Hay innumerables tipos de cenas y comidas: más o menos divertidas, entrañables, de trabajo, de compromiso, románticas, de trámite, rápidas, lentas, de larga sobremesa… También hay bacanales, tripoteras, tentempiés, caterings, cenas con música en directo y tapeos sobre cuerpos desnudos. Pero luego están las cenas y comidas importantes, aquellas que tienen un lugar propio en la historia (y prehistoria e intrahistoria) de la Humanidad por su significado, sus protagonistas, sus circunstancias o lo que se trató o se comió en ellas.
“La última cena”, de Leonardo Da Vinci.
Cierto es que generalmente en estos ágapes parecería que lo menos importante es lo que hay sobre el mantel, pero si uno lo analiza de forma más pormenorizada resulta que en el caso de las viandas, como ocurre en el ajedrez, el orden (y la naturaleza) de los factores sí altera el producto final. Así por ejemplo, si la malvada Eva hubiera dado a probar al inocentón de Adán un cochinillo asado en vez de una sana y pura manzana, ¿alguien podría aventurar si hubiera el mismo el destino de la Humanidad al multiplicarse por no sé cuantos el pecado original?
Pues bien, dejando las interpretaciones al buen juicio del lector, en Actualidad Gastronómica nos hemos propuesto reunir diez de las cenas y comidas más importantes de la historia (y prehistoria y mitología, y religión) de la Humanidad.
1) La manzana de Adán. Nuestros primeros padres se decantaron claramente por un menú frugal y vegetariano para su primer ágape pecaminoso. Al margen de que pueda resultar curioso que una simple manzana desatara las iras del Dios implacable del Antiguo Testamento (¿qué hubiera pasado si Adán y Eva se hubieran aliado con Satanás para apretarse unas gallinejas, hubiera llegado en Juicio Final ipso facto?), no cabe duda de que ese inocente tentempié supuso al mismo tiempo el primer acto revolucionario del género humano.
Es cierto que nos expulsaron del Paraíso, pero no es menos cierto que tal decisión trajo aparejadas otras benditas maldiciones, como el pecado de gula, la moda (que empezó con esos taparrabos tan bíblicos) o el sexo pecaminoso.
2) La última Cena. Es la cena de todas las cenas y, como en el caso anterior, no destacó precisamente por la variedad del menú. Sin embargo, pese a la simpleza de la carta, podemos decir sin temor a equivocarnos que quien apostó para aquel día por el pan y el vino acertó de lleno, pues desde luego ha sido y sigue siendo imitado hasta la saciedad, millones de veces cada día en otras tantas iglesias y parroquias de todo el orbe.
Además, si bien en el aspecto estrictamente culinario no fue para quitarse el sombrero (a diferencia de otros ágapes como las bodas de Canaan, para qué negarlo) desde luego fue bastante intensa, ya que además de ser pieza central de la simbología católica estuvo rodeada de acontecimientos la mar de interesantes (traiciones, detenciones, transfiguración del pan en carne y el vino en sangre, lavatorio de pies, etcétera).
3) El Banquete de Platón. No sabemos si el poeta Agatón sabía que su banquete iba a dar tanto de sí cuando convocó a sus amigotes a comer en el 416 antes de Cristo. El caso es que tras ponerse hasta arriba de viandas y vino el susodicho y otros compadres como Sócrates, Aristófanes,Pausanias o Erixímaco acabaron hablando de Eros, o sea, del amor, y claro, la liaron parda, hasta el punto de que Platón no pudo dejar pasar la ocasión de dejarnos como legado un texto que, claro, dio origen al concepto de amor platónico, que tanto daño ha hecho luego.
4) El menú del Corán. Pero no sólo la tradición católica hace referencia a los alimentos; también el Corán recoge un episodio que demuestra por qué Moisés no se quedaba manco en temas culinarios. Una de las primeras referencias es en el Sura II–54, cuando Moisés dice lo siguiente:“Hicimos que se cerniese una nube sobre vuestras cabezas y os enviamos el maná y las codornices, diciéndoos: comed manjares deliciosos que nosotros os hemos concedido”. Y prosigue: “Y entonces vosotros dijisteis: ¡Oh Moisés! No podemos soportar por más tiempo un mismo y único alimento; ruega á tu Señor que haga brotar para nosotros de esos productos de la tierra, legumbres, cohombros, lentejas, ajos y cebollas”, algo que a Moisés no le pareció del todo bien, pues amenazó con devolver a Egipto al pueblo judío.
También en esta línea, aunque en este caso pudieran existir razones sanitarias en el origen, el Corán recoge la prohibición de comer ciertos alimentos, prohibición que se mantiene en nuestros días: “Os está prohibido comer los animales muertos, la sangre, la carne de cerdo, y todo animal sobre el cual se haya invocado otro nombre distinto del de Dios”. No obstante, parece apelar a la indulgencia al añadir: “El que lo hiciese, movido por la necesidad, y no como rebelde y trasgresor, no será culpable. Dios es indulgente y misericordioso”.
5) El mayor banquete. Mientras no se demuestre lo contrario, porque los nuevos o futuros descubrimientos arqueológicos encuentren nuevas evidencias, el mayor banquete de la antigüedad, el más fastuoso y pantagruélico fue el acontecido con ocasión de la celebración del final de la reordenación urbanística de la ciudad de Kalah por el rey Asurbanipal II (883-859 a.C.), el cual la convirtió en capital del reino de Mesopotamia, quitando tal honor a Nínive. Según relata Karlos Azcoytia en Historiacocina.com, al banquete, que duró diez días, fueron invitados ni más ni menos 69.574 comensales. También invitaron al dios Asur, el Gran Señor de los dioses de todo el país, aunque no sabe si acabó acudiendo o no.
El caso es que los invitados dieron buena cuenta de 1.200 bueyes; 1.000 terneros y corderos de establo; 14.000 cabritos; 2.000 corderos; 500 ciervos; 500 antílopes; 1.000 patos grandes; 1.000 ocas; 1.000 becadas; 1.000 codornices; 10.000 pichones; 10.000 tórtolas; 10.000 pajaritos y 10.000 jerbos; todo esto en el capítulo de carnes. También se comieron 10.000 pescados variados; 10.000 huevos y 10.000 panes de considerable tamaño. Pero faltan las bebidas: 10.000 jarras de cerveza y 10.000 odres de vino.
Azkoytia agrega que conociendo la sofisticación de la cocina mesopotámica, se acompañó a estas viandas como guarniciones y condimentos los siguientes alimentos: 10.000 cántaros de grano de sésamo y otros; 1.000 cestas de legumbres; 300 jarras de aceite; 300 porciones de sal en grano; 100 jarras de jugo de granada; cien serones de racimos de uva; 100 porciones de frutas; 100 de pistachos; 100 cargas de trenzas de ajos; 100 trenzas de cebollas; 100 cargas de manojos de nabos; 100 jarras de miel; 100 porciones de mantequilla clarificada; 100 de lentejas tostadas; 100 medidas de leche; 100 de queso y un sinfín de alimentos cuyos nombres no tienen traducción.
Como no es de extrañar, el rey Asurbanipal II se quedó bastante satisfecho tras el convite (otra cosa sería cómo quedaron las arcas del Estado) y quiso dejar para la posteridad unas palabras: “Cuando inauguré el palacio de Kalah, alimenté de esta manera, durante diez días a 47.074 hombres y mujeres que había invitado de todas partes de mi reino, así como a 5.000 representantes de diversos países, más 16.000 habitantes de Kalah y 1.500 miembros del personal de mi palacio, o sea, en total 69.574 invitados, a los que di de comer y beber y a los que proporcioné lo necesario para su aseo. ¡Así los honré antes de enviarlos a sus casas en buena armonía y alegría!”. Decimos muchas veces que la monarquía está en crisis pero claro, es que ya no quedan reyes como estos.
6) El huevo de Colón. Tras la magnificencia de Asurbanipal II volvemos a la frugalidad, en este caso de raíces ibéricas. Más que una comida se trató de una demostración culinaria, comparable quizá en nuestros días a esas que se ven a veces en Madrid Fusión. Lo que está claro es que la forma que tuvo Colón de poner un huevo de pie demostró entre otras cosas que a veces se puede llevar a cabo de la forma más sencilla el propósito a priori más complejo, un concepto que la alta cocina ha sabido emplear como se merece.
7) El funeral más alcohólico. En la antigua civilización griega era tradicional que los funerales estuvieran culminados por un buen banquete, máxime si el finado era un rey. ¿Y qué rey ha sido, es y será más rey que el mismísimo rey Midas? El monarca que gobernó Frigia (actual Turquía) en el siglo VIII antes de Cristo quiso cerrar su existencia con un monumental ágape en el que el alcohol, en forma de vino e hidromiel, fue uno de los grandes protagonistas.
De hecho, en las excavaciones realizadas en 1957 se encontraron tres enormes calderos de 125 litros de capacidad que contuvieron una mezcla de vino e hidromiel, así como 100 copas de bronce, lo que indica que cada invitado al funeral trasegó al menos 3,5 litros de alcohol. Los investigadores también creen que el menú fúnebre incluyó guiso de cabra, cordero y lentejas. Con funerales así, que se quiten los bautizos.
8) Una cena romántica de 15 millones de euros. El amor mueve montañas, dicen. No sabemos si esto es cierto, pero desde luego sí parece que el sentimiento más cantado por poetas y juglares de todas las épocas es capaz de motivar buenos ágapes. Uno de los más conocidos es el que ofreció Cleopatra a Marco Antonio allá por el siglo I antes de Cristo, después de ambos se enamoraran apasionadamente.
Al parecer arrastrada por la pasión la reina egipcia apostó a Marco Antonio que era capaz de despachar con su amante una cena de diez millones de sextercios lo que, según los historiadores, serían unos 15 millones de euros de hoy. Marco Antonio aceptó el reto.
Al parecer la cena no fue nada del otro mundo, pero la sorpresa llegaba con el postre. Cleopatra llevaba al cuello dos gruesas perlas valoradas en cinco millones de sextercios cada una, según el parecer de un tal Planco, elegido como juez para el reto. Acto seguido, Cleopatra introdujo una de ellas en una copa con vinagre, lo que provocó su disolución, y acto seguido se lo echó al gaznate.Cuando iba a hacer lo propio con la segunda, Marco Antonio se dio por vencido.
9) La mantanza más antigua. Es cierto que la Cueva de Altamira, la mejor expresión de arte rupestre que ha llegado hasta nuestros días, no representa ningún banquete. Si la incluimos en esta lista es porque refleja precisamente la antesala de uno de los ágapes más antiguos de los que tenemos referencia, si bien de forma indirecta. ¿Acaso se puede dudar de que la escena de caza de bisontes que de forma tan excelsa aparece pintada sobre el techo de Altamira, fechada hace 15.000 años, no fue seguida por un festín cárnico que hizo temblar el misterio entre nuestros antecesores prehistóricos? ¿Acaso se puede desvincular la emoción del momento de la caza o la pesca del instante en el que la pieza cobrada acaba en nuestras fauces?
10) Primer comensal en el espacio. Es sabido que, pese a que los estadounidenses fueron los primeros en llegar a la Luna, los primeros éxitos en la carrera espacial cayeron del lado soviético. Así, si Yuri Gagarin fue el primer hombre en orbitar el globo terráqueo y salir al espacio, su compatriota German Titov, quien voló el 6 de agosto de 1961 a bordo de la Vostok 2, fue el primer hombre en comer fuera de nuestra querida Tierra. Sentando la base para sus compañeros en el futuro, el menú de Titov fue más bien frugal, y estuvo compuesto por una crema de verduras, una lata de pasta de hígado y zumo de grosella.
La apuesta por la comida ligera ha seguido siendo desde entonces la tónica general allende nuestra atmósfera y así, pese a todo lo que ha avanzado la aventura espacial en las últimas décadas, todavía está por llegar el que se meta entre pecho y espalda un buen asado de lechazo burgalés (por ejemplo); seguro que en ese caso los problemas con la ausencia de gravedad serían menores.
Fuente: actualidadgastronomica.es
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