A inicios del siglo XX Los bodegueros se unieron en una entidad para combatir los distintos tipos de adulteración del producto, una tarea que ahora realizar el INV.
Ante los “ataques” que sufría la industria vitivinícola por parte de los expendedores de Buenos Aires y otras regiones del país, los viticultores decidieron organizarse y durante el mes de julio de 1904 se realizó en Buenos Aires la primera reunión de los industriales del vino conformando la asociación “Defensa Vitivinícola Nacional” que más tarde pasó a ser “Centro Vitivinícola Nacional”.
Vitivinicultura en alerta. Preocupaba los agregados que en Buenos Aires le hacían al vino de Mendoza.
Casi todos los viticultores del país se inscribieron, especialmente los de San Rafael, ya que consultando los listas de adheridos, figuran todos los de Colonia Italiana y muchos más.
Se nombraron inmediatamente dos inspectores, cuyos sueldos pagaban de los ingresos al Centro con el fin de detectar los vinos elaborados clandestinamente. Muchos industriales que en un primer momento dudaron de su eficacia se fueron asociando y participaron en la asamblea que se realizó para aprobar los estatutos de la asociación.
Querían combatir un mal que había echado raíces muy profundas y adquiría todas las formas de fraude, comenzando por el capitalista que elaboraba vinos adulterados en su fábrica, seguía con el que enviaba miel a Bahía Blanca para cortar sus vinos y el almacenero o bolichero que agregaba agua u otras sustancias “fabricando” vino en su negocio y perjudicando a la industria y al consumidor. Indirectamente los “beneficiados” eran los médicos y hospitales, ya que no siempre las sustancias agregadas al vino eran inocuas.
El Centro debió luchar también contra los gobiernos cuando éstos querían aumentar el impuesto al vino, en lo que resultaron ganadores en varias ocasiones, pero no siempre. Otro problema serio era con los fletes del ferrocarril, cobraban exactamente igual por llevar cascos llenos o vacíos, lo que significaba una gran pérdida, los industriales se veían perjudicados, entonces tramitaron la solución y finalmente la obtuvieron.
Viendo los beneficios que la asociación había traído, se creó al poco tiempo una asociación similar en Mendoza y trabajando juntas lograron mejores resultados, hasta que se fusionaron en una sola con sede en Buenos Aires, pero continuó la regional de Mendoza.
Los vinos finos
En un principio todas las vides que se plantaban eran del tipo criollo, hasta que de a poco se fueron introduciendo vides francesas, por lo que se pudo elaborar vinos finos aunque en escasa cantidad.
Se creía que nosotros no éramos capaces de hacer vinos como los franceses, que sí eran finos. El primero que comenzó a hacer vinos finos fue un hombre de apellido Lamastre en Panqueua, le siguió Rodolfo Zapata, que lamentablemente fracasó, y luego don Tiburcio Benegas, que con cepas seleccionadas produjo mejores vinos en su bodega El Trapiche.
Leopoldo Suárez decía “que la industria del vino fino se desarrolló poco porque no había suficiente capital, ya que para producir vino fino se necesita estacionarlo varios años y ninguno de los bodegueros podía dejar sin vender la producción del año”.
Pese a este comentario, el vino fino comenzó a elaborarse cada día en mayor cantidad. Mendoza estaba en condiciones de dar vinos tan buenos como los de Burdeos. A medida que aumentaba la producción de vinos finos nacionales, decrecía la importación. La lectura de las estadísticas de esos años nos muestra cómo fue mermando paulatinamente el ingreso de vinos extranjeros.
Para la venta de los vinos finos fue necesaria la botella de vidrio, en principio se usaban las que venían de Europa, hasta que se instaló una fábrica en la Argentina. En los comienzos el envasado se hacía a mano y se le ponía cera sobre el corcho y luego se envolvía con piolines para que no se saliera ni la cera ni el corcho. Con el tiempo comenzaron a aparecer máquinas que cumplían esa función, lo que había que tener en cuenta era que si se comenzaba a envasar el vino de un barril, debía terminarse con él en poco tiempo, pues de lo contrario se ponía malo.
El vidrio reúne las condiciones ideales para preservar el vino. Inclusive su hermeticidad, permite conservar el producto más allá de la vida de una generación. Según los entendidos a cada variedad de vino le corresponde una botella y también una copa.
Los vinos de crianza descansaban en cubas de roble para beneficiarse. Luego pasaban a las estibas, generalmente ubicadas en las cavas, donde se colocaban las botellas horizontales y en la mayor oscuridad posible.
El engaño de la etiqueta
Nos cuenta la historia que San Martín era un gran defensor de los vinos mendocinos y sus oficiales siempre le discutían que los vinos franceses eran mejores. Cierto día San Martín se tomó el trabajo de cambiar de botellas los vinos, así colocó los vinos mendocinos en las botellas francesas y los vinos franceses en la botellas de los vinos mendocinos. Sus oficiales se tomaron el vino francés y no cesaban de elogiarlo hasta que San Martín les confesó el engaño.
Esto mismo hicieron en Buenos Aires, pero era un fraude, envasaban el vino mendocino en botellas francesas y lo vendían como tal. Eso nos demuestra la calidad de los caldos de Mendoza. A principios del siglo XX era conocido el hecho que en Buenos Aires los mejores vinos mendocinos se cortaban con los extranjeros o se vendían con etiquetas de vinos importados.
De acuerdo a un enólogo de la época, la producción de vinos finos “será en breve un brillante negocio porque se poseen las mejores cepas”.
María Elena Izuel
Fuente: Uno - San Rafael
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