La ‘paradoja francesa’ se resquebraja. La BBC publicó recientemente un reportaje sobre la caída del consumo de vino en Francia (algo que vivimos desde hace muchos años en España) e incluso lanzaba la pregunta de si el descenso perpetuo del consumo de la bebida nacional de Francia simbolizaba el declive de la civilización francesa.
El origen de la paradoja francesa hay que buscarlo en el siglo XIX, cuando el irlandés Samuel Black publicó un artículo científico en el que aseguraba que pese a que los franceses comían importantes cantidades de grasas (quesos y otros lácteos, foie y carnes) tenían menos ataques al corazón que el resto de europeos y que el consumo de vino tinto podría tener que ver con ello. Aquella investigación fue el origen de la ingente cantidad de estudios que, especialmente a partir de la década de los 90 del siglo pasado, han relacionado, y fundamentado científicamente, las propiedades beneficiosas del consumo de vino para el organismo.
El caso es que, al igual que sucede en España, en Francia ya no toma vino ni el tato. El informe de la BBC argumenta que mientras en 1980 la mitad de adultos franceses tomaban vino ahora lo hace apenas el 17%, mientras que la población que nunca lo bebe se ha duplicado hasta el 38%.
El consumo anual per cápita ha pasado de 160 litros en 1965 a 57 en el 2010 y actualmente superaría por poco los 30 litros por cabeza. En España, los datos son aún más abrumadores: de 47 litros per cápita en 1987, hemos pasado a 16 (según el Ministerio de Agricultura) ó 22 litros según el Observatorio del Vino, que incluye además el consumo por venta directa, restauración colectiva o establecimientos no permanentes.
Demasiados aromas empireumáticos, a ‘enagua de monja’, a ‘vía de tren’… Hace unos años, y algo queda todavía, para hacer un vino caro había que meterle una buena dosis de madera nueva: torrefactos, tofes, cafés… eran los aromas y sabores procedentes del roble con tostado plus y superplus, entonces muy valorados por la crítica especializada.
La mejor definición de estos vinos me la dio mi mujer cuando probó un caldo de estos de supuesta élite:“!coño!, este vino me da sed” (el súper tostado del roble nuevo se traduce en astringencia). Otra buena definición de este tipo de vinos la ofreció el amigo Gerry Dawes para definir la moda parkerizada: “después de beber esto puedes cagar palillos”.
El caso es que el consumo de vino crece en los países, más o menos, nuevos productores como EEUU, Israel, Brasil, Rusia… (descuento a China porque, al parecer, allí el consumo va ligado al esnobismo) porque está llegando a los jóvenes, mientras que en los países tradicionales no hay relevo de consumo generacional y es que creo que apenas nadie se ha preocupado por los que tiene que comenzar a dar sus primeros tragos.
Fuente: blogs.larioja.com
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