Horno San Pascual de El Perelló, un clásico del veraneo.
En las últimas semanas, buscando complicidades en este fervor, he estado lanzando entre tertulias la siguiente pregunta: ¿qué horno te hace feliz? Y ha caído como un estruendo dando paso a una batería interminable de aportaciones. "El de la Beata Inés en Mareny de Sant Llorenç", "el del Sol y el de San Pascual de El Perelló, que es la cuna de los buenos hornos", "los de Dorita", "el Cadenas", "acuérdate sí o sí del de Miralles, frente al Rausell", "el Galán de Albal", "el San Bartolomé", "un must: Cifré Solaz", "el horno de los Borrachos", desliza algún nostálgico, "¡Dulzumat!", "el Conchín de Na Jordana", "Raimundo en Ángel Guimerá". Bueno, parad ya. El catálogo es inmenso, porque latente es el furor por lugares de siempre con los que asociar este pecado venial reincidente.
De la tormenta de ideas surgieron reflexiones de calado. "En Valencia hay una vinculación entre productos y fiestas como no se da en otros lugares: coquetes de sant Blai, sant Donís, Totsants, la Casca de Reixos (en recuperación), pasteles de moniato, coques de llanda, cocotets, coques d'anous i panses, monas y panquemaos de Pascua, calabazas y arroces llevados al horno por parroquianos... por no hablar de la mítica empanadilla o de los auténticos snacks valencianos, que son las gloriosas rosquilletas, un producto único", valora Toni con argumentos como para una ponencia. "No se puede comparar con otros lugares, el horno aquí se vive de una manera más próxima. Allá es donde se hace pan; aquí es una gloriosa orgía. Y la excusa para disfrutarla es la fiesta".
Otro turno de palabra. "Hay que comer marranadas, pero que sean de calidad, nada industrial. Hombre, tú piensa que todo lo que venden son bombas de grasa. Si me la voy a meter al cuerpo, por lo menos que sea mantequilla y no grasa hidrogenada", clarifica una nueva ponente.
Y en el fondo, qué demonios, nos gusta la ceremonia de ver como viejos puntales de otros tiempos renacen cada día a alta temperatura, como orfebres, en medio de un llano expuesto a la franquicia menor. Nos chifla la perpetuación de una especie arraigada a las viejas maneras. El horno hereditario como medida de nuestro elogio a la tradición.
Mareny de Sant Llorenç. Camino a Cullera. Aparece el horno de la Beata Inés. Cuando un lugar de paso se convierte en punto de peregrinación. Los propietarios, de Benigànim, le pusieron el nombre de la patrona de su pueblo. Y los fieles empezaron a crecer. "In the middle of nowhere. Yo he llegado a tener 90 números en cola delante mío", revela un confidente. "Debe ser el único horno del mundo con parking propio, un parking como de la ruta del bakalao". Pasó de ser peaje de avituallamiento antes de llegar al destino, a ser el destino mismo. Un obligado en las recomendaciones turísticas de Cullera. Se va a la playa por ir al Beata Inés.
Para unos, daños colaterales, es demasiado mainstream; pero para la mayoría el trance entre el tiempo de espera y la recompensa es la proporción áurea del placer. "Panquemaos esponjosos como de kilo y medio". Gigantocroissants, gigantoensaimadas y gigantocoques. Arnadí y especialidades fetén en tiempos de fiesta. En efecto, todo recuerda al armatoste de la ruta del bakalao. Zampar y celebrar.
Siguiendo la peregrinación, está el Horno de los Borrachos (calle Sueca, 3). Muestra más de lo que fue que de lo que es, pero infalible para definirnos. Abierto desde 1957, pero mutado a lugar de culto en los 90 y 2000. Mientras hordas de noctámbulos acudían para sellar el fin de fiesta, un cuadro de Juan Pablo II les vigilaba desde la retaguardia. En YouTube, vídeos de la Tuna (la maldita Tuna, colega) actuando en un horno escalando a after. Especialidades saladas de aluvión, el combo y el súper, una mujer estoica tras el mostrador: "¿qué le pongo, joven?"
Deglutidos por su propia fama, acabaron perdiendo su diferencial bizarro cuando se convirtió en producto de su celebridad. Llamado siempre 'Nit i día', pasó a oficializar su condición de Horno de los Borrachos. Horno y fiesta, otra vez ineludiblemente unidos.
Y el Perelló, salgamos al Perelló, nuestros Hamptons de andar por casa. Con la llamada del verano o del fin de semana, el horno de San Pascual y el horno del Sol viran en ineludibles locales, con la rivalidad vecinal de a ver quién se lleva el cetro. Vamos al horno del Sol (Cazadores, 1), a ver. Lleva el sello oloroso de ese mix entre cruasán, panquemao, empanadilla... Y así desde que en 1940, a este lado del mundo, se pusieran a cocer la artesanía de las amas de casa: tortas de calabaza, pasteles de boniato, cocas Cristina... Nos encanta el arte hereditario. El peregrinar tumultuoso en hora punta indica la vigencia de las producciones típicas. Sus cocas Cristina deberían ser baremo entre el bien y el mal.
En el horno de San Pascual (Aguado, 1), desfile otoñal de "buñuelos de las calabazas del tío Pep", "soplillos de almendra", "tejas de coco", "rosquilletas chafadas". Y otra gran historia hereditaria: Tres generaciones (el abuelo, el padre y el nieto) conectadas desde que el patriarca enfermara de los bronquios por culpa de la humedad y el frío de L'Albufera. Su mujer quiso abrigarlo al calor de la cocción. Abrieron el primer horno en el mercado del Perelló, yendo a por harina del estraperlo. "Supongo que la fama viene porque seguimos fabricando las cosas como antes".
A todo esto, ¿qué hay del pan? Básicamente que puede que hayamos dado por perdida esta batalla. Pero si se llama a la resistencia, a su santidad del pan en la ciudad, acude Jesús Machi, del horno San Bartolomé (Duc de Calàbria, 14). Su obrador es hype urbano y su masa madre (14 años reviviéndola) una reliquia.Machi, cuya abuela fue su inspiración, se puso a hacer pan hasta tres veces la noche en que nacía su hija, pero no pudo concluir la faena. La única vez que se le resistió la harina.
Mejor panadero del momento en base a fermentaciones muy largas,"mucha paciencia, buena cocción", y un catálogo prolífico compuesto por hogazas de masa madre, pan de espelta con nueces, pan de calabaza, de cervezas de higos, de castaña, de maíz ahumado... Panes incunables.
Para un próximo episodio espera el horno Raimundo, puristas del pan; el Galán de Albal, domadores de azúcar; Dulzumat y sus dulces artefactos; y el Pepet de La Cañada, olor a leña, ni rastro de boutique.
Bienes de interés cultural.
"Comprar una hogaza caliente un sábado por la mañana y que la mantequilla se derrita por encima", cuenta un nuevo confidente.
Cuando los hornos son fiesta.
Fuente: valenciaplaza.com
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