¡EL REY NO HA MUERTO!
Crónica de una boda multicultural.
Mi
percepción cambió radicalmente al entrar en aquel salón, atrás
quedaron los recuerdos de las bodas que pude haber asistido, las
damas de honor eran una suerte de un desfile de Agatha Ruiz de la
Prada, los colores intensos desafiaban el blanco impoluto de la
novia, color algo evidente para que quedara claro de quien era la
boda, los caballeros de honor no se quedarían atrás en cuanto al
vestir, regios Fracs competían con un multicolor encuentro de
zapatos marcas Converse®, los cuales le daban un toque muy juvenil
y desenfrenado, propicio para lo que vendría luego según petición
de los novios.
Mi
investigación fue dedicada al encuentro culinario, un amplio mesón
decorado con infinidad de postres, cupcakes, verrines, esos pequeños
vasos con elaboradas combinaciones de sabores dulces o salados y
envases de cristal repletos de golosinas para llevar a la casa, ¡sí,
como lo lee!, pequeñas bolsas transparentes invitaban a tomar un
puñado de esas golosinas, cual detal por peso, y andar y desandar
por toda la fiesta compartiendo esas suculencias. La oferta de
bebidas energéticas de marcas reconocidas anunciaban que lo que
venía requería un extra de taurina, cafeína, guaraná, Ginseng,
entre otros.
Al
no saber el origen del novio, rápidamente saqué mis conclusiones al
ver sobre las mesas manjares exóticos libaneses que
harían de mi estancia un cuento de las mil y una noche. Tabulé,
Hummus, Baba
Ganush,
Kibbeh,
Pan Pita y unas ruedas de carnes muy parecidas a un embutido relleno
con copiosas cantidades de pistacho daban a mi paladar el placer de
la gastronomía árabe, aunado a Bolinhos de Bacalao, Milho frito,
pequeñas porciones de Bife de Atún, Bolo
do Caco
(pan típico portugués), etc., confirmarían mi percepción
culinaria de que estaba en la boda perfecta. Mis ojos fijaban
atentamente la llegada de los mesoneros ofreciendo una gama de
pasapalos como Filet Mignon, Pollo con Tocineta, Volován con
distintos rellenos, Croquetas de pescado, brochetas de lomito, etc.
Éstos ofrecían a los invitados un tentempié mientras llegaba la
hora indicada para la apertura del gran buffet.
Mis
inquietudes empezaron a hacerse cada vez más fuerte cuando
transcurría la noche y el Rey de los pasapalos venezolanos no
aparecía. Me trasladé al extremo opuesto de la fiesta para
constatar con mis propios ojos que por la demanda de los “tequeños”
jamás llegarían a donde yo estaba, ya que debían atravesar, entre
otros puntos, la misma pista de baile, la cual estaba a reventar.
Una
inmensa barra con luces led de color azul sería el lugar de
encuentro por parte de algunos invitados, allí sólo se servían a
petición tragos procedentes de cócteles realizados con el orgulloso
ron venezolano, pudiendo constatar como los batender hacían de las
suyas para ofrecer libaciones y dedicarles la magia de la mixología,
como sugerencias del Dios Baco, a fanáticos de las mezclas de
licores. Un Sushi Bar colocado estratégicamente mantenía una fila
constante de amantes de la comida asiática, roles con distintos
rellenos, ensaladas, algas y sashimis podrían ser consumidos con
malabarismos por algunos inexpertos en la utilización de los hashi o
palitos chinos, o por la destreza o habilidad de otros.
Nada
que veía los tequeños. Aunque sé que su elaboración no está
ligada intrínsicamente a los oficios de la panadería, si sé que
esa cobertura que lucen cuando están dorados es hecha con harina de
trigo, la misma para hacer nuestro pan, o de masa de hojaldre que
hace del tequeño algo más estilizado y de un sabor fantástico.
Pensé: “¿será que el rey ha muerto?”, ¿cómo es posible que,
aunque la boda es luso-libanesa, el tequeño haya sido obviado? ¡Pero
si estamos en Venezuela! Razón tiene el Chef Sumito Estévez
cuando, en su columna sabatina de un periódico, comentó la manera
de perder la identidad de un producto como el tequeño por la
sencilla razón de no defender los que nos pertenece, y darle luz
verde a que otros quieran apropiarse de
éste. No me di por vencido, seguí tras la búsqueda del Rey,
tenía la certeza de que tarde o temprano lo encontraría, pero no
lograba hallarlo.
La
pista era el epicentro de bailes árabes con ritmos electrónicos,
era fácil en ese momento saber quiénes eran los invitados del
novio. La cintura y los movimientos sutiles y sensuales de las manos
de las mujeres no ponían en duda que esa sangre era libanesa, todo
un festín para los ojos. Con la precisión que caracteriza a los
buenos Dj, entró en escena el Bailinho
de
Madeira entrelazándose ambos ritmos en uno solo, fue agradable saber
cuánto disfrutan las personas de los bailes de sus países de
origen, una forma de mantener su identidad y de jamás perder su
esencia.
Las
horas transcurrían, el buffet fue abierto, sin mayores sorpresas
desde el punto de vista gastronómico, mi desilusión fue
interrumpida por las trompetas ensordecedoras de un mariachi como
parte de las sorpresas de la boda. Ya casi a las 3 de la madrugada
no había nada que esperar, todo ese venezolanismo se esfumó, el Rey
no apareció. Ya había saciado mis curiosidades culinarias cuando
el mariachi, complaciendo peticiones por parte del padre de la novia,
solicitó una canción,
¡y en ese momento los vi aparecer entre la multitud!, como si mis
súplicas hubieran sido escuchadas, bandejas repletas de humeantes
tequeños, las cuales fueron ferozmente atacadas por los invitados,
casi sincronizado, un mariachi de baja estatura, prominente bigote y
regordete, cantaba con voz de mero macho mejicano, “…
♪♫ y yo sigo siendo el rey ♫♪…”. En
ese momento, al ver los tequeños, entendí que el Rey estaba vivo,
sólo se dio el postín que la nobleza se permite, las adulaciones,
rendiciones y sumisiones eran palpables, eran evidentes, eran
gratificantes. Me fui tranquilo a descansar, a escribir al día
siguiente esta crónica para trasmitirle lo que se siente estar en un
matrimonio multicultural, y concluir que si no cuidamos lo que es
nuestro lamentaremos que el tequeño y otros productos que nos
identifican pasen a ser propiedad ajena.
¡Buen
provecho!
Humberto Silva D.
Maestro Panadero
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