Si bien hay muchas definiciones sobre la cata, hay un concepto básico y central que hace referencia a la atención que demanda un determinado alimento, el vino entre otros. En la cata, el acto sensorial pasa de lo meramente hedónico (me gusta o no me gusta) a un acto racional. La intención es describir, leer e interpretar con la mayor precisión la información que ese producto nos puede brindar desde un lugar analítico, de estudio, juicio y clasificación. El acto de catar es uno de los pocos aspectos en los que la tecnología no puede aún sustituir a la capacidad humana.
También es cierto que la cata siempre es subjetiva ya que la llevan a cabo individuos singulares.
Muchas veces estamos condicionados a tomar las cosas no por lo que son realmente, sino por el nombre o aspecto que llevan. En un vino, la etiqueta, el envase, las marcas y el precio son factores influyentes. Por eso, el gran desafío para todo degustador es abstraerse de sus apreciaciones personales. Los vinos se describen por lo que son y tienen, se buscan los atributos o las fortalezas.
La condición física del degustador influye en su percepción, por lo que debe estar descansado, en buen estado de salud, en ambiente desprovisto de aromas, cómodo, con luz blanca, sin ruidos ni interrupciones. El horario ideal para la cata es a media mañana.
Luego de una descripción analítica se sacan conclusiones, información útil tanto para productores como para consumidores, como analizar la relación calidad/precio, buscar la tipicidad, aliar un vino a la gastronomía, entre otros.
Alguien se preguntará si hay que tener un don especial. Tal vez haya quien lo tenga, pero el resto tomamos el compromiso de ejercitar como quien practica un deporte o aprende un idioma. Con entusiasmo nos dejamos guiar por los hacedores, estudiamos y nos esforzamos para llevar el mensaje más honesto al consumidor..
Vía: lanacion.com.ar
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