 250 grs de margarina y 2 tazas de azúcar en el bol de peltre y batía enérgicamente, ya que hacía la torta manualmente. Cuando conseguía una textura cremosa añadía una cucharada de esencia de vainilla. Cuando destapaba el frasco de la vainilla y salía aquel aroma voluptuoso, pero a la vez sutil y amable que invitaba a mi imaginación a degustar manjares donde su presencia marcaba el sabor, me hacía suspirar y seguir cascando los huevos con la mayor alegría y voluntad de hacerlo muy bien.
Paso seguido era agregar los huevos uno a uno. Con todo el cuidado hacía mi trabajo para que no se me pasara un pedacito de cáscara.
–Ve colocando los huevos-, me decía mi madre, y mientras ella batía el que añadía me daba tiempo de cascar el siguiente, hasta finalizar los 7 huevos correspondientes.
Mi hermano le decía a mi mamá que el colocaría la grasa y harina en el molde donde se hornearía tan suculenta torta. Yo arrugaba un poco la cara, ya que quería ser la protagonista de cualquier actividad en la que pudiera estar involucrada para así tener más créditos a la hora de decir “Hoy hicimos torta”.
-¡A ver!, pasa por el colador (tamiz) el bicarbonato- decía nuevamente mi madre dándome otra instrucción la cual me halagaba inmensamente. Tomaba un colador pequeñito y mi mamá colocaba 1 cucharadita de bicarbonato, y con una cucharita le hacía presión para deshacer los grumitos, mientras veía como ese polvo blanco caía sobre la harina la cual ya mi madre la tenía tamizada.
Recuerdo que, una vez que terminé de tamizar el bicarbonato, coloqué el colador en mi mano, donde se dibujó de color blanco todas las redecillas del colador con el poquito de residuo del bicarbonato. No aguantando la tentación pasé la lengua por mi mano, pero la gran sorpresa de percibir aquel sabor salado desagradable y mi expresión me delató con mi madre quien me dijo, -Sabes que no debes llevarte las manos a la boca cuando estas cocinando...-, se sonrió y completó -La curiosidad mató al gato-.
Fui al baño a lavarme las manos y también mi lengua que aún sentía tan desagradable sensación.
-¿Mamá, por qué le echa eso tan maluco a la torta?, ¿qué es eso?-.
-Eso tan maluco es lo que hace que levante la torta, es un aditivo llamado bicarbonato de sodio que tanto te gusta ver cuando sube-. La miré con cara de desconcierto y de sorpresa, y le devolví la sonrisa, como para que ya no me dijera más nada.
Les cuento que legalmente se considera aditivo una sustancia añadida a los alimentos para mejorar sus propiedades físicas, su sabor, mantenerlo conservado, destacar el color originario, buena presentación y conveniencias diversas.
Los materiales leudantes más utilizados en la elaboración del polvo de hornear son el bicarbonato de sodio y el bicarbonato de amonio son llamados impulsores. Su efecto es capaz de desprender gas bajo ciertas condiciones de humedad y temperatura. Por su expansión, el CO2 que se desprende en forma de gas en la reacción sirve para incrementar el volumen del total de la mezcla, obteniendo un producto con buena porosidad, una vez horneado.
Una vez mezclado los 500 grs. de harina y bicarbonato de sodio, mamá lo empezó a agregar a la anterior mezcla alternando con 1 ½ taza de , y por último la ralladura de limón, otro aroma que me hacia transportar a los limoneros. Cuando uno cosechaba los limones, toda la planta expresaba sus aromas teniendo de cómplice al viento que servía de vehículo de tan placenteros olores.
Ya con la tortera lista, engrasada y enharinada, vertía la mezcla y daba unos golpecitos al molde contra el mesón, luego al horno a 200°C por aproximadamente 45 minutos.
Una vez que estaba listo este delicioso ponqué, esperaba el tiempo reglamentario de reposo y mi madre me complacía en darme un trozo, lo comía aún calientito con un vaso de leche bien fría...
Hasta la próxima historia …..
NOTA: Este es el Ponqué base de las tortas de bodas, bautizos, primeras comunión entre otras.
Yelitza Acosta
Cocinera
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