El diez de oro es una carta que habla de prosperidad, de interacciones entre personas de distintas generaciones y edades. Representa una actividad física finalizada o en curso que deriva en la satisfacción de las necesidades materiales de las personas involucradas. Esta carta habla de riqueza tanto material como emocional y espiritual. Significa el intercambio y el progreso comercial, el éxito financiero y el reconocimiento del trabajo.
En el tarot de Rider-Waite podemos ver a varias personas bajo un arco. Hay un anciano cuyo traje está decorado con uvas y símbolos mágicos que representan el poder de la naturaleza. Las personas están interactuando y realizan actividades monetarias (las monedas están a lo largo de toda la carta), hay una interrelación social y un intercambio.
Al verla, la carta es sugerente de la actividad comercial que ocurre en un mercado. Un mercado es un sitio donde los ofertantes bien sean productores y/o vendedores ofrecen determinado bien o servicio a los consumidores o compradores. Cuando una persona dice voy “al mercado” da a entender que va a un sitio donde comprar una serie de insumos que necesita.
Me encanta ir al mercado. Siempre me gustó. De niña mi padre George Inglessis, me levantaba tempranito todos los sábados para que lo acompañara al mercado principal de Mérida que quedaba para ese entonces en pleno centro de la ciudad, el me inculcó ese gusto. De verdad me fascinaba, no ponía peros ni me importaba levantarme temprano en un día en que no tenía clases. Sentía que entraba en otro mundo, un mundo mágico impregnado de olores y sabores, de sonidos, de algarabía y de gritos. Era un lugar impresionante, su arquitectura magnífica, los comedores, las tiendas de granos y especies, las carnicerías en el pasaje Tatuy.
Me transportaba a un universo casi alucinante de fantasías y sueños, cosa de hecho bastante fácil para una niña con cierta predisposición a lo onírico y lo fantasioso. De ese entonces recuerdo particularmente al “tuerto “. Era un señor que como su nombre sugiere, le faltaba la vista de un ojo. Nunca supe muy bien que hacía él en el mercado, si estaba para ayudar a limpiar o a cargar los sacos. Pero si recuerdo lo que yo sentía cuando lo veía, me daba mucho miedo su aspecto y nunca sabré si era realidad o fantasía, pero tenía la impresión de que le encantaba mirar picaronamente con su ojo a las niñas y a las muchachitas. Obviando el tema del tuerto, los sábados eran para mí un día de felicidad y de acompañar a mi padre.
Me encanta ir al mercado, lo repito. Tengo amigos y conocidos en casi todos los mercados de Mérida. Disfruto conversar con los vendedores, preguntarles de dónde vienen sus productos, hablar de la vida, del país, de los hijos. Gozo un montón encontrándome con amigos y conocidos y compartir un pastelito o un café. Además, mi concepto de comedor implica ir de compras casi todo los días. Hago cocina de mercado, diseño mis menús en base a lo que hay disponible, fresco y del día. A veces es pesado por el tiempo que implica, pero es un reto constante a la creatividad y un gozo supremo cocinar con ingredientes recién adquiridos que no han estado guardados por mucho tiempo al menos en mi alacena o en mis neveras.
En la época en que trabajé como profesora en una escuela de cocina insistía mucho en dar clases en el mercado. Me iba con los estudiantes y les hacía conocer los productos, cómo escogerlos, cuál era el tamaño apropiado, el peso indicado, incluso los ponía a comparar precios y a regatear. En una oportunidad nos fuimos al mercado Soto Rosa y ellos mismos tuvieron que escoger en base a la oferta los ingredientes para preparar en esa oportunidad una pizza pues estábamos en el módulo de cocina Italiana. Los resultados creativos fueron espectaculares.
Ir a un mercado es un ritual y es un acto sagrado. Es entrar en contacto directo con la materia que luego se transformará en nuestros fogones. Es respetar al productor, al vendedor y al comensal. Es ser responsable de lo que se cocina. Es una de las etapas necesarias para crear nuestro altar y templo culinario. Un cocinero que no va de compras y no se relaciona con sus ingredientes es como el tuerto del cuento de mi infancia, algo le falta, algo no ve. Ir a un mercado es impregnarse de la gloria de un universo abundante que tiene miles de dones para ofrecer, es a su vez agradecer a este planeta azul por su ilimitada generosidad y es reconocernos como seres humanos en coexistencia con muchos otros seres vivos, plantas y animales que están aquí para alimentarnos.
Por cierto, mi padre aún va todos los fines de semana al mercado principal.
Valentina Inglessis
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