Un paseo por los fogones y ollas de mi familia.
Nacer en el seno de una familia de influencias multiregionales es una de esas razones de la vida que uno no escoge, simplemente naces con ellas y ya. Familias como la mía con una mezcla importante de Venezuela en la sangre, hace que la cultura y la gastronomía insular, lacustre-costera y andina se entrelacen para hacer del paladar una conjunción de experiencias y de recuerdos culinarios. No puedo mas que decirles que mi familia es muy afortunada, les explico porque; mi padre nacido en Cabimas Edo. Zulia, mi hermosa madre, de Casigua el Cubo Edo. Zulia, mi abuelo paterno, oriundo de Pampatar, Edo. Nueva Esparta, mi abuela paterna nacida en Santa Bárbara del Zulia, mi abuelo materno de un hermoso pueblo llamado Zea en el Edo. Mérida, mi abuela materna, de Porlamar, Edo. Nueva Esparta y mi abuela Nina en el Edo. Mérida, pero, ya va, conté bien, tres abuelas? Sí, tengo la dicha de tener tres abuelas, Analcira, que Dios la tenga a su lado, María Edicta y Vincenzina, (Nina), que por una de esas razones que poco he hurgado en el pasado familiar, mi abuelo Emiro me dio dos abuelas. Aunado a todo eso, mas de la mitad de mi vida he vivido en Caracas, sin duda me hace sentir una persona tan criolla como el tequeño, o la arepa misma.
Del Zulia herede el sabor por el coco, por la comida de caza, por los pastelitos rellenos de papa y quesos, por las mandocas, por el queso de año, por la regionalidad, por la fritura como identidad gastronómica, los bollos pelones, por el chivo en coco, los besitos de coco, los huevos chimbos, los cepillaos, el limonzón, por los patacones y porque no se habla sino se grita con ese cantadito pegajoso, que se dice “Vos” y no “Tú”, todo es un chiste, porque todo tiene un solo nombre a si sean diferentes marcas, por la gaita, por que a los helados le llaman polo y al dinero le dicen cobre, al aire pesado a olor a petróleo, por el calor sofocante, por las fiestas paganas para bailar a San Benito al golpe del tambor y los chimbangles; pero sobretodo porque aprendí que la familia disfruta cuando se esta junta y se extraña cuando la distancia es un obstáculo.
De Nueva Esparta, aprendí desde muy niño que era una isla, que debíamos pasar muchas horas sobre un ferry, que mi familia margariteña tiene una casa colonial hermosísima de mas de cien años cerca del Castillo de San Carlos de Borromeo, en Pampatar, que el pastel de chucho que hace mi prima Fina La Cruz es el mejor de la isla, que el botuto o madre del caracol me lo daban siendo un niño y que me perdonen los ecologistas, pero como lo prepara mi madre es un acto que enaltece a la especie de los gastrópodos y que satisface el alma, que no hay como comer pescado frente al mar, que se habla muy rápido, que las empandas deben ser de cazón, que debes respetar el mar, amar a la Virgen del Valle y que juraría volver a encontrarme con mis raíces, cuando el retiro se apoderara de mi edad.
De los majestuosos Andes Venezolanos aprendí que se dice “usted” aunque sea tu mejor amigo, que el respeto se lleva en la sangre, que prefieren el trigo al maíz, que todos los eneros se celebra la Paradura del Niño, que se come bizcochuelo y se remoja en vino tinto, aprendí que se come pescado salado, bagre, corroncho, que los pastelitos de la Vuelta de Lola, “eran” los mejores, que el calentaito (aguardiente aliñado) mitiga el frío, que la trucha la pescaba en temporada, que tenemos un astrofísico y puedes ser dueño del firmamento en una noche, que el frailejón solo se da en los paramos a 4.300 metros sobre el nivel del mar y que sus aceites son medicinales, que la arepa es de trigo y matan por comer chorizos y morcillas, que a la pisca andina se le agrega leche, que el cogote de la gallina se rellena y es un plato suculento, que la inmensidad de las montaña enmudece y aísla y que en sus nieves eternas en ellas mas de una vez me regocijé.
De Caracas adopte la forma de hablar, que no se dice “Usted” sino “Tú”, que el tiempo no rinde por culpa del trafico, que existen las tostadas, que se cena a las nueve de la noche o mas tarde, que los perros calientes es un tema cultural, que tiene un clima único, un cerro que nos arropa con su verdor, que hay que madrugar para llegar a tiempo, que los domingos hacemos parrilla, que no llegamos a casa después de una fiesta antes de hacer una parada en una de las tantas areperas, que hay tantos restaurantes como propuestas gastronómicas, que la comida que la identifica es la mantuana, que es una ciudad que no duerme, excitante, cosmopolita y única, ciudad que me abriga, ciudad donde vivo.
A pesar de tantos sabores de los que desde mi corta edad hicieron y forjaron mi memoria gustativa, de la que hoy no solo me permite escribir temas gastronómicos, sino llevar las riendas de un gran proyecto, del cual me enorgullezco de lo que hemos hecho, de lo que es y de lo que será mañana, el estudiar cocina nunca estuvo en mi mente, me considero autodidacta con cocina, con fogones y ollas, me permito recrear y satisfacer paladares. Panadero soy, y estudiarlo me preparó para enfrentar con seriedad un mundo fantástico, a veces poco tomado en cuenta, respetado o admirado y el ser panadero ha complementado mi pasión por la gastronomía, dándole al pan en la restauración el puesto que merece, como parte fundamental de nuestro día a día, de nuestra propia existencia, incluso de nuestro propio futuro.
Les dejo en estas líneas el mapa de mi genética gastronómica, el porque disfruto de las comida de mi país y porque defiendo el pan como identidad de una región, de un estado. En fin, para venezolano una muestra, orgulloso de mi país y de lo que somos y de lo que seremos. Te invito a recorrerlo y a probar lo que nos identifica.
¡Buen provecho!
Humberto Silva
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