Hoy existen en el mercado nuevos diseños de copas que invitan a disfrutar del vino de manera diferente. Pero, ¿vale realmente invertir en ellas? ¿Afectan realmente la experiencia de beber?
Hace no mucho tiempo ser dueño de un juego de vasos de vino era la cumbre de la sofisticación: la mayoría de las personas tomaba sus bebidas alcohólicas en vasos de vidrio comunes o, en el caso de asistir a una fiesta, en pequeños vasitos de plástico. Pero alguien cambió las reglas. Hoy no es suficiente tener copas de vino; la última tendencia es tener diferentes copas para diferentes clases de vino.
Con los nuevos diseños reaparecen viejos debates. En 1951 Raymond Postgate, que alcanzó la fama con sus guías del buen comer, escribió que los cinco tipos de copas (para tomar jerez, vino tinto, oporto, champagne y vino blanco) no modifican en nada la experiencia de beber. Fue más allá y dijo que las de jerez están especialmente diseñadas para engañar el ojo del comprador y pensar que allí hay más cantidad de bebida. En el mismo artículo sentencia que hay una sola clase de copa para vinos que vale la pena. “Sirve para cualquier vino. Tiene que ser incolora, en forma de tulipán, y el borde tiene que estrecharse”.
Sin embargo, en Austria Claus Riedel –novena generación en su familia en el negocio de las copas de cristal- investigó los efectos de las formas en el sabor del vino. En 1961 lanzó una gama de copas que creían superiores porque, por su forma, forzaban a tomar el vino en un ángulo que aumentaba su sabor.
Sigue esta tradición el experto en vinos Will Parker. Al principio él también era un escéptico de las formas pero las copas de Riedel lo convencieron. Dice que la edición especial de cinco diferentes para vino tinto y blanco, a US$ 45, se han vuelto muy populares. En estas épocas de austeridad, Parker piensa que los productos se venden bien porque las personas prefieren darse un gusto en casa en lugar de salir a comer afuera.
La copa para vino blanco o rosado está especialmente diseñada para enfatizar las notas aromáticas de la bebida. Por su forma el líquido se concentra en la mitad de la lengua y no hacia los costados, donde están los receptores más ácidos. Lo que sucede es que, al no concentrarse en el ácido, el consumidor puede deleitarse con otras notas más sutiles. La copa pequeña para vino tinto logra suavizar el tanino y, en su versión más grande, concentrar en la boca los sabores de las frutas rojas.
Los recipientes no cambian el sabor del vino pero sí la percepción que se tiene de él. Parker es un fanático: piensa que las copas de Riedel pueden transformar “profundamente” la percepción del sabor. Para él comprar una buena botella de vino sin la copa correcta es como comprar un buen reproductor de DVD para una pantalla en blanco y negro.
Pero no todos concuerdan. Otros especialistas en la materia admiten que la forma de la copa puede afectar el sabor pero que es una cuestión solamente para puristas del vino y que los consumidores de todos los días no deberían preocuparse demasiado por tener la apropiada.
La conclusión parece ser que el mal vino será siempre un mal vino sin importar en qué se lo beba. Pero a la hora de deleitarse con uno de calidad, la forma apropiada puede mejorar la experiencia.
Fuente: mercado.com.ar
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