¡París! su solo nombre evoca romanticismo, historia y glamour.
Comenzar el recorrido en el barrio de Saint Michel marcaba el inicio de lo que sería un día de primavera, donde los olores de las flores se entremezclaban con los de la ciudad, donde el río Sena nos muestra su grandeza y testimonio de tantos que hicieron de él su vida y como celestino silente de la grandeza de la ciudad. Los tarantines que bordean el río nos muestra a los boquinistas o los celebres vendedores de libros que datan en el oficio desde 1609, cuando viendo el crecimiento de la ciudad se apostaron en las riberas del río para vender sus productos. El tiempo se hizo confidente de mis ojos, jamás habían percibido el retrato abrumador de una ciudad configurada para el lujo, el derroche, el amor y como una marca indeleble de quienes la hicieron así. Sus calles serían moldeadas para pasearlas sin apuro, sin que nadie perturbe el frenesí reinante de nuestras emociones y para que nadie dejara de maravillarse de la grandeza de la esencia de París.
Fácil de conocerla, complaciente cuando hay amor, libre cuando no hay pudor, así es París, te permite que te adaptes a ella, y ella a ti, te deja que la recorras toda como cuando deseas no perder ni un espacio del tiempo que te da. Y allí está de nuevo, retándote a que te rindas a ella, luciéndose cuando la Torre Eiffel se presenta antes nuestros ojos, colosal, y a su vez absurdo pensar que hubo una época en que a los parisinos les parecía un estorbo y ahora símbolo inequívoco de una ciudad. En ese momento no queda otra cosa que suspirar y a Trocadero ir a parar. Cualquier lugar de París es un lugar para enamorar, para prometer, para jurar volver. Recuerdo que busqué incesantemente cada detalle que me hiciera recordarla, todo de ella me apasionó, cada barrio, cada puente, el metro tomé y hasta Pigalle fui a dar.
Conocida como la “Zona Caliente” de París, no es más que el lugar preferido para conocer la sensualidad y sexualidad de la ciudad, con abundante neones, sex shop, donde encontraremos el celebre Moulin Rouge, y otros más. Quizás todo esto, más como un atractivo turístico que como una verdadera zona de ligerezas y oportunidades. Anteriormente era conocida como la zona por excelencia de escritores y pintores la cual se postra a los pies de Montmartre. Fue el momento idóneo para buscar la mejor opción en cuanto a crêpes de la ciudad. Encontré un pequeño restaurantes con tantas historias, como fotografías y firmas de cuantos por él pasaron, aquellos que dejaron sus huellas como testimonio palpable en las otroras paredes blancas del pequeño local. Las crêpes, realizadas con la mágica combinación de la harina de trigo, huevos, leche, mantequillas y azúcar, no estarían completas si no fueran por dos cosas, sus múltiples rellenos dulces o salados y porque comerlas en París las hace ser mágicas, fantásticas y sabrosas, aunadas a la buena compañía y al sonsonete lírico del francés. Ir a París y no comerse unas crêpes sería un pecado, sería no llevarse en el gusto la sensación de haber probado un plato que tanto los identifican y que en realidad se enorgullecen de dárnosla a probar.
Luego de satisfacer mi apetito y ya cuando la tarde se resistía a perder su hegemonía frente a la noche, decidí deambular por más calles y más historias. La vida ostentosa de los monarcas franceses se hace evidente al verse reflejado el sol en tanto color dorado, como una forma arrogante de evidenciar la supremacía antes los menos afortunados. Reyes y reinas, emperadores y monarcas, dejaron sus huellas en obras arquitectónicas por doquier, de extravagantes diseños y lujo, para el disfrute y la opulencia. Parques, jardínes, calles y puentes, le confieren a la ciudad luz toda esa magia, todo ese glamour palpable en cada esquina, en cada rincón de esta hermosa ciudad. ¡Bien vale una misa en París!
Llegue a las orillas del río Sena luego de un día de hermoso recorrido por la ciudad, abordé el Bateaux Mouche para navegar con la parsimonia que da la lentitud del bote que surca sigilosamente la principal arteria fluvial. Pude observar la vida de París desde su río, trayectoria con alto contenido turístico y placentero, el cual se manifiesta como parte importante y fundamental de su desarrollo e historia. Me coloqué mis audífonos, me acomodé al final del bote de cielo abierto, encendí mi Ipod, seleccioné una sola canción que haría el maridaje perfecto entre mis oídos y mi vista, comenzó a sonar la Vie en Rose de Edith Piaf, me dejé llevar como levitando con su voz aguda, como compañera melódica de la atmósfera reinante de ese momento, como cuando algo te gusta tanto y no quieres que jamás termine, como aquellas crêpes que me comí muy cerca de La Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre y con toda la vista de París para mí.
¡Buen provecho!
Humberto Silva
Maestro Panadero
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